UN TEXTO DE 1729. Rodolfo Pacheco protagoniza “Swift”, la obra de Elena Bossi sobre una propuesta satírica acerca de la explotación del hombre. prensa
En 2020, por el cuerpo de Rodolfo Pacheco pasó el covid. Venía de haber coorganizado la edición virtual de la Feria del Libro de Jujuy, de haber grabado textos de Albert Camus y de Antonin Artaud y de producir otros trabajos. Por eso, cuando afirma “en la pandemia se nos rompió el tejido social, son muchos los puntos sueltos que quedaron y en esa rotura la muerte metió la uña muchas veces”, sabe desde sus entrañas de qué está hablando. “Por suerte salí”, sintetiza.
El actor está en Tucumán para protagonizar “Swift”, el monólogo escrito por Elena Bossi a partir del texto “Una modesta proposición”, de Jonathan Swift (el autor de “Los viajes de Gulliver”) considerado un contundente alegato satírico contra la explotación del hombre. La función, con dirección de Cecilia Hopkins, será a las 20, en La Sodería (Juan Posse 1.141).
“Mi personaje propone una solución caníbal para que unos pocos vivan sin estrecheces a expensas de la mayoría, y así liberar al Estado de una superpoblación de indigentes improductivos y costosos de mantener. Desde un discurso inhumano, Swift propone reflexionar sobre las leyes del capitalismo: no hay otra forma de lograr que los habitantes de una nación se conviertan en su principal riqueza si no es transformándolos en objeto de consumo”, le dice a LA GACETA.
- ¿Cuántas similitudes ves entre lo escrito en 1729 y lo actual?
- Algunos críticos han dicho que es “un grito de angustia de un espíritu humano torturado”. Swift escribió este discurso irónico y feroz inspirado en el peor de los mundos posibles. Su ironía aporta reflexión sobre la crueldad del neoliberalismo global. Se expresa también en las imágenes seleccionadas para el espectáculo: la reproducción de “La masacre de los santos inocentes”, obra de Rubens de 1612, y el tapiz en escena, sobre un grupo de niños recogiendo uvas. La primera es de una violencia manifiesta aunque estilizada y la segunda, de ingenua belleza; ambas aluden al filósofo italiano Giorgio Agamben quien habla del sacrificio involuntario que realizan unos para salvaguardar la vida de otros. Además usamos la tipografía del frigorífico Swift, que desde 1907 trabaja en carnes envasadas.
- ¿La pandemia resignifica esa idea de lo descartable?
- La situación sanitaria mundial puso más aún de manifiesto el inmenso estado de desigualdad en el que viven las personas. Es evidente que los menos favorecidos son los que tienen menos chances de sobrevivir, como si se hubiera instalado una nueva especie de darwinismo social.
- ¿Qué cambió de la versión que hiciste en 1999?
- Esa versión fue estrenada bajo mi dirección en Rosario, donde vivía, en el Museo Municipal que antes fue casa de un embajador argentino. Los personajes eran una burguesa coleccionista de arte y un pianista que interpretaba Mozart y Chopin. Ella se emocionaba con la música y decía las barbaridades del texto de Swift; era sensible solamente para las cosas de su conveniencia. Era la época de Carlos Menem. En esta puesta se suma un elemento dramático adicional: el protagonista un simple trabajador, un sastre artesano, que porta sin contradicción alguna la violenta voz de la clase dominante, que proviene de los grupos de poder que lo oprimen. Un fenómeno bastante reconocible en los días que corren.
- ¿Cuál fue el aporte de Bossi?
- Quitó casi todas las marcas de época, sólo conservó aquellas útiles para dotar de cierto extrañamiento al lenguaje, y actualizó el sarcasmo político para referir a la actualidad con guiños sutiles. Se incluyeron algunas pinceladas de un lirismo ausente en la versión original, que cumple dos funciones: ofrecer al actor y a la puesta momentos para profundizar en el alma del personaje y acentuar el contraste entre su delicadeza y sensibilidad y la crudeza de su propuesta.
- ¿De qué forma trabajaron con Hopkins?
- Yo vivo en Jujuy y Cecilia en Buenos Aires. Propuso seguir la estética de los cuentos infantiles clásicos, con la tensión entre ingenuidad y horror y el vestuario de Roxana Ciordia apuntaló esa idea. Ensayamos por Zoom y cuando fue posible, presencial. Abordamos fórmulas expresivas del llamado actor nacional; buscamos referencias físico gestuales de Elías Alippi, Juan Verdaguer, Dringue Farías y Ulises Dumont. Y fue un lujo contar con Carmen Baliero para la realización de la música original, que pretende acercar el exterior ficcional a veces, y en otros casos transmitir la subjetividad y el estado emocional del personaje. Los elementos con que ella trabajó son sonidos sin referencias directas y melodías enrarecidas que insinúan de manera sutil canciones populares pueblerinas.
- ¿Qué implicó el reencuentro con el público?
- Estrenamos en diciembre de 2020. Hice dos funciones sin el “ángel de la guarda”, imagen que para el actor es la presencia del director. En enero pude completar la contención del estreno con Cecilia y acomodar lo necesario de ese trayecto del espectáculo que va “del ensayo a la recepción del público”. Creí que había perdido la percepción de la platea. El estreno fue un golpe en el pecho. Explotaba por salir al escenario. Tuve que respirar bien hasta acomodarme.








