Marta Gerez Ambertín: “la desobediencia de la ley conduce a la ruptura del lazo social”

La destacada psicoanalista reflexiona sobre la transgresión de los tucumanos. Infancia y adolescencia en Monteros.

Marta Gerez Ambertín: “la desobediencia de la ley conduce a la ruptura del lazo social”
Roberto Espinosa
Por Roberto Espinosa 24 Julio 2021

Tal vez, algunas veces, los duendes del arroyo El Tejar le dibujan alguna zamba desvelada de don Ata, rumores de arias de ópera, ecos de un cuarteto de Mozart en el firmamento de la interpretación de los sueños. Ese Monteros de la poesía y del asombro sigue pestañeando en la memoria changuita. Los senderos que se bifurcan la condujeron luego a explorar los laberintos, los misterios del alma. “Nuestra casa daba al frente de la plaza principal y el fondo al arroyo El Tejar. Me atraía sobremanera el circo, soñaba con ser trapecista. Lo cultural lo aportaba mi abuelo Navor Ambertín, masón, excomulgado por el Papa y con un pensamiento de avanzada, que tenía una pequeña librería. Su biblioteca era maravillosa, yo devoraba esos libros aunque no los entendiera. En mi casa se respiraban dos ambientes: la enseñanza y la música. Al primero lo aportaba mi madre que era directora de escuela, y sus cuatro hijos, primero, hicimos el magisterio. El ambiente de la música y el canto lo aportaba mi padre. Inolvidables las visitas de don Atahualpa Yupanqui; conservo en mi estudio una guitarra dejada por él que enmarcó en una obra la artista Nora Grupalli”, cuenta Marta Gerez Ambertín, doctora en Psicoanálisis, docente, investigadora, de prestigio internacional, autora de varios libros y una personalidad activa de nuestra cultura.

- ¿Algún docente te dejó una huella, te abrió rumbos?

- Cursé la secundaria en la Escuela Normal de Monteros. Más que huella de docentes tuve huellas de las materias cursadas, me encantaban las matemáticas, la química y la literatura. Todos los docentes dejamos huellas; unas malas y otras buenas. De todos modos, mi particular reconocimiento a ellos fue que me entregara el Diploma de Primera Doctora en Psicología de la UNT quien fuera mi maestra de primaria, la señora Tuca Toledo de Valenti, adalid de los maestros de Monteros.

- ¿En qué momento pensaste que la psicología podía ser tu camino?

- Desde muy joven me interesaron la química y las matemáticas, lo que me llevó hacia la Ingeniería Química; pero, mi pasión por las humanidades, me hizo desembarcar en la Psicología. La Facultad de Filosofía y Letras -por entonces no se había escindido Psicología- tenía buenos maestros. En nuestra carrera: Jorge Galíndez, que me hizo leer por primera vez Sartre y Lacan; Olga Doz de Plaza, que tenía una generosidad sin igual con alumnos y profesores y me alentó para que obtuviera el doctorado en Psicología e hiciera una corta estancia de estudios en París. Cuando recibí el título de posdoctora en Psicología Clínica en Brasil, lo dediqué a su memoria. Ella apostó por mí, en un principio más que yo misma, y eso no tiene precio.

- ¿Descubriste el psicoanálisis siendo estudiante o ya graduada? ¿Por qué te atrajo?

- Todo alumno de Psicología se topa con el psicoanálisis. La cultura occidental -guste o no- tiene un antes y un después de Freud. Hoy es difícil pasar por alto los sueños, lapsus y chistes que refieren a nuestro inconsciente más de lo que suponemos. Galíndez me permitió descubrir el psicoanálisis, que me atrajo porque planteaba las paradojas del ser humano más allá de lo sano o enfermo, de las clasificaciones cerradas o de lo estandarizado. Como docente universitaria de grado y posgrado tengo la responsabilidad de la enseñanza del psicoanálisis y no desisto de procurarme nuevos descubrimientos y una lectura siempre crítica de Freud y de Lacan. Dice Roland Barthes que hay una época en la que se enseña lo que se sabe y otra en la que se enseña lo que no se sabe: a eso él lo llama “investigar”. Yo sigo “investigando”, escribiendo y maravillándome con los hallazgos que puedo hacer con mis alumnos y discípulos.

- Se suele decir con frecuencia que el psicoanálisis ayuda, pero no cura, ¿es así?

- El psicoanálisis cura, y por tanto, ayuda. Pero la cura en psicoanálisis no responde al modelo médico, sino a la concepción misma del sujeto del inconsciente. Y es que descifrar el inconsciente -síntomas, chistes, lapsus, sueños, fantasías- produce un cambio en la posición del sujeto con los otros y consigo mismo. Hace posible que la subjetividad se amplíe al máximo y, en ese sentido, asumes grados de libertad y de responsabilidad que son reparadores. Desandar el inconsciente supone el descubrimiento de infinitas creaciones sobre vos y los otros, lo que te permite renovarte y recrear el mundo que, a veces, se torna incierto y hostil, más ahora en pandemia. Uno de los primeros réditos de la cura psicoanalítica es el desangustiar. Y es posible desangustiar allí donde se apela a que el sujeto se haga cargo de sus palabras y pueda tejer con ellas un mundo simbólico, a veces, vedado.

- ¿El espíritu transgresor del tucumano responde a una rebeldía ante la ley, a una incapacidad para convivir socialmente o a un estado de inmadurez? ¿O a las tres cosas? ¿Tiene solución?

- No solo los tucumanos, todos los humanos somos transgresores; la tentación por lo prohibido es universal. El mito fundante de nuestra cultura es una prohibición desobedecida, el de la famosa manzana. Una vez escribí un texto que tuvo mucha difusión: La tentación de lo prohibido, pero en el cual desalentaba la desobediencia de la ley que conduce a la anomia, a la ruptura del lazo social y a la fragilidad subjetiva. Con la ley siempre estamos en rebeldía, tensando esa rebeldía, sin esa rebeldía no se hubieran producido revoluciones; aunque toda revolución termina en un nuevo statu quo... hasta la próxima. Es obvio que, sin un sistema legal (que indica que ciertos actos están penados), las sociedades no hubieran existido. Y resulta espantoso que muchos de los encargados de administrar justicia se cuenten entre los “transgresores”. Se insiste con la supuesta “falta de educación”. No es educación lo que falta sino gente proba que haga cumplir la ley. ¿De qué sirve enseñar las leyes de tránsito si sabemos que podemos “arreglar” con el agente municipal? Recuerdo que, estando en una fila para entrar a la Torre de Londres, un nene se cuela por debajo de la cinta para adelantarse. Su madre le propinó un fuerte reto; es decir, la encargada en ese momento de hacer cumplir las reglas, lo hizo. ¿Eso es educación? Sí, pero también y por sobre todo, es penalizar a los transgresores, poner en claro que nuestros actos tienen consecuencias sobre los otros y sobre nosotros mismos... Dudo que ese nene repitiera su “avivada”.

- Se suele decir que somos hijos del rigor…

- También se insiste con “leyes más duras”. Aunque la ley señalara la pena de muerte por cruzar en rojo, seguiremos haciéndolo mientras estemos convencidos, por la realidad, de que “todo se arregla”. Y la primera en darnos el triste ejemplo es la clase política y judicial. El caso Tacacho es un tristísimo ejemplo de eso. La conclusión de algo así es espantosa: si denuncio mil veces a mi acosador y quienes deben protegerme protegen al acosador, lo que deberé hacer la próxima vez es pegarle un tiro. Como el Macbeth de Shakespeare: un crimen lleva a otro crimen. ¿Sería más educación la solución a esta anómica justicia por mano propia, o más y mejor administración de justicia?

- Somos incapaces de hacernos cargo de nuestras conductas, por eso, ¿la culpa siempre es del otro?

- El psicoanálisis plantea lo imprescindible de hacerse cargo de lo que somos, hacemos y deseamos. Cuando eso no sucede se tira la culpa al otro y se asume la posición de víctima y de padecer el suplicio de las víctimas que, al final, son siempre cómplices de algún verdugo. La posición de víctima es mucho más costosa para la subjetividad que la de sujeto responsable, pero claro, es más fácil victimizarse... solo aparentemente más fácil.

- Oscilamos entre un exceso de narcisismo y de autodenigración, ¿a qué se debe?

- Tiene que ver con la pregunta anterior, si cargo la culpa a los otros me autodenigro como pobre víctima y padezco… claro, con una cierta cuota de narcisismo, dado que soy ¡quien más padece! El narcisismo es una posición controvertida porque no te permite advertir tus propias miserias. A mayor narcisismo, mayor ceguera y más sufrimiento.  

- ¿Por qué nos cuesta tanto unirnos para ir tras un proyecto común?

- Creo que porque para eso sería necesario igualdad de oportunidades; que todos pudiéramos acceder a todo: educación, vivienda, salud, etcétera, y donde las diferencias se establecieran por el mérito y el trabajo. Pero en el planeta, en general, advertimos que pocos tienen mucho y muchos, nada. Borges decía: “todos somos la patria”, pero no todos tienen las mismas oportunidades en esta patria.

- ¿En la Argentina hay tantos psicoanalistas como problemas mentales tienen muchos de sus habitantes?

- Prefiero hablar de conflictos subjetivos, en lugar de problemas mentales, el psicoanálisis no se ocupa de lo mental. Y no diría que hay tantos psicoanalistas como conflictos subjetivos, en todo caso sí es cierto que en relación con otros países latinoamericanos, hay en Argentina muchos psicoanalistas. El psicoanálisis se instaló pronto en la clase media argentina que lo adoptó como un emblema cultural y como una manera de interrogarse seriamente procurando un cambio subjetivo. Psicoanalizarse es preguntarse sobre sí y sobre los otros, cosa que muchos no se animan a hacer. La difusión del psicoanálisis en Argentina es comparable a la que tiene aquí el buen teatro. Tantos teatros en Argentina, ¡es sorprendente! Y el teatro es un lugar donde interrogarse sobre sí, sobre los otros, sobre la condición humana, sin proponerse respuestas únicas. Esto, que para mí es el núcleo de la cultura occidental, es algo que distingue bien a los argentinos.

- ¿Somos un país de diván?

- ¡Ja, ja! ¿Vos crees? La metáfora “un país de diván” puede aludir a que hay muchos psicoanalistas; o que muchos quieren ir al psicoanalista; o que, como sociedad, debemos ir al psicoanalista. Creo que solo son válidas las dos primeras. Y si hay muchos psicoanalistas es porque muchos quieren ir al psicoanalista. Tenemos la suerte, incluso, de que se puede recurrir a los psicoanalistas en el hospital público, o en el sistema judicial mismo. Los sujetos que procuran un lugar donde interrogarse sobre sí, por el motivo que fuera, contribuyen a que nuestro país sea líder en la ampliación de derechos para todas las minorías y en la pacífica convivencia entre distintas comunidades religiosas o étnicas. Pero, además, nos aporta ese sentido del humor que reflejan nuestros humoristas como el inolvidable Guillermo Divito con El otro yo del Dr. Merengue o el supremo Quino con su Mafalda. La tercera opción -si como sociedad deberíamos ir al psicoanalista- es también válida para el todo el planeta; pero a ¿qué psicoanalista acudir?

Una trayectoria

Nacida en Monteros, psicoanalista, doctora en Psicología y posdoctorada en Psicología Clínica, Marta Gerez Ambertín es además profesora e investigadora de la UNT y de la Universidad Católica de Santiago del Estero; directora del Doctorado en Psicología de la UNT; evaluadora externa del Conicet, una de las fundadoras de la Red Internacional de Investigadores en Psicoanálisis y Derecho. Es autora de “Las voces del superyó”; “Entre deudas y culpas: sacrificios” (ambos traducidos al portugués) y compiladora de “Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico”.

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