Cadena de favores

Una de las más grandes carencias que tenemos como sociedad es la falta de perspectiva.

Siempre, o casi, anteponemos las carencias materiales a las espirituales, creativas, éticas… Y es lógico.

Sabemos que el hambre no deja pensar. Nadie puede negar esto. Una persona que no come o que no puede alimentar a sus seres queridos lejos está de poder proyectar objetivos más altruistas, elevados, solidarios.

Cuando no se tiene para comer la única solidaridad que importa es consigo mismo.

La sociología la llama “inseguridad alimentaria”. Es cuando no alcanzan los recursos para garantizar la comida a todos los miembros del hogar.

Según un relevamiento de la consultora OnePoll, cinco de cada 10 argentinos enfrentaron “inseguridad alimentaria” en algún momento de sus vidas y al 57% de ellos les pasó por primera vez desde el inicio de la pandemia. Es decir, la “inseguridad alimentaria” creció alrededor del 25% en 2020.

Casi seis de cada 10 argentinos comieron mal este último año. No sólo poco, sino mal.

El 60% de los argentinos, en el mismo estudio, reconoció que no puede acceder a los alimentos saludables porque son más caros.

En la base de la pirámide alimentaria, en cuanto a costos, están las harinas. Es por esa razón que en los sectores más postergados advertimos un mayor porcentaje de personas con sobrepeso.

Solemos confundir la “gordura” con el buen comer y muchas veces es todo lo contrario.

Esto ocurre, trágica paradoja, en un mundo que no consume el 40% de la comida que produce. Una cantidad que alcanzaría para alimentar a 3.000 millones de personas, poco menos de la mitad de la humanidad.

Alimentos que se desperdician, se deterioran o se vencen en la cadena que va desde quien los produce, los transporta, los distribuye o los vende.

Se estima que en los próximos 30 años se producirán más alimentos que en los últimos 8.000 años.

En 2050 seremos 9.000 millones de personas, 2.000 millones más que hoy.

Cuesta pensar qué ocurrirá, además, con todos esos desperdicios, residuos, envases, energía consumida, etcétera.

En Estados Unidos, por ejemplo, el 90% del agua la utiliza la agricultura y de ese porcentaje el 40% se desperdicia, no llega a regar nada.

Monarquías encubiertas

De las privaciones materiales, el alimento es la primera. Después están también la salud, la educación, la seguridad, el trabajo, el transporte, la vivienda…

Sin embargo, por qué no pensar que la falta de perspectiva social no es la consecuencia de estas carencias materiales, sino quizás la causa.

Nos falta iniciativa privada. No en términos economicistas, de libertad de mercado. Adolecemos de iniciativa privada al margen de la política, como individuos libres y soberanos para decidir nuestro destino.

En países como Argentina, subdesarrollados, con más de la mitad de la gente en la pobreza, con índices alarmantes de corrupción, la clase política funciona como una especie de monarquía encubierta, una realeza inculta, privilegiada, muy privilegiada, pero bastante mediocre.

Nos falta determinismo y nos sobra paternalismo. Así caemos en reduccionismos idiotas como culpar al monarca de turno por todo lo que nos pasa. Macri, Alberto, Cristina, Manzur, Jaldo y cualquier otro nombre propio que tenga el patrón de turno.

Ya hemos visto los argentinos, durante décadas, que la política no es el arte de solucionarle los problemas a la gente, como indican los manuales, sino de agravarlos.

Y en provincias como Tucumán, tan deterioradas y saqueadas, la clase dirigente ha hecho de ese arte de arrasar con todo un sistema de gobierno.

200.000

Hace un par de días nos preguntaban qué debería saber hacer el próximo gobernador de Tucumán, que no hizo ninguno hasta ahora, para sacar a la provincia de la miseria en que se encuentra, en todos los frentes.

Respondimos, “debería generar 200.000 puestos de trabajo”.

En la lógica de la dirigencia tucumana esto equivaldría a nombrar 200.000 nuevos empleados públicos.

Es lo único efectivo que supieron hacer hasta ahora, nombrar gente y seguir hipotecando el presupuesto, la infraestructura, los servicios, el desarrollo sustentable.

Por eso inmediatamente aclaramos, el dirigente no debe generar los puestos de trabajo, al contrario, debería reducirlos al mínimo necesario. Lo que debe hacer la buena política es brindar las mejores condiciones para que la propia sociedad genere esos empleos. Reducir impuestos al que crea trabajo, mermar la burocracia y los trámites para montar una empresa, incentivar las inversiones privadas, eliminar las coimas en cada paso (municipal, provincial, nacional), fomentar los microemprendimientos con estímulos reales, no sólo anuncios de buenas intenciones que nunca se aplican.

En definitiva, premiar al máximo y cuidar al que emprende. Que todo el mundo quiera venir a invertir y a producir en Tucumán. Exactamente lo contrario de lo que se viene haciendo.

No hay rutas en buen estado, no hay agua ni energía suficiente, no hay seguridad, hay demasiada gente que cobra un sueldo sin trabajar (¿para qué querrían un trabajo de verdad?) y las cargas impositivas agobiantes desalientan cualquier proyecto.

Seamos mejores personas

Cuando se carece de perspectiva se pierde el rumbo, porque no sabemos dónde está el horizonte. Y el horizonte no se encuentra mirándose al ombligo, que es lo que le ocurre a nuestra clase dirigente. Saber roscar no es saber gobernar, es sólo saber roscar, maña que con el tiempo aprende hasta el más bruto.

Gobernar es desarrollar, producir, administrar, proteger. Nada de lo que hoy se hace, por malicia o por impericia, según el caso.

Mientras esta gente no se cansa de chocar el barco -hasta que algún día se hunda- ¿qué podemos hacer los ciudadanos de a pie? Mucho, un montón de cosas.

No hace falta un peso para montar una poderosa huerta en casa. Ni siquiera es necesario demasiado espacio, con sistemas de cajones escalonados.

Una sola gallina ponedora produce más de 300 huevos al año. Y de una sola coneja pueden hacerse hasta 100 conejos por año. Son más de 500 kilos de una de las carnes más nutritivas y saludables.

Hay cientos de cuadras en Tucumán que no tienen un solo árbol o una planta bonita. Nadie debería esperar a que el municipio lo haga, menos en una provincia tan calurosa.

Cuatro kilos de pintura a la cal cuestan $300, suficientes para hermosear el frente de la casa. Y por cien pesos más le damos el color que queramos.

¿No sería hermoso Tucumán con todas sus casas y edificios de colores o blanqueados?

Nuestras casas reflejan nuestro estado de ánimo, por eso la ciudad está tan fea.

Una parra de uva da frutos cinco meses al año, según la variedad, y un limonero adulto abastece a varias familias todo el año.

Cuando barremos la vereda, con cinco minutos más también podemos barrer la del vecino.

En casa, cuando se cocinan fideos o un guiso a veces tiramos un paquete de más a la olla y después los repartimos en los semáforos. Y los hijos crecen viendo esos ejemplos.

Debemos prestar servicios sin esperar nada a cambio. Generar cadenas de favores entre los vecinos o en nuestros círculos más cercanos. Todos sabemos hacer algo que otro no sabe. Cocinar, coser, soldar, o sabemos de electricidad, de mecánica, de matemáticas, de lengua. A casi todos nos sobra algo que a otro le falta.

Si cada uno de nosotros ofrendara cuatro horas semanales, que a veces desperdiciamos aburriéndonos o haciendo zapping, podríamos revolucionar en pocos meses decenas de comedores, escuelas públicas o centros sanitarios.

Si sabemos algo de plomería qué nos cuesta regalar dos horas de nuestra vida para arreglar el baño de la escuela del barrio, baño que quizás mañana usen nuestros hijos o nietos.

Cuando uno presta servicios de forma gratuita y desinteresada, la devolución espiritual es tremenda, y no tarda en llegar. Mientras le ayudamos a cambiar la vida al prójimo nuestra vida da un giro enorme, se transforma en una existencia que merece ser vivida, no en un tránsito inerte, egoísta y sin sentido por este mundo.

Cuando ayudamos a otro o hacemos algo bueno cada día, por más pequeño que sea, nos vamos a dormir con una sonrisa, en paz. No es mentira.

Estos son sólo ejemplos sencillos que surgen a borbotones mientras escribimos esta columna. Seguro en la imaginación prolífica de los lectores se multiplicará por mil las formas de ayudar y de ayudarnos a nosotros mismos, sin esperar que los cambios lluevan de la política. Ya demostraron nuestros dirigentes, durante demasiados años, que no saben hacerlo. Es un Estado ausente.

Retomemos la iniciativa privada, particular, individual, que no tarda en transformarse en energía colectiva, por contagio, para mejorar nuestras vidas, con nuestros propios medios.

Tucumán necesita urgente una revolución de cadena de favores.

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