El arte de enseñar a respetar los límites

El arte de enseñar a respetar los límites

Aprender qué se puede y qué no es clave en el desarrollo infantil. Pero cómo enseñarlo requiere empatía, escucha y respeto. ¿Castigos?

PARA TODA LA VIDA. Una parte importante de la relación con el mundo depende de que los chicos hayan incorporado límites, dicen los especialistas. PARA TODA LA VIDA. Una parte importante de la relación con el mundo depende de que los chicos hayan incorporado límites, dicen los especialistas.

Aunque cada vez está más claro que cada niño y cada familia son diferentes, y que están inmersos en territorios y culturas diversas, lo cierto es que hay algunas cuestiones que son ineludibles. Pues si bien es cierto que los chicos no vienen con “manual de instrucciones para su manejo”, somos responsables de ayudarlos a crecer: es a partir de nuestra figura de los adultos (en especial, de progenitores) que irán modelando su relación con el mundo.

Una parte importante de esa relación con el mundo depende de que hayan incorporado límites; porque estos, además de restringir (y eso protege, en muchos casos) dejan claro las posibilidades.

“En este sentido, es clave cómo les transmitimos lo que está bien y lo que no; y, sobre todo, explicarles con detalle las consecuencias de sus actos”, resalta Adriana Acosta Bujan, comunicadora e investigadora universitaria en Puerto Vallarta, México, en el portal www.familias.com., y destaca que con frecuencia fallamos al establecer los límites (por ejemplo, con ciertos castigos) porque ellos no tienen suficiente madurez para interpretar las razones. “Entonces, no les servirán de nada, ni les dejarán un aprendizaje de vida”, agrega.

“Los padres deben poner en juego su capacidad de empatía, de ponerse en el lugar los niños y ver las cosas desde su punto de vista; percibir desde esa perspectiva el conflicto que ‘necesita’ de límites”, destaca Analía Lacquaniti, psicóloga tucumana especialista en clínica con niños.

El “cómo” es importante

Pero las potenciales dificultades de los “peques” para entender el mensaje no son el único obstáculo: cómo ponemos esos límites incide, y mucho.

“El niño se identifica con el trato que recibe; si en casa nos comunicamos gritando, lo más probable es que él también se haga entender a los gritos- agrega Lacquaniti-. El autocontrol se enseña”.

Y hay otro dato para tener en cuenta: “olvidamos frecuentemente que nuestro cuerpo no puede dejar de comunicar lo que siente, y que sus mensajes son más escuchados que nuestras palabras”, agrega Lacquaniti.

Sujetos de derechos

Contra lo que se puede pensar, los niños como preocupación científica recién no empiezan a ser relevantes hasta la segunda mitad del siglo XIX. Y recién a finales de ese siglo se plantean problemas prácticos en relación con las técnicas de crianza y de educación de niños, explica en un artículo académico Ileana Enesco, catedrática de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid.

“Sin embargo, hasta el siglo XX la infancia no es plena y explícitamente reconocida como período con sus propias características y necesidades, el niño como persona, con derecho a la identidad personal, a la dignidad y la libertad”, añade en el texto.

La construcción de esos sujetos arranca desde el nacimiento, en un marco de absoluta dependencia de los adultos y evoluciona en un ciclo de progresiva autonomía. “Pero la dependencia emocional de los hijos, que es larga, es también lo que les permite ser inteligentes, adquirir y formular una y otra vez complejas estrategias de relación con el entorno mientras los adultos nos ocupamos de su supervivencia” explica Lacquaniti.

Y esa inteligencia -advierte- no sólo consiste en desarrollar funciones cognitivas. “También consiste en la capacidad de comprender y regular los sentimientos y las emociones, tanto las propias como de los demás, y en utilizar esa información para guiar pensamientos y acciones. Esta inteligencia emocional sólo puede desarrollarse de la mano de otro ser humano”, añade.

El límite que enseña

Parte del proceso -señala Acosta Bujan- consiste es enseñarles que toda acción tiene una consecuencia, y si eso no se manifiesta con claridad (y nunca desde la ira), no será efectivo.

“Desde la lógica infantil, la asimilación y la compresión de lo ocurrido tendrá que pasar por un proceso complejo (...); obliga a los niños a ponerse en el lugar de los padres para tratar de entender por qué fue necesario el castigo”. Y agrega que en ese caso no implicará un real aprendizaje de vida. Cuando el límite tiene la forma de un castigo debe ser fácil de interpretar: por ejemplo: “no jugarás con este juguete hasta que recojas los demás”. “Así aprenderán lo que está bien y lo que no”, agrega.

“Cuanto más pequeños son (hasta los 5 años, aproximadamente) el límite o freno debe ser físico; nosotros impedimos la mala conducta, nos hacemos cargo, incluso poniendo el cuerpo (abrazo firme, aislamientos muy breves...) -resalta Lacquaniti-. En adelante, el niño tiene los límites paternos internalizados: sabe que los padres se obedecen, o aparecen las consecuencias”.

La contracara

Además de la empatía, son claves el respeto y la capacidad de escuchar. “Los padres debemos evitar corregirlo constantemente y los ‘sermones’; y tenemos que aprender a comunicarnos con ellos día a día, y comentando también nuestras emociones. No es bueno hablar sólo cuando hay un problema; también importa lo bueno”, señala Lacquaniti y agrega que es importante tomar conciencia de la emoción que invade a los chicos cuando se rebelan por algo.

“A través de esa actitud (que tomaremos como síntoma, o sea, una señal) el niño logra ser escuchado, aceptado y entendido; nos tomamos un tiempo para él; para que lo ayudemos a pensar y resolver alguna cuestión”, describe, pero advierte: “el síntoma también puede presentarse para distraernos de alguna preocupación o de un conflicto mayor”.

“Esa emoción una oportunidad para acercarnos en un momento íntimo y de enseñanza, para escucharlo con empatía, y convalidar sus sentimientos”, sintetiza.

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