El merecido tributo a Lucía, que nos dejó un enorme legado intelectual y humano

Por Susana Maidana - Profesora emérita de la UNT.

07 Marzo 2021

En filosofía solemos referirnos a pensadores que son inactuales para su época. Esto no quiere decir que se ocupen de autores y temas del pasado, sino todo lo contrario. Inactual es quien trasciende a su tiempo, va más allá de él y ve más allá de él. Lucía Piossek Prebisch ha sido una inactual porque se ocupó de cuestiones que en el siglo XXI siguen dando qué pensar. No le fueron ajenas las reflexiones sobre la mujer, la maternidad, el cuerpo, el teatro, la identidad argentina, la historia, la política y muchos más.

Los años no pudieron opacar sus cualidades: elegante y refinada, hacía gala de su don de gente, su claridad expositiva, su disposición a dirigir una tesis, una investigación o a asesorar a quien lo requiriera. Se deleitaba cuando recibía a un estudiante o a un colega en su hermoso jardín o cuando compartía una cena, con un buen vino.

Gozaba de la vida y porque amaba la vida se ocupó de todo lo que concierne a lo humano. Era, pues, una gran lectora de los clásicos, pero que se complacía con una buena novela, una obra de teatro. Pero, también, aceptó el desafío de recorrer las sendas más provocativas de la filosofía contemporánea a través de Nietzsche, de Simone de Beauvoir, de Judith Butler y de Sloterdijk, entre otros.

Lucía era una mujer grande pero jamás fue vieja, porque tenía una mirada joven sobre el mundo, porque era una conversadora infatigable y una formadora incansable de recursos humanos y de proyectos.

Valga como homenaje a su enorme legado intelectual y humano, en tiempos de pandemia en que el individualismo salvaje muestra su implacable rostro.

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