Paro de colectivos: la confusión es protagonista en las paradas de las combis

Paro de colectivos: la confusión es protagonista en las paradas de las combis

Entre los pasajeros abundan los elogios y las críticas al sistema urbano, pero todas las voces coinciden en un aspecto: “es mejor que nada”.

AGLOMERACIONES. Cada vez que arriba un coche, los pasajeros intentan asegurarse un lugar y realizan numerosas preguntas a los conductores. AGLOMERACIONES. Cada vez que arriba un coche, los pasajeros intentan asegurarse un lugar y realizan numerosas preguntas a los conductores. LA GACETA / FOTO DE JOSÉ NUNO

¿Cuándo pasó por última vez? ¿Por dónde va el siguiente? ¿Sabe si baja por la avenida Jujuy? ¿Esta es la línea A, B, C o D? ¿De qué color? Estas y tantas más son las preguntas que se hacen los pasajeros en las paradas improvisadas del Servicio Excepcional de Transporte Urbano (SETU) que dispuso la Municipalidad de San Miguel de Tucumán. Con combis y minibuses particulares, el sistema cumple hoy el cuarto día de funcionamiento con el objetivo de paliar los efectos del paro total de choferes de colectivos, que ya lleva cinco jornadas.

Mientras aguardan las unidades, los usuarios comparten dudas, críticas y elogios a la alternativa de emergencia (tiene un costo unitario de $ 50 por viaje y cuenta con 150 coches en 12 circuitos). LA GACETA recorrió una serie de paradas en la ciudad y constató que los tiempos de espera son dispares: en algunos casos son inferiores a 20 minutos y, en otros, superan la hora.

Como con todas las novedades, los ciudadanos se dividen entre los que miran el vaso medio lleno y aquellos que lo ven medio vacío. Todos los consultados, no obstante, coinciden en un aspecto: el SETU “es mejor que nada” mientras persiste la medida de fuerza de la Unión Tranviarios Automotor (UTA) de Tucumán, que en principio durará hasta los primeros días de la semana que viene.

“A mí la verdad no me conviene. Vivo en la Congreso al 3.800 y tengo que caminar ocho cuadras a las 7 de la mañana hasta la Jujuy. Normalmente lo tomo a tres cuadras y en una zona más segura. Tengo que esperar no sé cuánto tiempo con el riesgo de ser asaltada y con la incertidumbre de si podré subirme o no porque quizá la traffic va llena”, protestó Eleonora mientras esperaba la línea roja D en Virgen de la Merced y 24 de septiembre. La espera para regresar a su casa, tras cumplir su jornada de servicio doméstico, llevó media hora.

Otros pasajeros interrumpieron la conversación para destacar que, al menos, el ahorro es significativo en comparación a pagar un taxi para un recorrido similar. “Habrías pagado como $ 400 y esto sale $ 50”, le contestó Marina, una empleada de comercio que -incluso- dijo preferir el SETU antes que el servicio tradicional de ómnibus. “Yo tengo que ir hasta la Jujuy al 1.500 y esto es una gran ayuda. Demora menos que la línea 11, que funciona bastante mal. Es una buena alternativa”, contrastó la joven.

La hora de la verdad

Los minutos pasan y la impaciencia se suma a la confusión. Los pasajeros descienden al pavimento e intentan avizorar a lo lejos si alguna combi se acerca. Cuando finalmente sucede, la aglomeración es inevitable. Por momentos, policías que casualmente pasan por el lugar piden respetar el distanciamiento físico para evitar contagios de covid-19. La paradoja es que sólo los primeros en adelantarse podrán subirse a la unidad si esta arriba casi repleta: por protocolo, los conductores procuran que no sean ocupados todos los espacios disponibles. No siempre sucede.

“Es un poco desordenado. Muchos choferes hacemos triple trabajo porque manejamos, cobramos y además respondemos las dudas de los pasajeros. El tema es que no siempre sabemos porque todo es nuevo y falta información”, reconoció Ricardo García mientras manejaba una unidad semivacía de la línea B. Su jornada se inicia a las 7 en el Barrio Terán y dura, de forma intermitente, hasta las 18. “Viene bien después de un año sin trabajar”, expresó el joven, que se dedicaba a transportar grupos turísticos.

El equipo de choferes es diverso y no está nucleado. En algunos casos, padres e hijos se dividen las tareas y trabajan de forma autónoma con vehículos propios. Otros, en tanto, son contratados por las empresas que los emplean. Por lo general, reciben un porcentaje -hasta un 20%- de cada boleto vendido en el día.

“Nadie sabe explicar”

Alexander Daniel Vera reside en Villa Angelina y trabaja como vendedor ambulante en El Bajo. Con un carnet de discapacidad en mano, se preguntaba si su viaje sería gratuito. “Tengo parkirson y es la primera vez que voy a usar las combis porque no sabía. He gastado más de $ 1.000 en taxi estos días. Creo me servirá, pero veo que voy a tener que caminar 10 cuadras desde donde me baje hasta mi casa”, manifestó.

Fuentes municipales explicaron que deberían ser aceptados los pases para viajar gratis por discapacidad, pero no los boletos estudiantiles (BEG y BUG).

Las posturas ambivalentes de los pasajeros se replicaron con el pasar de las horas. “La traffic me deja a siete cuadras, pero es mejor que nada. Es pagar $ 50 aquí o $ 300 en un taxi”, resumió Agustina González, empleada de comercio, mientras esperaba regresar a su casa.

Analía Llanos, en cambio, se quejó por las demoras con la línea A. “Tendría que haber al menos tres unidades, no sólo dos en este recorrido. Nadie sabe explicar nada; está mal organizado. Es bastante improvisado y genera estrés porque uno no sabe a dónde va si no pregunta. Saca de apuro para pagar menos, pero hay bastante gente disconforme”, planteó la trabajadora doméstica que viajaba a Plaza Los Plátanos.

El paro de UTA sigue y los usuarios ya se preguntan cómo viajarán el lunes. Por ahora, hay más preguntas que respuestas.

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