El virus y la grieta juegan a las escondidas

El virus y la grieta juegan a las escondidas

Mientras el coronavirus acecha y pone en riesgo a la población, las diferencias políticas de los argentinos profundizan los riesgos. El ejemplo de Lula y de Cardoso parece una utopía en la Argentina. Días de tregua.

El virus y la grieta juegan a las escondidas

Los argentinos tienen un problema más grave que el coronavirus. Increíble. Es que siempre somos un poco más que el resto del mundo. Nosotros tenemos la grieta. Y para afrontar ese mal ningún laboratorio ha encontrado vacuna.

La grieta bloquea el entendimiento. Afecta la empatía. Enmudece. Crea monólogos y espanta los diálogos. Es pícara. Es irónica. Le gusta divertirse y hacer rabiar. Y ahora, cuando dispone de unos minutos, juega a las escondidas con el coronavirus. Cuando el virus se esconde, la grieta cuenta pobres; y cuando le toca el turno de ocultarse, el coronavirus cuenta muertos. Cuanto más dramático, mejor. Esta semana que ya nunca más volverá, en Santa Fe, apareció la primera persona muerta en un pasillo. La joven Lara Arreguiz se quedó sin fuerzas esperando una cama de terapia intensiva. En Tucumán, el colapso de la unidades es una brasa al rojo vivo. Nadie quiere estar en el momento de decidir a cuál paciente intuban y a cuál no.

Mientras los hombres y las mujeres de la salud esquivan ese momento, la grieta avisa que hay otros problemas. Muestra con estridencias el grito desesperado de aquellos que piden que los dejen trabajar a como dé lugar. Comerciantes y gastronómicos encabezan la fila de los desahuciados. Ellos también sienten que han colapsado. Los clientes se contaban por cientos, pero ahora alcanzan los dedos de las manos para enumerarlos. Y, a veces, sobran; y con esas falanges se enumeran los amigos que la Covid-19 se llevó y dejaron la silla vacía para siempre.

Para peor, al rebrote de la pandemia sacó a bailar al cronograma electoral. Entonces, se derrumbaron los pocos puentes de diálogo y de entendimiento que el virus y la grieta habían dejado en pie. Los responsables del Gobierno y de la oposición habían hecho algún esfuerzo durante el verano, pero todo se vino abajo como las hojas del otoño.

Mientras la política empezó a sacar las armas del ropero (menos en Lules porque ahí las roban y la Policía es incapaz de encontrar quién se las llevó), los ciudadanos sufren o porque no tienen plata para comer o porque la muerte los acecha. Y la grieta se divierte. El Gobierno es incapaz de hacer una autocrítica y queda acorralado entre su interna política, la restricción a moverse y la desesperación por trabajar. Enfrente, la oposición acecha. Está a la pesca del error inevitable de un Presidente débil.

Con esa música de fondo, cada integrante de la sociedad se va convirtiendo en voto y al mismo tiempo va dejando de ser persona.

¿Y, vos? ¿Con quién preferís jugar? Yo con el coronavirus. No será muy nuestro, es de todos, pero es más sincero. Hasta invita a la solidaridad. En cambio, la grieta hasta a la vacuna pone en duda. Hasta a la ciencia hace tambalear. Y, lo que es peor, deja secuelas en los pulmones de la democracia. Pero, cabe una aclaración para desdicha del ombliguismo y del egoísmo argentino: la grieta también se abre en otros mundos. La diferencia es que en otros lares los políticos son más inteligentes y menos egoístas.

Aquí cerquita, en Brasil, donde manda Bolsonaro, se juntaron el agua y el aceite. Es que Lula y Henrique Cardoso saben que hay cosas más importantes que los votos y que los triunfos electorales: los valores, las instituciones y los ciudadanos con sus libertades. Tal vez por eso se animaron, se reunieron y dialogaron. Algo impensable en la Argentina nuevaolera de hoy.

Limitaciones

La crisis sanitaria dejó al desnudo nuestras limitaciones como sociedad. El concepto, claro, engloba en primer lugar a los actores públicos. El Gobierno nacional se asemeja a veces a un boxeador al borde del nocaut. Parece groggy y sus movimientos pierden agilidad y destreza. Su margen de autoridad está a tiro del cuestionamiento y no del elogio de una sociedad agobiada, asustada y proclive al desacato.  Al frente, una oposición ansiosa por tomarse desquite de la derrota de 2015, cuyos dirigentes más radicalizados actúan convencidos de que es el momento de acorralar al Gobierno. Lo cual les quita margen de acción a quienes, por su temperamento y responsabilidades de gestión, intentan actuar más pausadamente, como es el caso e Horacio Rodríguez Larreta. Llama la atención, en este cuadro de situación, que hasta Elisa Carrió, siempre proclive a la sobreactuación del enojo y de la indignación, esté obrando con una calma que solo supo emplear durante el colapso de 2002. Tal vez el atinado encuentro de los ex presidentes brasileños le ayudan a reflexionar.

Al igual que en la Nación, también en estas comarcas se vivió esa dicotomía entre halcones y palomas, cuando el intendente radical de Yerba Buena cuestionó las manifestaciones frente a la casa del gobernador en las que tuvo activa participación algún exaltado concejal del PRO.

Ese cuadro de situación es muy propio de una inmadura sociedad, predispuesta siempre a la lógica binaria del Atlético-San Martín y oscilando con frecuencia entre la euforia y la depresión. Parece demasiado difícil aprender a convivir con tolerancia hacia nuestras diferencias y el justo discernimiento sobre para terminar las diferencias políticas, para empezar a reconocernos como argentinos, generando políticas de Estado comunes a todos, que ayuden a salir adelante a todos, no a los que están de un lado o del otro de la grieta.

La noticia destacada, y paradójica, es que en este mar revuelto, una suerte de calma chicha se produjo en Tucumán. Los mandamases del oficialismo y de la oposición parecen haber pautado tácitamente una tregua y bajaron el perfil de los conflictos. Se pararon los despidos cruzados, las persecuciones a “inflitrados” en las propias filas y las acusaciones y reproches cruzados. Hasta se vio un intercambio de gestos amables, como la autorización de la Legislatura a Manzur para comprar vacunas (un terreno en el que el gobernador se mueve como pez en el agua y tiene viejos conocidos) y el agradecimiento del mandatario local a los legisladores jaldistas. Esta semana será clave para ver si el armisticio prospera, se profundiza o si fueron simples fuegos de artificios para anunciar nuevas reyertas. Cuando la Legislatura se expida sobre la interpelación al ministro Juan Pablo Litchmajer se verá una señal.

En esa tregua, que se extendió a los cruces internos dentro del campo opositor, hasta se vio al al intendente de la Capital y al gobernador Juan Manzur generando iniciativas de contención a los actores más afectados (y exaltados) por el confinamiento. Chispazos de la política que ayudan a mirar de otra manera la grieta.

Descomposición

No obstante, no pueden dejar de verse con preocupación ciertas amenazas de descomposición en la sociedad tucumana. Que en un mes hayan ocurrido dos homicidios vinculados con la venta ilegal de flores de marihuana es un llamado de atención muy grave con relación a la envergadura que va tomando el tráfico clandestino de estupefacientes, siempre asociado a la existencia de redes mafiosas.

En la alucinante carrera entre el virus (renovado en su fuerza y velocidad de contagio) y la campaña de vacunación, Alberto Fernández apuesta a llegar a agosto en un estadio lo más aproximado a la inmunidad de rebaño. Serán dos meses durísimos, sin que nadie se atreva a pronosticar sobre el estado de ánimo ni sobre el humor de los argentinos. Apenas concluya ese plazo, estaremos en las puertas de las PASO de septiembre, que definirán el futuro de este Gobierno. La grieta sigue jugando a las escondidas con el coronavirus.

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