John Coltrane: La vida es inquilina de un saxo tenor

John Coltrane: La vida es inquilina de un saxo tenor

Hace 95 años, veía la luz el notable músico que le aportó nuevos horizontes al jazz. La comunión con la naturaleza.

Un ventarrón en Re menor brota entrecortado del saxo y se escapa al cielo ese lunes. Los ojos de casi 41 años garabatean una mirada desde un sillón y se entregan súbitamente al silencio. El jazz estalla en llanto ese lunes. La ascensión de su alma enriquece la tristeza de los pájaros.

1926, jueves 23 de septiembre. Hamlet, villorrio de Carolina del Norte. Casi nadie sospecha que ese changuito negro recién aterrizado hará hablar el jazz. La música resucita todos los días en la sastrería de John Robert, su padre adicto a los instrumentos de cuerda, mientras Alice Blairs, su madre costurera y traveseadora del piano, sacude spirituals en la oscuridad. Su papá tiene la desafortunada idea de morirse doce años después, de manera que deben buscarle a la pobreza un nuevo destino: primero en Atlantic City, luego en Filadelfia, donde “Trane” encuentra trabajo en una refinería y comienza a dibujar semicorcheas en el saxo tenor, mientras estudia en la Escuela de Música Ornstein.

Ocupa un puesto en la Banda de la Armada en Hawaii y luego incursiona en los conjuntos de Eddie Vinson, Dizzie Gillespie, Earl Bostic y Johnny Hodges. La heroína y el alcohol mantienen alertas sus pensamientos.

1955. Su talento germina en el grupo de Miles Davis: Bill Evans en piano, Davis en trompeta, Canonball Adderley en saxo alto, Paul Chambers en contrabajo, Jimmy Cobb en batería, son sus cofrades en el disco Kind of blue, que salta la tapia del jazz que se viene. Su primer registro como solista, influido por Thelonious Monk, lo encuentra acompañado por el pianista Cecil Taylor. Un estilo propio comienza a afianzarse y poco a poco provoca rupturas armónicas que desembocan en el free jazz.

Amor versus drogas

Otra Alice alumbra sus albas. Ella es pianista. Se casan. Llegan los hijos. El amor derrota a las drogas. Se entrega obsesivamente a su arte. Surgen discos sorprendentes: Giant steps, My favorite things, Impressions y Blue trane. Se alzan voces que quieren recortarle las alas. “Es música para músicos”, apuntan sus detractores. Los vanguardistas sobrellevan la desdicha de ser incomprendidos. Pero él sigue la línea de su corazón que monologa con nuevos horizontes.

McCoy Tyner (piano), Elvin Jones (batería) y Jimmy Harrison (contrabajo) son sus cofrades. En A Love Supreme, el saxo se desmembra en ecos, extraviando su espíritu en laberintos místicos. En Ascension busca la libertad. Una catarata incontenible de sonidos esparce su instrumento. La vida es inquilina de un saxo tenor.

“En ningún momento hay fin. Siempre hay que imaginar nuevos sonidos, nuevos sentimientos que transmitir. Y siempre está la necesidad de mantener lo más refinado posible esos sentimientos y sonidos, de manera que podamos ver realmente lo que hemos descubierto en su estado puro, ver lo que realmente somos y poder transmitirlo”, reflexiona.

Ha pisado ya la sombra de la cuarta década. Siente que la muerte lo asedia en cada solo, que sacude sentimientos. Dicen que el jazz no es ingrato. El reconocimiento tarda, pero llega al fin. 1967. Ese lunes 17 de julio, el cáncer de hígado ha terminado de tejer una ceremoniosa metástasis. Apenas le da tiempo para repasar algunas partituras y guardarlas en la memoria. “Todo lo que un músico puede hacer es acercarse a las fuentes de la naturaleza, y así sentir que está en comunión con las leyes naturales… mi música es la expresión espiritual de lo que soy, mi fe, mi conocimiento, mi ser”, piensa John Coltrane, mientras el más allá le está perpetrando una zancadilla.

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