Una tragedia con quórum

A la misma hora en que el gobernador Juan Manzur daba un pésimo ejemplo -uno más-, acto que algunos tildaron de papelón mayúsculo, las estadísticas volvían a ubicar a Tucumán entre los peores distritos argentinos.

Dos hechos que no fueron relacionados ni por la prensa, ni por la clase política, ni por la sociedad en general, pero que están necesariamente vinculados. Son causa y consecuencia, uno del otro.

Si sembrás una bomba no pretendas luego que allí crezca el árbol de la paz.

El último día de marzo, Manzur organizó un acto masivo en la sede central del Partido Justicialista, en pleno centro tucumano. El edificio no daba abasto en su capacidad, estaba atestado de dirigentes, punteros y alcahuetes de oficio.

No hubo distanciamiento social, registro de temperatura al ingreso ni alcohol obligatorio. Lo que sí sobraron fueron abrazos, besos y barbijos mal puestos.

En simultáneo, el funcionario del Siprosa, Luis Medina Ruiz, frente a las cámaras de LA GACETA Play, le imploraba a la población que se cuidara, que se quedara en casa, que evitara las aglomeraciones y que tomara todas las medidas de prevención e higiene.

“Si perdemos la conducta de cuidados, en dos semanas podemos tener un cuadro crítico en la provincia”, advertía. Y a la vez, responsabilizaba a la sociedad por el aumento de casos, a las fiestas clandestinas, a las reuniones sociales y a la apatía generalizada frente a la pandemia.

Lo mismo que la ministra de Salud, Roxana Chahla, quien cada vez que puede nos reta como maestra de escuela, a veces enojada, ante la insensibilidad (¿ignorancia?) de la población.

Su propio jefe no le hace caso y encima lo hace frente a todas las cámaras.

Claro, por eso es el jefe, o al menos eso es lo que quiso demostrar el miércoles pasado, violando todos los protocolos de bioseguridad que él mismo ordena.

¿Para qué? Para nada. Si usted no está enterado por qué motivo se amontonaron cientos de personas en la sede del PJ, no se perdió de nada.

No discutieron cómo generar empleo y bajar la pobreza, no hablaron de la inseguridad apabullante, ni de las muchas miserias que padecen los tucumanos gracias a las in-decisiones que toman esos mismos dirigentes, punteros y alcahuetes de oficio.

Esa reunión irresponsable fue sólo otra mano de la eterna partida de truco que juegan el gobernador y su principal adversario, el vicegobernador Osvaldo Jaldo.

Allá abajo, lejos, en el barro nauseabundo de las aguas servidas, está la gente y sus desgracias.

La degradación

No le alcanzó a Manzur con mostrar su impunidad para hacer reuniones de cara a las víctimas de la pandemia, sino que llevó casi a rastras a una anciana, la histórica dirigente Teresa Felipe de Heredia, para que completara el quórum de congresales del PJ.

De nuevo, ¿para qué?, para nada. Apenas para mostrar que es más fuerte.

Esta mujer, de 91 años, llegó a la casa peronista sostenida de una mano por Manzur y, de la otra, por la ministra de Gobierno y Justicia, Carolina Vargas Aignasse.

Sola no podía caminar y le costó muchísimo subir las escaleras de ingreso, además siempre con el barbijo a media asta. Muchos la besaron, la tocaron y le hablaron a 20 centímetros.

Fue una escena tristísima, una muestra de hasta dónde la ambición política puede forzar la degradación humana.

Le faltaron el respeto a una señora mayor, que debería estar en su casa, bien cuidada, pero también le faltaron el respeto a los muertos por la enfermedad, a los miles que perdieron el empleo, a los cientos de negocios que cerraron, a los ancianos que no ven a sus nietos hace meses, a los niños desesperados en el encierro y a los miles y miles de tucumanos que, con mucho esfuerzo, cumplen con todos los protocolos que les ordenan.

Tristeza y bronca a la vez debe haber sentido mucha gente al ver estas imágenes humillantes.

¿Para qué? Para nada. Como muchas cosas que viene haciendo este gobierno frente a los gravísimos problemas de los tucumanos: nada. O casi nada, para ser más justos.

Cachetazos

Mientras el gobernador y la mitad de su gabinete desperdiciaban medio día de trabajo jugando al truco con Jaldo, el Indec, por un lado, y el Observatorio de la Deuda Social Argentina, de la UCA, por otro, nos daban una nueva cachetada a los argentinos, y a los tucumanos en particular.

Nos decían algo que ya sabemos, pero que cada tanto se vuelve a confirmar y a agravar, medición tras medición: que Tucumán es la provincia con el mayor índice de pobreza del Noroeste, y que el Gran Tucumán (43,5%) es el cuarto aglomerado urbano con mayor cantidad de gente por debajo de la línea de pobreza e indigencia, después de Resistencia, Chaco (53,6%), el conurbano bonaerense (51%), y Concordia (49,5%), la segunda ciudad más poblada de Entre Ríos.

En el ya clásico ránking de la decadencia argentina, que se disputan Tucumán y Formosa por ver quién está peor, en el ítem pobreza gana la provincia litoraleña, con el 36,4% de personas que están por debajo de esa línea.

Formosa es la provincia que menos recursos propios genera para gastar en todo el país, pero logró reducir en cinco puntos la pobreza respecto del 2019 a fuerza del empleo público.

Es la segunda provincia argentina con más empleados estatales (en relación a los privados), después de Catamarca, que la supera por un punto porcentual.

La situación tucumana es más dramática, si consideramos que Formosa es la provincia más pobre del país con una población por debajo de la media nacional en pobreza. Es el distrito que en términos porcentuales de coparticipación recibe más dinero de la Nación.

Tucumán, en cambio, es una provincia rica repleta de pobres. Es decir, con una desigualdad pasmosa.

Y esto impacta directamente en los índices de inseguridad, problema que, como se sabe, aumenta en la medida que lo hacen otros dos flagelos: la desigualdad y la impunidad.

Los cimientos

Los índices de pobreza suben y bajan de acuerdo a la coyuntura, donde intervienen numerosos factores, propios y ajenos. La economía mundial y los precios internacionales, las buenas o malas cosechas, la inflación, la recesión, la falta de inversiones genuinas, una pandemia -como en este caso-, las obras públicas, o la eficiencia de las administraciones políticas.

Sin embargo, la pobreza que importa, la que no cambia por el precio de la soja, por el coronavirus o por la cotización del Dow Jones, es la pobreza estructural.

Es el problema endémico de la Argentina en los últimos 47 años. La pobreza estructural en 1974 era del 4% y fue la más baja de la historia contemporánea.

Los militares la triplicaron en tan sólo cuatro años y la llevaron al 12% en 1980. Luego aceleraron el desastre (guerra de Malvinas mediante) y entregaron el gobierno, en 1983, con una pobreza estructural del 26,3%.

A partir de allí no hubo retorno y el país nunca pudo perforar el piso del 25%, siempre según datos oficiales del Indec.

La pobreza coyuntural tuvo altas y bajas, como las tragedias conocidas del 88/91 y del 2001/04, en que llegamos al 65 y al 75% de argentinos pobres, respectivamente. La estructural siempre osciló entre el 25 y el 30% desde el 83 en adelante.

Lo dramático es que en la última década, 2010-2020, pasamos de una pobreza estructural del 30% al 40%.

Estos fríos números representan millones de argentinos que no trabajan, no estudian, viven en condiciones infrahumanas y ni siquiera alcanzan a cubrir la cuota mínima de alimentación.

En este contexto, Tucumán acompañó a las medias nacionales hasta el 99. Luego de esa profunda crisis, de la que el país comenzó a salir a partir del 2004-2005, Tucumán no dejó de caer en los últimos 22 años, hasta ubicarse en los últimos lugares en casi todos los índices de calidad de vida, sino en el último puesto en varios ítems.

Ítems que no son otra cosa que asesinatos, robos, accidentes viales, falta de infraestructuras básicas y necesidades elementales insatisfechas.

Por eso decíamos al comienzo que son hechos que están directamente relacionados, son causa y consecuencia.

El acto egoísta e irresponsable en el PJ -degradación mediante- es la foto de la tragedia tucumana de las últimas dos décadas.

Al complejo escenario nacional, a Tucumán se le sumaron estos años las peores administraciones de su historia.

Así llegamos a que la prioridad del gobierno, gobernador y vice, no es la pandemia, no es la inseguridad, no es la pobreza, es juntar 11 levantamanos para tener quórum. ¿Para qué? Para nada. O para que ellos sigan jugando al truco mientras todo se derrumba.

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