De Felippe y su recuerdo sobre Malvinas: “La supervivencia te hace hacer cosas que son muy crueles”

De Felippe y su recuerdo sobre Malvinas: “La supervivencia te hace hacer cosas que son muy crueles”

El ex combatiente y ex entrenador de Atlético reflexiona: “De haber tenido contención al regreso, se habrían salvado un montón de vidas de pibes que se suicidaron”.

De Felippe recordó su participación en la guerra de Malvinas De Felippe recordó su participación en la guerra de Malvinas
01 Abril 2022

Por Pablo Lisotto / La Nación

Cuando apenas tenía 20 años, Omar De Felippe tuvo que combatir en Malvinas y gasta el día de hoy en él conviven diferentes recuerdos. En una entrevista publicada por el diario La Nación, el ex técnico de Atlético contó detalles sobre lo que vivió en esa guerra que lo marcó para siempre.

–¿Cómo vivís estos 40 años de Malvinas?

–Es muy movilizante. Después de tantos años, poder estar y reencontrarme para este aniversario con los compañeros de la Compañía A Tacuarí del Regimiento 3, que entonces estaba en La Tablada, es algo que no tiene precio. Por ahí para nosotros el 14 de junio es una fecha mucho más fuerte que la del 2 de abril. Creo que para hablar de Malvinas hay que hacerlo con mucho respeto, porque cada uno lo vivió, lo sintió y le afectó de una manera distinta. En estos 40 años celebraremos juntos con todos los que estamos, pero sobre todo recordaremos a los que no están. Porque los que se fueron, siempre están presentes.

–¿Te molesta que los medios te convoquen cada 2 de abril?

–No. Ya me acostumbré. Y desde mi humilde lugar no puedo ser tan egoísta de no querer hablar y ponderar que yo pude salir adelante y me reacomodé en la vida. Porque si nadie habla, ¿qué pasa con los que se quedaron allá? Cada vez que hablo es un pequeño homenaje a la gente que no está.

–¿Para qué servía el servicio militar?

–El servicio militar era obligatorio en la Argentina a los 18 o 19 años. Era estar bajo bandera cumpliendo como soldado en alguna de las tres fuerzas, de acuerdo con la numeración que te tocaba en el sorteo que se hacía el año previo, en relación a los últimos tres números de tu DNI: Armada, Ejército o Marina. Duraba aproximadamente un año. Hay muchas opiniones con respecto al Servicio Militar. Se enseñaba en base al rigor, al castigo y a un montón de cosas. Se sacó el servicio militar porque hubo un montón de cuestiones que en algunos lugares se fue de las manos. Una cosa es la disciplina, pero siempre hay que respetar al ser humano. Los que íbamos teníamos que entrar en esa disciplina, y no era fácil. Había cosas malas, pero también había cosas buenas. Porque a algunos chicos nos hacía bien algo de disciplina bien entendida. A otros no. Y quizás otros tenían la última posibilidad de dedicarse a algo, de hacer algo, de aprender o encaminarse en algo. Sobre todo, de lugares del país donde quizás no tenían las facilidades que sí se tenían en la Capital. Algunos aprendieron oficios y se pudieron dedicar a algo. La colimba tenía sus cosas buenas y malas, te daba herramientas para salir del apego familiar y fortalecer la personalidad de cada uno. Y eso está bueno. En mi caso fue una experiencia muy fuerte en lo referido al compañerismo, que se afianzó mucho más con Malvinas.

–¿Cómo se dio tu citación en 1982?

–Salí de baja el 24 de diciembre de 1981. Me reincorporé a Huracán, en una edad donde se definía si podía ser profesional o no. Hicimos pretemporada o algo así y cuando el 2 de abril tomaron Malvinas ya me la veía venir. No me sorprendió para nada la citación. Creo que entre el 9 y el 10 vino un soldado, dejó la cédula de presentación en casa. Mi vieja la recibió llorando y me avisó.

–No había guerra aún.

–No. Pero fue todo muy rápido. Me presenté un jueves. El viernes tuvimos visitas y fue mi mamá con mi hermano más chiquito [Walter, también futbolista]. Quedamos en vernos al día siguiente, pero apenas se fueron nos formaron en la plaza de armas del regimiento, nos dieron bolso, campera, casco, armamento, municiones y a las 12 de la noche, cuando ya no había gente sobre la avenida, entraron unos colectivos de línea, y salimos por Crovara para Morón, rumbo a El Palomar. Yo iba parado en la puerta de atrás del colectivo. Cuando estábamos saliendo vi a un amigo y le dije: “¡Negro, avisale a mi vieja que me fui!”. Y me fui.

–¿Qué sentías en ese momento?

–Fue un proceso de mucha euforia en ese viaje a El Palomar. La gente en los balcones, las calles con banderas. Como si fuera la despedida de tu pueblo cuando un plantel de fútbol se va a jugar un Mundial. Hasta que subimos al avión. Ahí la realidad nos marcó otra cosa. Cada uno con su bolsito y su ametralladora. De acá hasta Río Gallegos, donde nos dieron un mate cocido, no hablamos ni una palabra.

–¿Cómo se enteraron de que se venía la guerra?

–Hasta ese momento no sabíamos nada, porque a los soldados no suelen darle mucha información. Sólo reciben órdenes. Pero alguien escuchó a algún otro y nos fuimos enterando de que venían los ingleses. Hasta ese momento era todo tranquilo, cavando posiciones, comiendo dos o tres veces por día, bajando armamento. Hasta que los ingleses salieron para acá. Y cuando llegaron, todo fue cambiando. Porque comenzó el bloqueo aéreo, empezamos a dormir menos y a comer más aisladamente... Porque la supervivencia te hace hacer cosas que a veces son muy crueles. A nosotros nos repartían la comida en dos baldes de pintura de 20 litros. Por ahí no alcanzaba la comida para los que estaban en la punta, que éramos nosotros. Entonces cuando me tocaba repartir a mí, arrancaba por la otra punta. Y sabía que al día siguiente por ahí no iba a tener comida. Entonces dejaba la mitad del tarro de 20 litros. Repartía de ese modo y los de la otra punta no comían. No es nada fácil. A nosotros nos hablaban de un supuesto recambio de soldados después de 15 días en clima hostil. Pero era raro. Era un rumor que nos generó ilusión hasta que llegaron los ingleses. Ahí ya nos enfocamos en cuestiones relacionadas con el combate. Que fue más aéreo, desde aviones y barcos. Y cuando nos tocó ir al frente, obviamente los tiradores son los que están más cerca.

–¿Vos cumplías alguna tarea en particular? ¿Tenías miedo?

–A mí me gustaba mucho el tema de tirar. Pero en las prácticas de tiro, del otro lado el blanco no te dispara... La verdad es que todos tuvimos la sensación de que nos quedábamos allá. Porque los bombardeos eran constantes y a horarios inciertos. Después del 1 de mayo a las 4.40 de la madrugada, cuando cayó la primera bomba en el aeropuerto, ya fue un bombardeo insoportable. Sobre todo, por la noche. Para no dejarte dormir y lastimarte psicológicamente. Por momentos, era sentarte a fumar y a escuchar el silbido de los proyectiles, y rogar para que siguieran de largo y no cayeran en tu cabeza.

De Felippe y su recuerdo sobre Malvinas: “La supervivencia te hace hacer cosas que son muy crueles”

–¿Qué cosas positivas podés rescatar de una situación así?

–El valor de la amistad. El compañerismo. Cuando yo entro de nuevo, todavía había varios amigos míos haciendo el servicio militar. Uno de ellos era Juan Fernández. Los dos éramos apuntador de ametralladora. Y la ametralladora tiene tres componentes: el apuntador, el que lleva las municiones y el que lleva el trípode para apoyarla. La realidad es que todos quieren tirar, porque nadie quiere estar corriendo atrás del otro con las municiones y el trípode. Entonces Juan me dice: “Somos dos apuntadores, pero si tenemos que ir a algún lado, mejor que vayamos juntos. Así que, si se da eso, yo voy con las municiones”. Me acuerdo que esa tarde que nos dan el armamento, Juan me plantea revisar la ametralladora que nos dieron. Vamos a la zona de duchas y la empezamos a desarmar. Entonces Juan me dice que la que nos dieron no sirve porque no tiene la uña extractora, que es la que saca las municiones. Entonces, la armamos de nuevo, voy a la sala de armas, le explico al responsable y me dice: “Entrá, agarrá una ametralladora y decime el número de serie de la que te llevás”. Entro y sobre la derecha estaban las ametralladoras viejas, pero sobre la izquierda veo como 10 ametralladoras nuevas. Dejé la vieja, agarré una de las nuevas y cuando salgo me hago el distraído, doy el número de serie como al pasar y me voy. Cuando le muestro a Juan no lo podíamos creer. Era una belleza. Una Ferrari. Un día vamos a una práctica de tiro en Malvinas, antes de que lleguen los ingleses. Armamos todo, pongo la banda de municiones y no entraba de ninguna manera. Juan prueba y tampoco. Llamamos al sargento y cuando la ve nos dice: “¿Qué hacen con esto? Esta ametralladora es para bandas de municiones descartables”. No era para las que teníamos nosotros que eran continuas, y que no se desarmaban cuando tirabas. “Mañana te consigo 1000 tiros de banda descartables”. Y así fue y eso usamos, pero dosificando esos 1000 tiros. Y cuando se acabaron tiramos todo y agarramos un fusil y a otra cosa. Con la ametralladora vieja hubiera sido imposible porque tirábamos un tiro y no podíamos sacar la vaina.

–¿Tenían algún tipo de información de lo que ocurría en Buenos Aires?

–Nosotros aprendimos de lo que pasó estando acá. Leyendo sobre el tema. Que vino el Papa y las negociaciones. Todo eso fue después. Yo me entero en el barco Camberra que Argentina estaba jugando el Mundial. En alguna que otra carta te enterabas que la vida acá seguía como si nada, que había bailes, fiestas, que era todo como si no hubiera guerra. Eso te daba por las pelotas, realmente. Te daba mucha bronca. Porque creo que nadie tenía noción de lo que estábamos viviendo allá. Del frío. Del hambre.

–¿Cómo fue el día de la rendición?

–El 14 de junio estuvimos cara a cara con los soldados británicos. Mirábamos el armamento que tenía cada uno y ellos se sorprendían. Nosotros vimos que tenían armas descartables, que movían los cañones con helicópteros. Y ellos agarraban una ametralladora nuestra y hablaban en inglés, como no entendiendo cómo podíamos haber combatido con eso. Me acuerdo que ellos querían de recuerdo una pistola o algo. ¡Y nosotros queríamos un reloj! (se ríe). Además, nosotros allá usábamos la misma ropa que teníamos en La Tablada, más una campera y nada más. Con un frío al cual no estábamos para nada acostumbrados. La gente que venía del norte quizás fue con esa ropa también. Yo tenía dos pares de medias, un calzoncillo largo, la bombacha, camiseta, camisa, tricota, un chaleco y el camperón. Parecíamos un muñeco inflable. Y cuando estabas en el fragor de la batalla te sacabas algo porque no te podías mover.

–¿Cómo fue tu reinserción en la sociedad?

–Yo tengo una frase que dice que el fútbol me salvó la vida. Tanto para la ida como para la vuelta. Para ir, porque estaba preparado de una manera especial para ganarme el día a día, el hecho de tratar de imponerme en un grupo de 30 para demostrarle a un entrenador que estaba para jugar. Entonces, en un montón de aspectos estaba activado. Para ir, eso me ayudó. Pero más me ayudó cuando volví. Porque una vez que nos dejaron en la plaza y había que reinsertarse en la sociedad la pregunta fue “¿y ahora, qué?”. Y ese “¿Ahora qué?” fue bravísimo. Nadie nos abrazó, excepto nuestros familiares. Mi vieja fue la que más sufrió, y es hasta el día de hoy que no me pregunta nada ni me habla de Malvinas. Y la entiendo: a ella le llevaron su hijo. Y por eso uno entiende la entereza de los que siguieron adelante sin el hijo que quedó allá, o el pibe que su papá está en las Islas. Y cada abril son estas cosas. Por ahí no pensás en vos. Pensás en los que siguieron adelante sin sus familiares. Para los que siguen vivos, cada abril es recordar ese dolor. De alguna u otra manera, todos fuimos acomodando las cosas y entendimos de qué se trata la vida.

–¿Te guardaste algo de recuerdo?

–El camperón, el birrete (con una inscripción que puse allá que dice “Madre querida volveré”). Y obviamente la ropa limpia que nos dieron a nuestro regreso en Campo de Mayo.

–¿Estuviste enojado con algo o con alguien cuando volviste?

–Una vez acá empecé a ver cosas que no me gustaron. Los que nos mandaron tendrían que habernos contenido de alguna manera. Si vos estudiaste para un enfrentamiento armado, tenías que saber qué necesitábamos a nuestro regreso. Saber que tiene que haber una contención muy grande a esa gente. Y estoy seguro que de haber existido eso, se habrían salvado un montón de vidas de pibes que se suicidaron. Porque cuando te decía que el fútbol me salvó la vida, es porque tuve ese espacio para desahogarme. A la semana de llegar, Huracán me concentra con la Primera y dos compañeros me preguntaron qué pasó en Malvinas, y después de esa charla sentí que me había sacado 30 kilos de peso. Y me hizo bárbaro. Y también tuve una psicóloga, que me ayudó a seguir sacando cosas. Tuve un lugar donde descargar la mochila que traía. El que no tuvo eso, no tuvo opción y se suicidó. No culpo a la sociedad porque somos un país que no está acostumbrado a los conflictos bélicos. En mi grupo de amigos yo me acercaba y ellos se callaban para no molestar, cuando era al revés: a mí me servía hablar. El que llegó, se quedó sin novia, sin laburo, sin amigos y nadie le preguntaba nada y no tuvo la posibilidad de hablar con una psicóloga, se nos fue. Nosotros necesitábamos que nos abrazaran en ese aspecto. Sólo tenían que contenernos y escucharnos.

–¿Cómo viviste los goles de Diego a Inglaterra en el Mundial 86?

–Ese partido y esos goles los viví con mucha emoción. Y hasta llorando. Era un momento muy sensible para nosotros. Porque quizás, entre comillas, Diego a nosotros nos dio esa esperanza de que por lo menos al fútbol les ganamos. Yo no les tengo odio a los ingleses. En ese momento los ingleses eran nuestros enemigos. Pero cuando terminó la guerra vinieron los ingleses y convivimos armados ambos durante un tiempo. Y si yo hubiera querido, sacaba un arma y mataba a uno. Pero todos estábamos muy cansados mentalmente. Ni bien terminó la guerra había que volver a vivir en paz. En el Camberra veníamos hablando sin problemas. Nos cuidaban, nos llevaban a conocer el barco. Hubo un enorme respeto de ambos soldados. Los entendí como enemigos. Y el contexto del fútbol lo entendí totalmente: queríamos que la Argentina les gane a los ingleses. Pero no quería que maten a los jugadores. Ganamos, que era lo que necesitábamos por toda la carga que teníamos.

–¿Al ser excombatiente te remueve algo en particular esto?

–No sé. Pero te movilizan cosas que ves. El otro día veía un convoy destruido, los cuerpos de los soldados prendiéndose fuego. Lo pasaron por televisión. Y había sido reciente. Porque hoy con los celulares ves la crueldad. Porque no es una película. Es de verdad. Y entonces decís: “Esto es duro”. Pero no me afecta mucho o poco. Simplemente entendés lo que está pasando porque a mí me pasó. A mí me matan los chicos. Ver llorar a un pibe porque se está quedando sin familia, ¿y cómo sigue esa vida? Sos un hombre, vas peleás y si te salvaste, listo. Si te moriste, listo. Pero veía un padre que le entregó la hija a una periodista para ir a la guerra. ¿Y a dónde va esa nena? A mí me desespera. Historias que vos te preguntás cómo sigue. No vale la pena. Andá al medio del campo y hacé la guerra allá. Ganás, perdés. A otra cosa.

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