El Mundial corona a la dinastía árabe que levantó un imperio desde la arena

El Mundial corona a la dinastía árabe que levantó un imperio desde la arena

El torneo de fútbol número uno del globo se desarrollará por primera vez en el Golfo Pérsico. El lugar elegido es el país más pequeño de la región. En menos de tres décadas, Qatar pasó de ser un apéndice de sus vecinos a convertirse en la estrella de la zona. El horizonte deslumbrante y ambicioso de Doha expresa las luces y las sombras de la dinastía absolutista Al Thani.

PREPARADA PARA MOSTRARSE AL MUNDO. En menos de 150 kilómetros cuadrados, la capital de Qatar alberga una población de un millón de habitantes. Doha deslumbra por el perfil de sus imponentes rascacielos. PREPARADA PARA MOSTRARSE AL MUNDO. En menos de 150 kilómetros cuadrados, la capital de Qatar alberga una población de un millón de habitantes. Doha deslumbra por el perfil de sus imponentes rascacielos.

Cuando la FIFA anunció que la postulación de Qatar se había impuesto para celebrar el Mundial 2022, el actual emir Tamin bin Hamad Al Thani tenía 30 años y era un perfecto desconocido fuera de su país. Pero el logro oficializado por el entonces titular de la Federación, Joseph Blatter, fue atribuido al alto perfil deportivo y a la proyección internacional del heredero del trono. Tres años más tarde y tras la inédita abdicación de su padre Hamad, Tamin asumió la jefatura de la dinastía absolutista -en el poder desde mediados del siglo XIX- que, en los últimos 27 años, sacó al Estado más pequeño de la península arábiga del lugar de segundón que siempre había ocupado para colocarlo entre los influyentes de la región. Ese despegue colosal tendrá su fiesta de coronación el 21 de noviembre cuando, en el estadio Al Thumama de las afueras de Doha, el silbato dé inicio al campeonato.

Contra el calor irreductible del verano catarí; la estupefacción de quienes consideraban que la sede carecía de la suficiente trayectoria futbolística y las sospechas de corrupción que ponen en duda la transparencia de su elección -y la de Rusia 2018-, los Al Thani se quedaron con la organización de un acontecimiento que otorgará máxima visibilidad al imperio que levantaron sobre la arena del desierto. En esa vidriera sin parangón ocupan una posición principal la línea de rascacielos de Doha y los servicios de primera categoría propios de una nación con una de las rentas per cápita más altas del planeta.

La opulencia hace tiempo que le había quedado chica al emirato, cuyo fondo de inversión soberano, Qatar Investments Authority, posee entre sus activos valuados en más de U$S 60.000 millones al Paris Saint-Germain, el club donde juegan Lionel Messi y otros astros. El equipo del DT Mauricio Pochettino es un detalle en un portafolio que en el Reino Unido acumula más inmuebles que la propia monarca Isabel II.

Tensión en el vecindario

Todo ese poderío proviene del desarrollo de las reservas de petróleo y, fundamentalmente, de gas, que sacaron de la periferia a un país sujeto hasta 1971 al protectorado británico y cuya economía dependía de la suerte de pescadores y buscadores de perlas. Esta transformación tuvo un impulso decisivo durante el reinado de Hamad, el papá de Tamin, quien llegó al poder tras derrocar a su padre, Jalifa (abuelo del jeque al mando del Estado).

Hamad gobernó con un sentido enorme de posteridad. A ello se debe la creación del programa instituido en 2008, Qatar National Vision 2030, para potenciar con medidas de largo plazo los beneficios del ciclo de prosperidad. Y, también, la forma segura en la que el otrora golpista Hamad preparó y ejecutó su sucesión en la persona de Tamin, su cuarto hijo varón educado en el Reino Unido, que habla inglés y francés con fluidez, y que sirvió en las fuerzas armadas cataríes.

Luego del golpe de Estado palaciego de 1995, como se lo conoce, el país abandonó la tutela de la vecina Arabia Saudita y comenzó a practicar un juego propio, en parte promovido por la tolerancia religiosa que caracteriza a la práctica del islam en Qatar. No sólo se erigió en una especie de traductor del mundo árabe mediante el establecimiento de la cadena de noticias Al Jazeera, sino que también incidió en su dinámica doméstica al respaldar las protestas de la primavera de 2011 que convulsionaron al norte de África, Levante y Oriente Medio. La diplomacia peculiar de la casa real ha generado reproches entre sus antiguos socios -en 2017, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Báhrein y Egipto llegaron a retirar a sus embajadores-, pero dio unos réditos nunca vistos en la zona del Golfo Pérsico, que, gracias a Qatar, alojará un Mundial de fútbol por primera vez en la historia.

Un poeta perdonado

Los acontecimientos deportivos globales son codiciados por las naciones porque funcionan como imanes para la inversión, y pueden establecer un antes y un después para las locaciones, como icónicamente sucedió con Barcelona (España) a partir de los Juegos Olímpicos de 1992. El certamen de la FIFA dio a Qatar la oportunidad para una expansión histórica de su infraestructura que sirve a sólo 2,7 millones de habitantes permanentes. Las obras fastuosas emprendidas tributan un homenaje a la fusión de tradición y progreso que impera en el país. El estadio con 40.000 asientos Al Thumama, donde Senegal y Holanda jugarán el primer partido, presenta la forma de un tocado árabe; el nombre de un árbol local; un sofisticado sistema de refrigeración con energía solar y las mejores comodidades disponibles.

Paradójicamente, la industria de la construcción ha sido fuente de las mayores críticas para el proyecto deportivo de los Al Thani. Según Amnistía Internacional, las temperaturas elevadas y las condiciones laborales semiesclavistas generaron la muerte de un número significativo de obreros migrantes. “Desde el momento en el que la FIFA adjudicó a Qatar la Copa Mundial se han formulado reiteradas denuncias de fallecimientos de trabajadores contratados para las grandes obras de infraestructuras, a causa del clima extremadamente caluroso del país y de las condiciones de trabajo abusivas. Tras cuatro años de reformas laborales importantes y de gran resonancia dirigidas a desmantelar el explotador sistema de patrocinio (‘kafala’) de Qatar, y cuando falta poco para la celebración de la Copa, la seguridad de los trabajadores sigue siendo una cuestión de enorme importancia y constante controversia”, indica un reporte de 2021.

El Gobierno del emir Tamin niega terminantemente que más de 6.500 obreros extranjeros hayan perecido en el proceso y defiende los cambios jurídicos implementados. “Para que estas reformas y muchas otras introducidas por Qatar sean efectivas, las empresas también deben rendir cuentas por sus acciones. Con nuevas leyes y medidas de aplicación más estrictas, estamos en camino de ganar la batalla contra aquellas compañías que pensaron que podían eludir la ley. Nuestro Gobierno envió un mensaje claro: no se tolerarán actividades ilegales”, dijo en julio de 2021 el vocero y miembro de la familia real, Thamer bin Hamad Al Thani, en respuesta a un editorial crítico del diario francés Le Monde.

A diferencia de otros países árabes, Qatar se presenta como un Estado que acepta las discrepancias y a las minorías, pero un artículo reciente de la revista británica The Economist sostiene que las libertades de prensa y de expresión están tan acotadas en la faz interna que pareciera que en Qatar no existen los opositores. La publicación apunta que las mujeres cataríes son ministras, juezas y embajadoras, pero aún necesitan el permiso de sus maridos para viajar. “Ningún país ha hecho más que el nuestro para apoyar las libertades en la región”, contestó en su momento el portavoz Thamer.

Un hecho revela cómo Qatar lidia con la crítica. En 2012, el poeta Mohammed al-Ajami fue condenado a prisión perpetua por unos versos que, según un Tribunal, cuestionaban al ex emir Hamad Al Thani e incitaban a la revolución. En 2016, el preso recibió un indulto de parte de Tamin, sin justificar los motivos, pero fuentes mencionadas por la BBC asignaron el perdón a la necesidad de cerrar los conflictos que podrían capitalizar la exposición del Mundial, una vidriera concebida para amplificar la grandeza del pueblo anfitrión y de sus gobernantes. Ese espíritu está presente en los eslóganes que exaltan al “emir glorioso” Tamin, cuyo retrato estilizado por el artista Ahmed Al Maadheed se ha erigido en un símbolo de culto a partir de la crisis diplomática de 2017. A consagrar aquella gloria -y no sólo a ungir un nuevo equipo campeón- se dirige el Mundial de fútbol.

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