Uno entiende que se trata de decisiones, de formas de trabajo, de una búsqueda de preservar intimidades. Pero esta tendencia que se nota en ciertos entrenadores de fútbol de trabajar a puertas cerradas, sin presencia de terceros (incluyendo prensa), con controles estrictos (con anuencia dirigencial) hasta en aquello que los jugadores vayan a decir, o en las fotos por compartir en sus redes sociales es ya, por decirlo de algún modo, excesivo. ¿A dónde se quiere llegar con esto? ¿Sirve realmente de algo? ¿Ayuda a los equipos a ser mejores? ¿Permite lograr una sinergia de grupo, que contribuya a ofrecer mejores rendimientos cuando toca jugar? ¿O es apenas un capricho?
Partamos de una base: si eso de trabajar una práctica de fútbol como si se tratara de una cuestión de Estado fuera efectiva, todos lo harían y no habría equipo con malos partidos ni resultados. Lógicamente, eso es imposible. Entonces, ¿por qué lo hacen?
Y aquí ya no se trata solamente de que la prensa se queda sin la posibilidad de contar, describir y analizar de manera adecuada lo que está sucediendo con tal o cual plantel. Se trata de que el fanático, ese que acompaña siempre, que sufre y disfruta por los colores que ama, quiere saber. Y no lo dejan. Apenas si le queda el consuelo de ver jugar al equipo cuando se le programa un partido. Y después, otra vez a pasar por el lado oscuro de la Luna. A menos que alguien pueda “rescatar” algún dato, o filtre una información (sobre todo en las redes, lo cual no siempre es una fuente fidedigna), o cuente algo de lo que sucede en formato de rumor, de versión.
Así estamos con esta lucha que es seguir el día a día de ciertos equipos de fútbol. Ver para creer.