“El teatro es un testigo implacable de la sociedad”

“El teatro es un testigo implacable de la sociedad”

Actor, autor, director, docente, es uno de los artistas de larga trayectoria de la escena tucumana. Las obras para chicos, la experiencia del radioteatro y el espacio de las artes plásticas. Sus maestros.

EN ESCENA. Jorge García ganó numerosos premios por su labor artística sobre los escenarios, como el Artea en 2018 por “El guiso caliente”. EN ESCENA. Jorge García ganó numerosos premios por su labor artística sobre los escenarios, como el Artea en 2018 por “El guiso caliente”.

Cinco días antes del estreno. Le entregan el libreto radioteatral. Le dice al director Alfonso Gómez Delcey: “Discúlpeme, cinco días son pocos ensayos; además no voy a poder aprenderme la letra”. “No importa. Nadie la va a saber. Para eso habrá un apuntador”, le responde. En el primer ensayo, sorprende al resto de la compañía porque ha llegado con la letra perfectamente aprendida. Pero nota que la veterana actriz Victoria Marcial también sabe la letra. Le dice al director: “Ah, no soy el único que se sabe la letra”. “No. Ella siempre se sabe la letra desde el primer ensayo”, contesta. “Qué bien. Es muy responsable”. “No. ¡Es sorda! Entonces no escucha al apuntador”.

Petiso. Gestos expresivos. Histriónico. Los personajes laten en su ser. Ríen. Lloran. Dramatizan. Se sienta en un banco de la plaza a esperar el lunes. Hurga en el espíritu de Shakespeare. De Camus. Despierta en la sonrisa de un changuito. Y si bien el teatro es, por lo menos, su amante, pese a los años, las artes plásticas le siguen presumiendo. “Descubrí mi vocación por el teatro cuando cursaba 4º año del secundario, tenía 16 años. No tenía muy buenas calificaciones en Literatura, no porque no me gustase leer sino porque era muy “inquieto” en el aula. El asunto es que llegó una nueva profesora y propuso hacer una obra de teatro para presentarla en un concurso intercolegial promovido por el Consejo de Difusión Cultural de aquella época. Fue mi oportunidad para mejorar notas y de paso tener contactos con chicas, puesto que yo iba a una escuela técnica con asistencia solo de varones. Las chicas que integrarían el elenco eran de la Escuela Normal. Pusimos en escena ‘Jettatore’, de Gregorio de Laferrère; ganamos el concurso intercolegial de ese año y ahí comenzó una ‘fiebre’ teatral que no paró nunca más hasta el día de hoy, 51 años de actividad”, cuenta Jorge García, uno de los actores más destacados que ha dado la escena tucumana.

- ¿Hubo alguien que te marcó una impronta en el Conservatorio de Arte Dramático?

- Sin duda, fue el profesor y también director del establecimiento, Bernardo Roitman, que nos transmitió, más allá de técnicas teatrales, el amor al teatro con todo lo que esto significa: dedicación, responsabilidad y a veces, sacrificio; cualidades que forman a un profesional de este arte. Nos solía decir: “a un ensayo solo se falta con el certificado de defunción”, o también “el actor la única esposa que tiene es el teatro y, si algún día se casa, esa será su amante”. Por eso es que los actores que comenzamos en esa época tenemos una disciplina muy estricta. Los jóvenes actores ahora son más flexibles; nosotros nos exigíamos mucho, supongo por la educación que habíamos recibido.

- ¿Con qué obra debutaste profesionalmente?

- “Montserrat”, de Emmanuel Robles en 1973, con dirección de Jorge Alves y Roitman. Este elenco de teatro independiente se formó con los que recién egresaban del Conservatorio. Yo estaba en el último año, por eso me integraron con un personaje menor. La obra, muy interesante, trata sobre la independencia americana; yo interpretaba a un indígena. En el comienzo de la vida profesional no nos animábamos a largarnos a hacer obras importantes, ni siquiera una creación colectiva. Comenzábamos con obras para niños, que creíamos más sencillas de encarar y formamos el grupo Actores Tucumanos Asociados, que lo integraban Rafael Nofal, Susana Santos, Nelson González y yo. Ahora los jóvenes son más audaces, se animan a poner obras sin tantos miedos ni prejuicios como teníamos nosotros.

“El teatro es un testigo implacable de la sociedad”

- ¿Cómo era el ambiente intelectual de los años 70?

- Caótico, de mucha efervescencia creativa y con bastante de bohemia. No olvidemos que influyeron mucho los movimientos hippies y la vanguardia artística que venían desde el exterior y la situación política que se vivía en el país. La confitería El Buen Gusto al mediodía y a la noche La Cosechera y La Carpa eran los “caederos” de todo actor, escritor o artista plástico que se preciaba de tal. En esos lugares se discutían fervorosamente puntos de vista políticos, estéticos o artísticos y algún chisme por ahí; discusiones que a veces llegaban a levantar tensiones vehementes y que ponían fin a viejas amistades o relaciones. Todo esto previo al Golpe de Estado. Después todo se “acható” y por un tiempo, se “mediocrizó”. Eran tiempos difíciles, donde el miedo, la censura y la autocensura hacían estragos en la producción artística. Había que llevar el texto de la obra a una oficina que dependía de la Municipalidad. Allí leían la obra y decían si la podías hacer o no, y te tachaban las partes que ese tribunal, por decirle de alguna forma, consideraba peligrosas políticamente o que atentaban contra la moral y las buenas costumbres.

- ¿El radioteatro tuvo un papel importante en tus comienzos?

- Sí. Alrededor de 1975 o 76, hice una gira, de cerca de un año, por el interior de la provincia con la compañía de Gómez Delcey; con la comedia “Felisa Tolosa, qué mujer tan mentirosa”. Al mediodía, por LV12, se emitían los capítulos de 30 minutos, en vivo. Ahí mismo se anunciaban las fechas en que se iba a las distintas localidades. A la tarde, se partía para el lugar de la función. Llegábamos a veces a lugares aislados, la única construcción que se veía era el local en que actuábamos nosotros, alrededor puros cañaverales asomaban. Se acercaba la hora de la función y nadie que fuera público se acercaba. Faltando media hora para el comienzo de la función veo que el mismo director lanza tres bombas de estruendo. A los minutos comienzan a llegar mujeres, hombres, familias en sulky, a caballo, en bicicletas, a pie, y no faltó a la cita algún motorizado. “El escenario” ya estaba preparado: podía ser un acoplado de camión, o unos tachos grandes de aceite sobre los cuales se montaban los tablones; y los locales más modernos podían presentar un escenario de mampostería. Luego venía la tarea con las telas que se llevaba: formar la caja escénica y colocar el decorado: una tela pintada de un interior hogareño o de otro lugar donde se desarrollase la escena.

- ¿Cómo se produce tu ingreso al Teatro Estable?

- La primera vez que trabajé en el Teatro Estable fue en Cyrano de Bergerac, de Edmond Rostand, en 1981, con dirección de Carlos Olivera. En esa época se hacían contratos solamente por obra y con una duración de tres meses. En 1983, la Dirección de Cultura llama a un concurso de antecedentes solamente para llenar cargos para el Teatro Estable. Así tuve la suerte de entrar y desde ese momento comienzan a hacerse contratos por años.

- También incursionaste en el teatro independiente con Oscar Quiroga…

- En 1982, trabajé bajo la dirección de Quiroga en Electra, de Sófocles en Nuestro Teatro junto a esa gran actriz y ser humano, Rosita Ávila. Nos hacía sentir como si fuera nuestra madre; cuidándonos y alimentándonos, tanto espiritual como estomacalmente. ¿Quién podría olvidar esos guisos que devorábamos cuando terminaba la función, y que ella ya los tenía casi listos? Nos hacía sentir que Nuestro Teatro era nuestra casa. Volví a trabajar en la casa de Rosita, y con ella por última vez, en 2004, con una obra de Martín Giner, dirigida por Debora Prchal. Ya no estaba en pie el teatro; hicimos la obra en el patio de la casa.

- El teatro para niños te tuvo también como autor, ¿cómo surgió esa veta? ¿Es difícil escribir para chicos? ¿Qué hay que tener en cuenta?

- Me surgió la necesidad de escribir por la falta de textos. Después descubrí que era muy placentero escribir para los niños. Cuando empecé a escribir, ya había hecho mucho teatro infantil, como actor. A los chicos hay que considerarlos, por supuesto, seres íntegros, capaces e inteligentes. Si en una obra para adulto, este pierde interés por lo que está ocurriendo en el escenario, se queda quieto pensando en lo que va a comer mañana o se duerme. El niño, no. Si pierde el interés en la obra empezará a gritar, a correr por el teatro o a tirarse con los caramelos. Más que las palabras lo atrapan las acciones; nunca más cierto en este caso: “una acción vale más que mil palabras”.

- ¿Siempre te atrajeron las artes plásticas? ¿Te dedicaste en algún momento a la creación o a la docencia? ¿El teatro le torció la muñeca al arte?

- Sí. Hice sobre todo esculturas en un breve tiempo. Pero el teatro me absorbió mucho más. A veces ensayaba dos obras al mismo tiempo a la par que trabajaba en la docencia, tanto teatral como de educación plástica. Luego dejé la docencia para dedicarme solamente al teatro. De todas maneras, siempre apliqué las artes plásticas en el teatro: diseñé escenografías y vestuarios de varias obras, entre ellas, La malasangre, nominada a la mejor escenografía en los Premios Artea. No está cerrado este capítulo, tal vez, más adelante, vuelva a hacer algo de pintura o escultura.

- ¿Cómo componés un personaje?

- Cada actor usa los recursos que tiene a mano. Recursos que van desde la intuición hasta el aprendizaje académico, pasando por la experiencia (no menor en valor). Antes el actor era pura intuición, pero desde que se sistematizó y profundizó el perfeccionamiento de las técnicas actorales, el actor tiene posibilidades de desarrollar mejor su talento natural. Generalmente, compongo los personajes con esta mezcla de intuición y técnicas; aprovechando lo aprendido con la experiencia y de mis maestros; maestros en cuerpo y alma y maestros en libros. Quién no se ha perfeccionado en este arte estudiando alguna vez a Stanislavski, Grotowski, Barba o Raúl Serrano, entre otros.

- ¿Comedia o drama? ¿En cuál género te sentís mejor expresado?

- Los dos géneros me gustan. Con los dos me expreso y disfruto. Cuando hago un drama me gusta que la gente se emocione, llore si es posible. Ahí descubro que estoy transmitiendo verdad, que mi actuación es creíble. Que el público sufra conmigo. Pero el del actor es un sufrimiento gozoso. En la comedia, el actor goza cuando el público se ríe, está atento o se divierte. Cada género tiene su secreto en cuanto a la actuación: es triste ver que en una comedia el actor se hace el gracioso buscando el chiste o hacer reír; la risa, la gracia o el chiste surgirá de la situación en que están viviendo los personajes. En la primera obra que hice en el secundario, Jettatore, mi personaje era un jugador lleno de cábalas. El texto marcaba que cuando yo lo viera entrar al Jettatore, al cual le tenía terror, del susto tenía que caer la taza de mis manos, cosa que hago en el estreno. Grande fue mi sorpresa cuando el público se rió de esa acción, ahí descubrí que estaba haciendo una comedia. Yo estaba perplejo porque a la escena la jugaba en serio, me asustaba con verosimilitud y el público se reía. Ahí descubrí que la situación es lo que hace reír en una comedia; quizás si yo la hacía a la escena haciéndome el gracioso, no hubiera pasado nada.

- En pocas palabras, ¿qué es el teatro?

- “El arte es una mentira que revela la verdad”. Es difícil una definición de teatro, podría haber cientos. Lope de Vega dice que teatro es un tablado, dos seres humanos y una pasión. Peter Brook: “un hombre cruza el escenario mientras otro lo mira y eso es teatro”. Más allá de las definiciones, el teatro es un testigo implacable de la sociedad. El arte en general nos empuja a tomar conciencia de lo que pasa a nuestro alrededor, a darnos cuenta; por eso debe ser que molesta a los que manejan el poder y el dinero.

› Una trayectoria

Nacido en San Miguel de Tucumán, en 1954, Jorge García es técnico profesional en Arte Dramático, egresado del Conservatorio Provincial de Arte Dramático “Ramón Serrano” en 1974 y licenciado en Artes Plásticas (recibido en 1980). Actor, director, autor, docente, ha incursionado también en la televisión y en el cine. Ha obtenido el Premio Artea en 1993, como mejor actor de reparto por “Esperando el lunes”; el premio Iris Marga de 1995 por mejor actor de reparto por “Sacco y Vanzetti”; el Artea y el Marga en el 97 al mejor actor protagónico por “Yepeto”; el Artea en 2012 a la Trayectoria; y Artea en 2018 al mejor actor de reparto por “El guiso caliente”, en la puesta del Teatro Estable.

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