Sos un *****, mejor callate #%&/, por q no t morís?, fraca5ad0, #gorda, #feo... En pequeñas y letales dosis, la web se ha convertido en un hormiguero para los discursos de odio (antisemitas, misóginos, racistas... elija su propia etiqueta y veneno).
Preguntarnos por qué abundan en las redes sociales esta clase de mensajes negativos nos lleva a avanzar un peldaño extra y cuestionar -en general- qué ocurre con el mundo en que vivimos.
“La violencia, envidia y odio han existido en la sociedad desde siempre, solo que el empleo del espacio virtual hizo que posean una mayor visibilización inmediata y le pongamos nombre a algunas prácticas y emociones históricas. La diferencia es que en la realidad existen frenos inhibitorios que nos impiden decir de frente las cosas o ir por la calle deliberadamente cometiendo agresiones”, comenta Marité Muñoz, secretaria general del Consejo Latinoamericano de Investigación para la Paz (brazo regional que responde a la Asociación Internacional de Investigación para la Paz).
“Una de las claves para entender a los haters es que la virtualidad (el detrás de la pantalla) genera una amplia libertad de expresión porque no ponemos el cuerpo al expresarnos ni lanzar mensajes malos. De cierta manera, ese escudo habilita una rienda suelta a nuestra mejor y peor versión”, agrega Verónica Suárez, también miembro del Claip.
Al escarbar en nuestros hábitos (y los dardos a los cuales damos enter), una de las característica que se repite en los foros o portales es la falta de empatía entre cibernautas.
“A veces no se trata de lo que decimos sino de las formas y la crueldad que acompaña a los textos. Ahí es cuando aparece la violencia. Mucha gente no entiende que decir algo que consideramos verdad -por el mero hecho de querer hacerlo- no significa que esté bien. El gran desafío en internet es decir las cosas con empatía y un lenguaje asertivo”, señala Muñoz.
Preformateado
Tampoco involucra una casualidad que entre los medios para responder a las publicaciones, las redes sociales ofrezcan la opción de “comentar” en lugar de nombrarse “charlar”. Parece puntilloso, pero la palabra implica una acción unidireccional; sin la chance inicial de un diálogo (salvo que lo convoquemos al contestar o en mensajes privados).
“En Facebook, las alternativas de reacciones incluyen el me gusta, me encanta, me importa, me divierte, me asombra, me entristece y me enoja. ¿Acaso no existen puntos intermedios? ¿Aquello que no me gusta, irrefutablemente debe enojarme?”, cuestiona Suárez.
Razón mata pasión
Con nada (o casi nada) de mea culpa, la tarjeta amarilla que exhiben los haters en cada partido de ética alude al “derecho a la libre expresión”. Y, ergo, a indignarse sin escatimar en detalles.
“Ante este razonamiento hay que preguntarnos ¿y el otro? Ese derecho existe y está amparado, pero no se trata de un compartimiento estático sino que juega dentro de un conjunto. Nosotros podemos opinar de lo que queramos en tanto y en cuanto no perjudiquemos los derechos de otro”, argumenta la directora del Centro de Estudios e Investigación para la Paz de la Universidad San Pablo T.
Mutear, eliminar, chau
En relación a los odiadores seriales, junto al menor temor a las represalias, aparece un fenómeno igual de problemático: la cultura de la cancelación. El neologismo, alude a la acción de retirar el apoyo o censurar (a través del bloquear, eliminar o ignorar) a los usuarios que no comulguen con las propias creencias, valores u opiniones.
“Lo que reside debajo de esta práctica es que, en realidad, no me interesa escuchar lo que el otro tiene para decir. Solo aparece como relevante aquello que digo yo y punto. Ni siquiera necesito una respuesta. En la presencialidad tal alternativa no aparece y, por tal motivo, en varias situaciones nos llamamos al silencio antes que pelear”, contrasta Muñoz.
No me conviene enfrentar a mi vecino, amigo o compañero de trabajo porque voy a seguir viéndolo. En cambio, el involucrar a desconocidos o residir en el anonimato borra muchos filtros.
Consejos
El primer tramo (aceptar la existencia del problema) está tildado. Sin embargo, ¿qué soluciones existen para contener el odio digital? Al consultarle por tips rápidos la coach ontológica Marta Hynes se muestra escéptica.
“Solucionar esta conducta implica décadas de trabajo en diferentes esferas (desde lo estatal a lo educativo e intrafamiliar). Pensemos que internet apareció y fue recién después de normalizar su utilización que arrancamos a trazar códigos y lenguajes exclusivos para el soporte”, introduce. Eso implica que ya desde nuestra mismísima génesis como usuarios hicimos las cosas mal.
“Además, aunque hablemos de una herramienta global, el uso que hacemos de la web difiere acorde a nuestros patrones socioculturales. Al punto de haber estudios que trazan una corelación entre el nivel educativo alcanzado y el tipo de comentarios publicados”, prosigue.
Con este paréntesis en mente, lo que sí podemos hacer es implementar algunas estrategias para aminorar nuestra injerencia en el caos.
1). Escribir con propiedad.
Cuando achicamos las palabras, inventamos términos y/o quitamos puntuaciones una fracción de nuestra capacidad para detectar emociones e interpretar los datos queda convaleciente. “Los humanos nos valemos de la comunicación gestual y corporal para interpretar las señales externas. Aunque el universo del www provee experiencias inmersivas todavía le falta llenar algunos huecos que solo ofrece la interacción cara a cara”, aclara Hynes.
En esa área vacante brotan las suposiciones. “Los datos contextuales no brindados se rellenan a libre albedrío. Por ejemplo, quedó demostrado que cuando escribimos en mayúsculas y sin puntos el lector siente que le gritamos y el grado de hostilidad mutua aumenta”, ilustra. Usar comas y un único par de exclamaciones contrarresta esto y ofrece una lectura neutra.
2). Purgar aquello que perjudique.
Una respuesta simple es tomarnos unas horas y eliminar del perfil a la gente que aporta cizaña o siembra discordia en la red. “Guarda porque no hablamos de cancelar, sino de una decisión consciente para filtrar los temas que preferimos evitar por nuestro bienestar integral”, destaca la psicóloga Lorena Reynolds.
“Mediante sus hashtags, Twitter e Instagram cuentan con configuraciones rápidas para omitir o silenciar ciertas temáticas. Este truco sirve al instaurarse tópicos que transgreden la información para brindar apenas una suerte de opinología”, amplía.
3). Repensar la actitud contestataria.
Aún de hervirnos la sangre, en ocasiones la solución a las agresiones pasa por llamar al silencio. “Esta época ha hecho de la actitud contestaria y la réplica un estandarte de lucha. En pos de defender alguna creencia, la gente suele frenar la violencia con más violencia (pensemos en la incursión de los escraches). Acabar con el circuito depende de nosotros y eso implica saber pedir perdón o bajar la cabeza”, contrasta la psicóloga.








