2021, de espaldas a la gente

2021, de espaldas a la gente

Llega a su fin un año para el olvido, aunque paradójicamente será uno de los más recordados.

Para el olvido porque vivimos en peligro, angustiados, encerrados, aturdidos, enfermos, paranoicos y cada vez más empobrecidos.

También recordaremos este año durante décadas y mucho más, porque en la historia el 2020 quedará marcado con fuego.

Porque todos tenemos seres que se han ido, más cercanos o más lejanos. Porque todos conocemos gente que ha perdido el empleo, que trabaja menos horas o que gana menos dinero.

Porque fue el año en que se vaciaron los estadios, los cines, los teatros, los boliches, los hoteles, las rutas y las calles, y también durante algunos meses las plazas, los parques, los restoranes, los bares y los comercios en general.

Se despoblaron además las aulas, de niños y de jóvenes, lo que después de la muerte es tal vez la más triste de las carencias que enfrentamos.

Será también el año más recordado del siglo, quizás -porque aún faltan 80 para completarlo-, por las mil anécdotas y curiosidades que vivimos, como circular con la cara tapada, rociarnos o frotarnos con alcohol a cada rato, trabajar y estudiar desde casa, saludarnos con el puño o con el codo, bajarnos del colectivo o del auto para subirnos a una bici, o simplemente para recuperar ese saludable, silencioso, meditativo y súper económico hábito de caminar.

Fue el año en que la raza humana compartió menos abrazos en toda su historia. No existen estadísticas de abrazos, pero alcanza con el recuento interno y personal acerca de cuántos abrazos dimos o recibimos. Nunca tan pocos y, cuando lo hicimos, sentimos ese nervio interno de la transgresión adolescente, como fumar en el baño del colegio, cruzar en rojo o quedarnos con el vuelto del almacén.

La lunita eclipsada

Es también un año para el olvido para la provincia, para nuestro amado Tucumán. O más bien es otro año perdido, como tantos ya que nuestra memoria no alcanza.

Otro ciclo en que la pobreza y la indigencia no dejan de aumentar, como lo vino haciendo antes de la pandemia, antes de Macri y antes de los Kirchner, y en que el desempleo, el subempleo y el trabajo en negro y precarizado superan a todos los índices del NOA, como informó el Indec el jueves.

A esta situación se le suma además una planta de empleados estatales descomunal, ineficiente e insostenible.

Sin esta planilla de empleos improductivos las cifras de desocupación se duplicarían o triplicarían.

Un año que nos deja sólo sabores amargos. Con un déficit presupuestario de 10.000 millones de pesos y una bochornosa dependencia del unitarismo porteño, cada vez más profunda, para poder cubrir el despilfarro administrativo local.

No esta vez, como hace 150 años, por el atropello de Buenos Aires sobre el federalismo, sino por nuestra propia inutilidad.

Un año para el olvido en materia de obra pública, porque no habrá nada para recordar, excepto una tracalada de anuncios y promesas que ya rozan la sin vergüenza discursiva.

Un relato oficial en paralelo a la realidad y de espaldas a la gente, que escucha atónita e impotente el despotismo de la posverdad.

En el aire

Con un gobernador que vive en las nubes, literalmente, volando de provincia en provincia, de país en país, como ninguno antes y viajando incluso más que los presidentes (como detallamos el sábado pasado en “El excursionista”), para haber logrado hasta ahora solamente empeorar todos los índices negativos: infraestructura, obras, pobreza y desempleo, inseguridad y homicidios, caída de las inversiones, cierre de empresas y comercios, accidentes de tránsito, deserción escolar y un pasmoso incremento de la empleomanía estatal.

Un año en que Juan Manzur consolidó la indivisión de poderes y la ausencia del sistema republicano, con un escándalo tras otro, superando incluso los avasallamientos de su mentor y papá político, José Alperovich.

Manzur, inclumpliendo otra de sus tantas promesas proselitistas truncas, en vez de reformarlo apuntaló aún más un sistema electoral fraudulento y clientelar, en el que se dilapidan millones y millones de pesos de las arcas públicas. Doblemente criminal considerando las dramáticas necesidades que acarrea una de las provincias más pobres de Argentina.

La de 2015 fue considerada, tanto por candidatos oficialistas como opositores, la elección más costosa de la historia en Tucumán.

Un dislate, un despropósito, una verdadera vergüenza.

Allí está el trágico déficit de infraestructura, las 30.000 viviendas que faltan, las cloacas estalladas, las inundaciones, la falta de agua y un extenso y archiconocido etcétera de carencias.

Es por eso que el gobierno debe recurrir a un ejército de trolls rentados para cosechar algunas opiniones positivas, porque no las tiene.

Esta práctica desleal es tan evidente en los foros del diario y en las redes sociales que a veces resulta hasta ingenua e infantil.

El gobierno nacional, o el peronismo en general, sí cuenta con numerosos seguidores genuinos en las plataformas virtuales, que militan a conciencia y respaldan la gestión. Manzur no los tiene y por eso debe “comprar” foristas para sostener ese falso relato de optimismo y crecimiento.

Lo mismo que ocurre con el sistema electoral inundado de acoples, sólo que en vez de foristas son votos.

Una ciudad con taquicardia

El área metropolitana es la síntesis de la provincia. La falta de planificación y el divorcio entre municipios es la consecuencia de un gobierno bastante más ocupado en las próximas elecciones, en el reparto del poder, y en cuidar sus propias espaldas judiciales, legislativas y ejecutivas, que en proyectar una gran ciudad a largo plazo.

Que la ciudad de Tucumán haya resultado en el último lugar de las 24 capitales argentinas, respecto de la calidad de vida que perciben sus habitantes, según un estudio publicado por LA GACETA el 3 de diciembre, es el corolario de una forma de gestionar, sin ideas, sin esfuerzo y con el norte puesto en las ambiciones personales.

Suele decirse que las ciudades laten, tienen vida propia. Tucumán tiene taquicardia, sobrevive en un continuo frenesí de caos, estrés, mugre, ilegalidad y desorden.

Y donde se concentra el 70% de los habitantes de la provincia más pequeña y más densamente poblada del país, es casi una ciudad-provincia, fiel reflejo y secuela de un Estado provincial ausente.

Más allá de las fronteras administrativas, de las burocracias municipales, divididas por una calle o una avenida, la ciudad es una sola y requiere un plan integral conjunto y coordinado del que hoy carece.

Manotazos aislados y puro voluntarismo de algunos -pocos- de los siete municipios y una decena de comunas, lejos de contribuir al crecimiento ordenado de la urbe y a mejorar su calidad de vida tan estropeada, se profundizan los problemas y el anarquismo urbanístico.

Tucumán es la única de las diez ciudades más grandes de Argentina que no cuenta con ciclovías, salvo algunos inútiles tramos aislados. Tampoco tren urbano e interurbano. Y un sistema de transporte público malo e insuficiente.

Grandes colectivos que circulan por calles angostas, más estrechas por el estacionamiento sin control, y veredas de un metro de ancho en las zonas comerciales más calientes y pobladas, hacen que ingresar al centro sea un tormento que cada vez más gente intenta evitar.

Un año para el olvido pero que será recordado por décadas. Y otro año perdido.

Esta es, de todos modos y aunque resulte increíble, la buena noticia que nos deja el 2020.

La verdadera mala noticia es que el año que está por comenzar, el 2021, será bastante parecido al ciclo negro que termina.

En términos pandémicos, al menos los primeros seis meses, no se producirán cambios significativos. Ni siquiera el comienzo de las clases presenciales está, por ahora, en carpeta. Y la economía, punto más punto menos, continuará un idéntico derrotero, según el Banco Mundial, el FMI y las propias proyecciones de crecimiento, casi nulo, del gobierno argentino.

En cuanto a la administración, a la gestión política, seguirá siendo costosa, incompetente y ausente.

Es un sistema que le es funcional y efectivo al mismo grupo que gobierna esta provincia hace 20 años, del mismo modo. Exitoso, para pocos.

Y en un año electoral las energías, como ya sabemos, estarán más que nunca concentradas en las mezquindades, en las ambiciones personales, que en los verdaderos problemas.

La política, en 2021, estará una vez más de espaldas a la gente.

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