La lenta degradación de la vida

La lenta degradación de la vida

El orbe intimo que se dibuja en la interrelación de los personajes.

EL CENTRO DEL LIBRO. El eje en torno del cual gira el argumento del volumen de Delphine de Vigan es el deterioro inexorable de la vida. EL CENTRO DEL LIBRO. El eje en torno del cual gira el argumento del volumen de Delphine de Vigan es el deterioro inexorable de la vida.
23 Enero 2022

NOVELA

LAS GRATITUDES

DELPHINE DE VIGAN

(Anagrama – Buenos Aires)

Como en Las lealtades, en Las gratitudes Delphine De Vigan explora el mundo sentimental, el orbe intimo que se dibuja en la interrelación de los personajes. Se trata de un orden precario, sutil, difícil de definir. Pero la autora indaga justamente en eso que se torna leve, evanescente, insondable; indaga en la materia huidiza de lo fugaz, tenue y sólido, devorador: la vida misma.

Los personajes del libro son, fundamentalmente, tres: la anciana Michka, la vecina Marie (una especie de hija adoptiva) y el logopeda Jérôme. El escenario principal es un hospicio de ancianos. La novela está organizada en capítulos que alternan dos puntos de vista: el de Marie y el de Jérôme. Ellos miran y describen los comportamientos de la anciana. Ellos auscultan el valor de la existencia y, cada uno a su modo, entrega una perspectiva sobre el lento proceso de degeneración.

Las bifurcaciones

Todo transcurre en una serie de días que prefiguran el final y que narran de forma gradual el camino hacia la muerte. En el primer capítulo, Marie, una de las narradoras, nos advierte: “Hoy ha muerto una anciana a la que yo quería”. De modo que asistimos a un final anunciado. Como ocurre desde los orígenes de la literatura en Occidente, lo cautivante no es conocer de forma anticipada el final sino escuchar las voces, leer los excursos y las bifurcaciones en el sendero antes de llegar a la narración de la muerte.

El centro del libro está vinculado con el deterioro inexorable de la vida. Delphine De Vigan introduce hábilmente el corazón del relato, un corazón sepia, conmovedor, tirano: la desfiguración no buscada y natural. Dice Jérôme: “¿Esto es realmente lo que nos espera a todos, sin excepción? ¿No hay desvío, una bifurcación, un itinerario paralelo que nos permita evitar el desastre?” Quizás por eso resulta subyugante el libro: la autora encara de forma directa y tenue uno de nuestros problemas originales (arcaicos –de arché–, dirían los filósofos): la vejez y la muerte. ¿Qué hacer frente a la evidente degradación de la vida? ¿Cómo reaccionar frente a la caída? De eso se trata: a través de la mirada de dos personajes (similares en un punto) la autora francesa brinda una perspectiva tierna y demoledora de la desintegración de Michka (y de todos los lectores).

El naufragio

La anciana padece una enfermedad ligada a la pérdida de la memoria. Se trata de una pérdida particular: a medida que avanzamos en los capítulos captamos que Michka transforma las palabras, las mezcla, las olvida. Dice Marie: “En ocasiones Michka se detenía en mitad del salón, desorientada, como si ya no supiera por dónde tirar, como si hubiera olvidado de pronto aquel ritual tan repentino. Otras veces se detenía en mitad de una frase, tropezando literalmente con algo invisible”. Lo tremendo es que Marie (desde su punto de vista como narradora-personaje) pone en boca de la propia Michka la autoconciencia de la demolición: “El fin del cuerpo no sé cuándo llegará, claro, pero el fin de la mente ya ha empezado…”

El filósofo Karl Jasper dijo que el pensamiento filosófico surge en las situaciones límites. Aunque no se lo propone de forma sistemática, De Vigan reflexiona desde los extremos. En la novela Las lealtades, la autora francesa indagó en el borde triste y filoso de jóvenes alcoholizados que trafican con el fin. En Las gratitudes, se trata de otro límite: la vejez. En ambas novelas, De Vigan recupera el gesto antiguo y moderno de la literatura, el de bucear en las entrañas de los personajes, en los intersticios de la intimidad ficcional hasta sacar la muda nuez de lo real, eso que nos convierte en humanos y que nos descubre, una vez más, como precarios juncos pensantes, movidos por el viento de lo inexorable.

FABIÁN SOBERÓN

© LA GACETA

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