Oflador oflado
Oflador oflado

Hay dos imágenes que congelan una de las destrezas políticas del gobernador de la provincia. Una es “Manzur, el oflador” que se inmortalizó en la primera campaña electoral para llegar al palacio de 25 de Mayo y San Martín. En esta se destaca el dirigente que camina y se sube al escenario para conquistar a sus adeptos en terrenos de barro. La otra es “Manzur, canciller”, que muestra al hombre de gobierno tejiendo alianzas en alfombrados espacios, bien refrigerados ante un público de poder y dinero y donde el arma principal es el diálogo sin micrófonos.

Esta semana el “oflador” fue “oflado”.

Manzur demostró claramente que su habilidad para tejer acuerdos en la superestructura del poder es inversamente proporcional a su capacidad de construir empatía hacia abajo. Quedó muy claro cuán fácil le resulta amalgamar sus ideas con el Gobierno nacional, con empresarios o con las cúpulas sindicales. Pero también quedó a la intemperie su desconexión con la dirigencia media del peronismo. Tanto que la foto que dejó la elección del defensor del pueblo demostró que sólo le llevan el apunte 11 de los 49 representantes de los tucumanos.

El gobernador sabe de sus flaquezas. No es ingenuo. Mejor dicho, disfruta del traje de canciller y le cuesta ponerse el delantal de “oflador”. Por eso tiene sus interlocutores y sus espadachines para que sus debilidades no se noten ni cuando le pasan un scanner. Y, esta vez, fracasaron rotundamente. Los primos Vargas Aignasse fueron aplazados. Ni la ministra de Gobierno, Carolina, ni el vicepresidente de la Cámara, Gerónimo, demostraron sus destrezas para manejar las espadas. Fallaron como escuderos y dejaron desnudo a su rey. Peor aún: este salió huyendo a otros reinos y aterrizó en Buenos Aires.

La “Operación ombudsman” tuvo un costo político altísimo para el gobernador tucumano. Él, tan luego experto político que había desembarcado en el peronismo nacional como autoridad, mostró su incapacidad y dos de sus hábiles operadores también terminaron magullados.

Además pusieron una piedra más en el zapato de las buenas costumbres institucionales. Tucumán no puede presumir, precisamente, de la riqueza, independencia ni fortaleza de sus instituciones. Y, con esta inútil pulseada del peronismo, desvirtuaron la figura del ombudsman transformándola en moneda de cambio y coto de caza de la política. Ya su nacimiento, en 1995, fue un parto complejo cuando la creación de este tipo de instituciones se hacía en la Legislatura con el nombre puesto de quién iba a conducirla.

El vicegobernador Osvaldo Jaldo puso todo su poderío en esta pulseada y ganó con comodidad. Pero seguramente la ansiedad (algo que suele costarle controlar al hombre de Trancas) no lo ayudó. Jaldo debía dar en algún momento esta batalla. Venía trabajando para cuando se produjera esta medición de fuerzas. La cercanía de los comicios nacionales alerta que no fue el mejor momento. Tampoco ayuda que haya escogido la elección del Defensor del Pueblo como campo de batalla.

No obstante, no fue casual. La descuartizada Constitución provincial que mandó a hacer José Alperovich cuando Manzur y Jaldo era dos soldados de su causa, ha dejado escrito artículos como el 82 y 85. Son dos pócimas mágicas que harán de Eduardo Cobos un Asterix en potencia. Tendrá facultades para poner en jaque cuando quiera a la administración central del gobierno manzurista. El druida que ha de manejar el momento de beber semejantes brebajes será el mismísimo vicegobernador. Desde 1995 a la fecha, el defensor del pueblo ha prestado atención especial sobre las prestadoras de servicios, pero la Carta Magna le ordena claramente ocuparse de las omisiones del Poder Ejecutivo. “Lalo” Cobos no puede ser tan “lelo” como para no saber que ese mensaje está escrito con tinta indeleble en su designación, máxime si la sangre llega al río.  

Falta tanto para que termine el mandato del gobernador y del vice, que Manzur y Jaldo no puede imaginar un partido de ajedrez eterno. En algún momento van a tener que sentarse frente a frente, sin armas y sin escuderos, y hablar. Es cierto que en estos tiempos la palabra es uno de los valores más devaluados por los gestores de la política. Incluso Manzur y Jaldo han hecho esfuerzos en ese aspecto. Manzur se muestra impertérrito e inmutable en sus dichos, pero sus actos lo desmienten. Y, Jaldo, no ha tenido empacho de enlodar sus propios juramentos públicos. Pero, indefectiblemente, cuando la espuma baje, cuando la bronca decante la violencia y el desagrado, tendrán que recuperar el diálogo. Eso les ha ordenado la población no hace mucho tiempo.

Pero además, uno de los mayores defectos de nuestra Argentina es la falta de federalismo. Y en Buenos Aires, en la Casa Rosada, más precisamente, esta pelea preocupa. La división del peronismo es sinónimo de derrota y no están dispuestos a darse ese lujo. Y si en los próximos comicios fracasaran en las urnas, ni Manzur ni Jaldo van a saber adónde perderse para que no los encuentren. Por eso el presidente Alberto Fernández mandó esta misma semana a un amigo de él a auscultar qué está pasando en Tucumán. Claudio Ferreño, antes de regresar a su despacho en la Legislatura porteña, pasó a ver al Presidente de la Nación y le expresó su preocupación por lo que vio y recomendó que se ponga fin a la disputa.

La sangre de pato del mandatario provincial mostró picos de fiebre. Si bien el que mostró sus defensas bajas fue su rival, el vicegobernador que se enfermó con Covid-19, Manzur echaba espuma por la boca. Y no pudo evitar vengarse. Apoyándose en la Nación, hizo que dejara su cargo el ex legislador Marcelo Caponio, que tuvo que bajarse del tren nacional mucho antes de llegar a destino. Lo mismo hizo con José Saab, cuyo asesoramiento educativo no había alcanzado a descollar todavía.

La pelea de fondo desnudó la mediocridad del peronismo tucumano. Eso preocupa en Buenos Aires. Fernández no va a abandonar a su amigo Manzur, pero no va a correr riesgos tampoco. Y, aún falta que Cristina juegue sus cartas. No va a perderse esa oportunidad. Los expertos en estas reyertas peronistas tienen claro que algún gesto le hará al vicegobernador. Fernández no duda si le dan a elegir entre Manzur y Jaldo, pero ¿qué pasaría si Cristina se entromete? Hasta ahora el Presidente nunca le ha dicho que no a la vicepresidenta. ¿Valdrá tanto el tucumano como para desobedecerla?

Los de afuera no son de palo

Las reglas del Truco están escritas en el agua, pero se respetan más que los artículos de la Constitución. Y una vieja norma truquera advierte que los de afuera son de palo. Sin dudas que la pelea de Jaldo y de Manzur estaba reducida a la estancia peronista. Sin embargo, en esta época de espacios que devoran partidos y de saltimbanquis políticos, hubo cuatro jugadores que no quisieron quedarse afuera de la partida. Fueron la sorpresa de la semana.

Ricardo Bussi mostró su impericia para conducir el juego de su equipo, tanto que dos cuatro de copas demostraron valer mucho más que las cartas con las que presumía el titular de FR. Abatido, Bussi hizo gestos grandilocuentes al echar de FR a Paulo Ternavasio y a Juan Rojas, pero no alcanzaron para disimular su debilidad.

La otra dupla inesperada fue la que integraron los José. Canelada y Ascárate se desgañitaron gritando en el envido razones institucionales para que se cuenten como válidos sus porotos. Sin embargo, sus cantos en favor de Cobos parecieron sumar puntos más para Jaldo que para la declamada institucionalidad radical.

En todo caso podrían haber elegido votar a la sobrina de Saab, quien también era candidata y alguna vez se meció en una cuna radical y no peronista. Los José quedaron del lado de los ganadores, pero tuvieron que dar tantas explicaciones que al final no se entendió para qué apostaron tanto por el “primero”.

El error no se vacuna

Antes de que las redes sociales nacieran, la sociedad y el individuo se vienen condicionando recíprocamente. Por el respeto a la Justicia se mide la civilización de la sociedad; y por la austeridad en el deber se valora la moralidad del individuo. Estos razonamientos los hizo José Ingenieros en su libro “Las fuerzas morales”. El genial pensador advierte que la obediencia pasiva es la negación del deber. “Quien dobla su conciencia bajo la presión de ajenas voluntades ignora el más alto entre los goces, que es obrar conforme a sus inclinaciones y se priva de la satisfacción del deber cumplido por el puro placer de cumplirlo”.

En ese laberinto se han perdido José Gandur y la ministra de Salud Rossana Chahla. A esta última, la gestión ante la pandemia le permitió crecer políticamente. Las vacunas le pincharon el globo; y para peor su jefe, el gobernador eligió disimular los errores de sus amigos en lugar de asumir que el mejor mensaje en tiempos violentos y agrietados es el simple y sincero. La vacunación prolija y ordenada es un deber ineludible de la autoridad gubernamental que no puede desilusionar a la sociedad.

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