“Créeme, amor… Dios junta a los que se aman”

“Créeme, amor… Dios junta a los que se aman”

Fue una de las grandes cantantes de la música popular del siglo XX. Una vida de sufrimiento y abandonos. La generosidad con Atahualpa Yupanqui.

Domingo. París. La ambulancia resbala un barquinazo y alcanza la calle Belleville rumbo al hospital Saint-Louis. Es 19 de diciembre de 1915. Demasiado tarde. Llovizna. Mientras Louis Gassion, su marido, está celebrando por anticipado en una taberna, Annetta Maillard, cantante y acróbata callejera, da a luz en el Número 72 de la vereda. Dos policías reciben en sus manos a una changuita.

Hastiada de miseria, la mujer abandona al nómade trapecista y a la pequeña Edith Giovanna. Él la deja con su abuela, que en la normanda Bernay, vive con unas 20 pensionistas que han sacado carnet de licenciosa conducta. Una conjuntivitis mal curada le aturde los ojos. Tres años de ceguera. La abuela, sus inquilinas y la niña van a rezar al santuario de Santa Teresita de Lisieux. Milagro.

“Bajo el puente de Berçy, un filósofo sentado, dos músicos, algunos mirones, también gente por doquier... Cerca de Notre-Dâme, se incuba un drama, pero siempre en Paname todo puede arreglarse...” Louis dibuja acrobacias parisinas en la vereda. Una niña de 10 años pasea en el sombrero la esperanza. Algunas monedas piruetean en el cielo. Irán a caer en el bolsillo de la pobreza, donde padre e hija se calientan las manos.

A vagabundear. La changuita sigue luego con su hermanastra Simone Berteaut. Ya canta. El dolor astilla sus alas precozmente. Amores callejeros. Apenas tiene 15 años y ya una hija a cuestas. Se llama Marcelle. La meningitis se la llevará a los dos años. Bajo el puente de Berçy, Louis Leplée la escucha. Se conmueve. La lleva a su cabaret Gerny’s.

Pasta de sobra

1935. Miedo. Pisa el escenario. La mishiadura y el dolor navegan ahora en su pensamiento. Sacude la voz en sus entrañas. Silencio. Aplausos. No sabe que Mistinguette y Maurice Chevalier están presentes. “¡Esta chica tiene pasta de sobra!”, exclama Chevalier. Leplée la bautiza “Gorrión”. Una grave voz se iza en arco iris en el cielo de París. Canta. Sufre. Los romances atraviesan su corazón y dejan escombros. El deseo de un amor definitivo le hará escribir un himno, cuando el hombre de sus sueños cuelgue los guantes de la vida en un accidente en 1949. Es Marcel Cerdan, campeón de box, casado, tres hijos. La felicidad les recorre la sonrisa. Pero no puede ser. Edith se derrumba: “si un día la vida te separa de mí, si te mueres que sea lejos de mí, poco me importa, si me amas, así pues, yo moriría también. Tendremos toda la eternidad para nosotros en el azul de la inmensidad, en el cielo no hay más problemas. Mi amor, créeme que si nos amamos, Dios junta a los que se aman”. No puede estar sola. Se casa en Nueva York con Jacques Pills. La pareja naufraga.

Un “galopiador”

1950. En casa del poeta Paul Éluard, una guitarra y un cantor le tocan el alma. “¿Dónde trabajas?”, le pregunta. “En ninguna parte, ya me voy, ya me voy a mi país”, responde el “galopiador contra el viento”. “No, París tiene que escucharte. Ven mañana a las 8 al Athenée con tu guitarra. Te mandaré el auto al hotel”. El 7 de julio, ella abre el recital y su corazón ofrece más de 20 canciones. Luego lo lleva de la mano al escenario: “les presento a Atahualpa Yupanqui, un músico de mucho talento, a quien dejo cerrar el espectáculo. Quiero que lo escuchen como lo merece”. Le obsequia al final a don Ata su cachet y el afecto de los franceses.

Tiene una varita mágica: hombre que toca llega a la fama. Yves Montand, Charles Aznavour, Gilbert Bécaud, Georges Moustaki, Eddie Constantine... La desesperación busca el amor. 1957. Conquista el Carnegie Hall. Su amiga Marlene Dietrich le dice: “hay que volver a Dios”. Llega a Buenos Aires. El teatro Ópera la mece 14 días.

París en coma

1958. Dos accidentes le astillan sus vértebras. 1959. El dolor la desmaya en el escenario el 13 de diciembre. “No podrá volver a cantar, ni a caminar”, es la premonición médica.

1960. El 3 de setiembre entra en coma. París entristece. El Gorrión quiere vivir. Dicen que el canto es una victoria sobre la pena.

Junio de 1961. Desafiando los malos agüeros, sacude la emoción en el teatro Olympia.

1963. No todo está perdido. Algunas fuerzas la acompañan. Aún hay calor en sus manos. Theo Sarapo tiene 23, ella, 47. Se casan. Pero el fatigado corazón ya no resiste un soplo de felicidad. El 10 de octubre, la insuficiencia hepática la acorrala. Una canción balbucea ese sábado en los párpados de la mañana: “no me arrepiento de nada, ni el bien que me han hecho, ni el mal, todo para mí es igual… barrido mis amores con sus temblores, barridos todos los días, vuelvo a empezar de cero…” El cielo se ensombrece un instante. Las palomas eternizan su murmullo en el aire, mientras un filósofo bajo el puente de Berçy se ha puesto llorar. Tal vez porque Edith Piaf va sintiendo la muerte en sus alas.

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