Las lecciones que dejó la covid en el Cottolengo

Cómo se vive ahora en el Pequeño Cottolengo Don Orione donde en un solo mes hubo 10 bajas, cinco por coronavirus. Un nuevo orden.

CUIDADOS. El personal del Cottolengo Don Orione extremó los cuidados en el uso del equipamiento protector y del distanciamiento.  gentileza Cottolengo Don Orione CUIDADOS. El personal del Cottolengo Don Orione extremó los cuidados en el uso del equipamiento protector y del distanciamiento. gentileza Cottolengo Don Orione

Septiembre de 2020 quedará en la página más triste de la historia del Pequeño Cottolengo Don Orione de Tucumán. Fue el mes en que fallecieron 10 residentes, cinco por coronavirus y el resto por otras complicaciones de sus propias enfermedades de base, porque todos tienen discapacidades físicas y/o mentales. Nunca había sucedido algo así desde que el hogar abrió sus puertas el 28 de mayo de 1944.

En marzo se habían tomado todas las medidas de prevención que en ese momento se pensaban que eran suficientes. Se aisló a los residentes, se prohibieron las visitas, se desinfectaba todo objeto que ingresaba al predio, se extremó la higiene, se incorporó el uso de alcohol en gel y barbijo entre el personal. Pero nada detuvo al virus. Una mañana se activó la alarma por un brote de covid-19. Desde entonces los contagios se sucedieron unos tras otros. El virus no hizo distinción de residentes, personal auxiliar o de enfermería, muchos tuvieron que ser internados. “Veíamos partir la ambulancia con alguien de los nuestros y nunca nunca sabíamos si iba a volver”, recuerda el padre Damián Picone, que también se contagió junto con otro sacerdote. El Siprosa instaló un hospital modular en el predio. El personal tomó la heroica decisión de no cambiar de guardia para cuidar a los pacientes mientras duró el brote.

Hoy ya no hay contagios, pero la institución ha decidido vivir como si el enemigo todavía estuviera adentro. “Es la manera que hemos encontrado de combatir sin bajar la guardia ni un minuto. Ahora es otra vida. Antes los residentes salían a disfrutar del enorme jardín que rodea al cottolengo. Ahora lo hacen de manera ordenada, por grupos, y en horarios determinados, para que no coincidir. Se extrema al máximo el distanciamiento, incluso entre ellos mismos y con el personal. Ellos son muy cariñosos, pero ahora saben que deben saludar con el codo”, cuenta la directora técnica del centro de día, Patricia Barrojo.

“Los residentes no salen a la calle y las visitas de familiares estaban prohibidas desde el primer día por lo que pensamos que el caso cero podría haberse contagiado por algún empleado de la institución”, supone el sacerdote. Por eso la clave para no tener nuevos contagios es el uso estricto y correcto del Equipo de Protección Personal (EPP): cofia, barbijo, máscara, botas y camisolín. El personal lo tiene puesto sin sacárselo ni un minuto. Lo usan dos horas o dos horas y media y salen al exterior. Ese material usado se descarta y se usa uno nuevo al volver a ingresar. Está comprobado que cuando pasan muchas horas con el barbijo puesto el personal se lo saca para tomar un café o para respirar mejor y ahí ocurren los contagios. Por eso el personal tampoco almuerza ni come nada dentro de la institución, como lo hacía antes.

El consumo de EPP es muy elevado. Cada persona en contacto con los residentes se hace hasta seis cambios diarios. “Es un gasto que no lo teníamos incluido en el presupuesto. Cada equipo cuesta $ 469. Estamos gastando entre enfermería y personal auxiliar $ 280.000 cada 15 días, sólo en EPP”, revela el padre Damián. “Las señoras de la comisión están vendiendo panes dulces (se informa por separado) para ayudarnos. Antes teníamos otros ingresos como la maratón de Don Orione, que ya no se puede hacer”, dice.

El Siprosa levantó su hospital modular pero dejó una médica permanente que atiende a través de telemedicina. Todos los días se le comparte los parámetros de temperatura, saturación de oxígeno y frecuencia cardíaca que se toman rigurosamente a todos los residentes, tres veces al día. El control es permanente porque todos los pacientes tienen comorbilidades.

La población de 74 residentes fue dividida en tres hogares y cada uno tiene un edificios diferente dentro del mismo predio. Dos son de mujeres y uno de varones. Cada uno tiene asignado un equipo de enfermeras y personal auxiliar que lo atiende y ninguno de ellos se intercambia. Cada uno permanece en su burbuja sin tomar contacto físico con el otro. Los sacerdotes también se repartieron las tareas, el padre Damián oficia misa en cada hogar, mientras otro religioso lo hace en la parroquia.

Por estos días el Cottolengo ya empezó a pensar en la Nochebuena. Los chicos están acostumbrados a tener su fiesta, su misa y sus regalos. Nada de eso va a faltar este año. Al contrario, la fiesta se va a multiplicar por tres, una en cada hogar. El padre Damián no sabe de dónde va a salir el dinero, pero confía en que el santo de la provincia, Don Orione, no le hará faltar nada.


Cómo ayudar

Se vende pan  dulce artesanal fabricado por las monjas de la abadía Santa Escolástica

Para solventar los muchos gastos que tiene la obra del Pequeño Cottolengo Don Orione la comisión de damas puso a la venta panes dulces artesanales fabricados por las monjas benedictinas de la Abadía Santa Escolástica de San Fernando. Se preparan con antiguas recetas y son generosos en frutos secos y también los hay sin frutos. Se los puede encargar a los teléfonos 381-5290104 y 381-4014239 o bien colaborar con la obra con una transferencia a la cuenta corriente n° 32654810096913, CBU 0110481720048100969133.

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