Por fin la ciudad obsoleta empieza a reperfilarse

Por fin la ciudad obsoleta empieza a reperfilarse

 la gaceta / foto de Ines Quinteros Orio la gaceta / foto de Ines Quinteros Orio

Ojalá que la definitiva semipeatonalización de la calle 25 de Mayo sirva, entre otros objetivos, para que opere un clic en la cabeza del tucumano promedio. Que se convenza de lo inapropiado que resulta meterse con el vehículo en el microcentro, provocando y siendo parte a la vez de embotellamientos absolutamente prevenibles. “La prioridad es de los peatones”, dijo el intendente Germán Alfaro, y es una de sus frases más felices de los últimos tiempos. Puede que esta obra puesta en marcha por el municipio propicie ese cambio que es, básicamente, cultural. A muchísima gente le encanta internarse en auto o en camioneta por la 25 de Mayo en horarios pico. Y algo peor: gran parte de ellos lo hace de paseo. Insólito. Tal vez de aquí en más esa práctica quede desterrada para siempre.

Lástima que no se aprovechó la baja del tránsito generada por la cuarentena para ensanchar las veredas. Para contrapesar ese lunar en la gestión vale la decisión política de hacerlo ahora, por más incómodo que resulte. El municipio podría haber puesto como excusa la efervescencia de diciembre, las fiestas y el movimiento comercial para postergar los trabajos. Pero se sabe que, por lo general, obra que se pospone es obra que nunca se concreta.

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Reperfilar la ciudad es una obligación que se dilató demasiado. En lo estructural, San Miguel de Tucumán sigue siendo la misma desde hace décadas. Una capital de mediados del siglo XX albergando las necesidades de 2020 no es otra cosa que inviable. Mientras, la calidad de vida de la ciudadanía está ligada a una serie de variables que empiezan por la salud. ¿Hay hábito más saludable que la actividad física, caminar, usar la bicicleta? La sustentabilidad de una ciudad es un rompecabezas cuyas piezas van encastrándose en la medida que sus habitantes la aceptan y la impulsan.

¿Cuáles son las claves de una ciudad sustentable?

- El pleno acceso a servicios básicos (agua potable, cloacas, energía, en este caso lo más “limpia” posible).

- La guerra declarada a la contaminación del ambiente, incluyendo la visual y la auditiva.

- Una disposición inteligente de la basura, educando en la importancia de la llamada “triple fórmula”: reducir, reutilizar, reciclar.

- El crecimiento exponencial de los espacios verdes.

De acuerdo, Tucumán luce a años luz de este modelo. Lo que vale es el esfuerzo por respaldar iniciativas que se acerquen a esta concepción de la vida urbana tan beneficiosa para todos. No siempre es lo que sucede.

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Será porque los tucumanos nos hemos convertido en una sociedad de perros del hortelano, esos que no comen ni dejan comer, antecedente más letrado y elegante -cortesía de Lope de Vega- del gataflorismo vernáculo. En otras palabras: nos quejamos de los problemas y también nos quejamos cuando alguien mueve un dedo para solucionar esos problemas. El tránsito vehicular es el clásico embudo que inunda de malhumor el microcentro y lo torna irrespirable. ¿Quién y por qué puede ponerse en contra de las acciones que desaten ese nudo?

Hay una cuestión de fondo y es la más comprensible en el debate: el deplorable servicio de transporte público, uno de los peores de la Argentina, potenciado por tantas huelgas que el usuario las toma como algo inevitable; mucho peor, natural. Pero para esta, como para todas las objeciones que puedan plantearse, sirve la misma respuesta. Si vamos a esperar que los ómnibus funcionen bien para semipeatonalizar el microcentro habrá que buscarse una reposera, servirse unos mates y ver pasar la vida.

Ahí aparece uno de los deportes favoritos de los tucumanos (de los argentinos en general, seamos honestos), que es perder el tiempo. ¿Un ejempo? La pulseada entre los taxistas y Uber, una pelea absurda, anacrónica y poco inteligente. A los dueños de los hoteles nos les hizo ni les hace gracia la existencia de Airbnb, pero lo que emprendieron en todo el mundo fueron estrategias para complementar los servicios. Esto se replica en el transporte (en Buenos Aires, además de Uber funciona Cabify). Siempre será la elección del mejor precio y de la mejor calidad la que decida la elección del usuario de un servicio, sea el que sea. En lugar de empeñarse en una intifada contra Uber, los taxistas deberían prestarles algo de atención a las condiciones que les ofrecen a sus pasajeros.

Tampoco les hace gracia a los dueños de guarderías que se produzca un efecto contagio y la gente decida dejar el vehículo en su casa. Deberían mirar el vaso medio lleno, porque detrás de la coyuntura queda picando una discusión que en el mediano plazo los vecinos terminarán reclamándole al municipio: peatonalizar el microcentro de punta a punta, sin veredas ensanchadas, ni pinturas, ni bolardos. Esa medida caerá por su propio peso en la medida que el parque automotor siga creciendo. Es una simple cuestión de tiempo, a no hacerse los sorprendidos una vez llegado el momento.

Lo importante es la precisión al momento de ejecutar las obras públicas, en este caso la demanda específica de cada cuadra en la que vayan a ensancharse las veredas (hoteles, sanatorios, edificios públicos). Si los estudios previos son eficaces el margen de error se minimiza y sólo quedan protestando los disconformes de siempre.

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Habrá que ver hasta dónde se anima el municipio a extender la semipeatonalización. La lógica indica que debería seguir el camino de lo ya ensayado: la calle San Martín desde Casa de Gobierno hasta la esquina de Junín; la 9 de Julio entre 24 de Septiembre y San Lorenzo. En este caso hay un dato que vale la pena contemplar: el Museo Timoteo Navarro permanecerá cerrado durante buena parte del año próximo, ya que está presupuestado el imprescindible arreglo de la fachada. Cualquier trabajo que se emprenda en la calle no lo perjudicará en lo más mínimo.

Queda por ver el futuro de Maipú, Laprida, Crisóstomo Álvarez y Córdoba. Meter mano en esas cuadras obligará, por ejemplo, a modificar recorridos de varias líneas de ómnibus, lo que genera rechazos varios, entre ellos los de los propios vecinos que se niegan a caminar un par de cuadras más hasta las hipotéticas nuevas paradas. De esto se habla cuando aparecen las contras internas para el desarrollo de una ciudad sustentable.

La oportunidad es ahora, máxime teniendo en cuenta cómo se modificará el paisaje urbano una vez que la plaza Independencia y sus adyacencias luzcan remodeladas. Obra que, según lo indica el sentido común del transeúnte, difícilmente se entregará en tiempo y forma. Otro mal vernáculo: las fechas de los compromisos siempre son más tentativas que reales.

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En este entramado del microcentro hay muchos frentes que siguen sin atenderse.

- Las ratas siguen gozando de la más absoluta impunidad en la vieja Dirección de Tránsito, en Buenos Aires primera cuadra. El municipio hizo varias promesas, pero no cumplió ninguna.

- Las mismas generales de la ley le caben a la antigua Dirección de Rentas, el gigante deteriorado e inmóvil que la Caja Popular mantiene clasurado en Maipú y San Martín. Al anochecer, los pericotes salen de paseo y congenian con sus pares del Mercado del Norte, otro festival de proyectos jamás ejecutados.

- Con lo que llegamos al edificio del Buen Pastor, del que mucho se habló en los últimos tiempos. Hay un plan para transformar esa esquina en una especie de “manzana de las luces”, integrando la capilla aledaña a un complejo de locales comerciales y espacios abiertos al público. El Arzobispado mira con buenos ojos alguna solución más simple, veloz y redituable: construir cocheras. Habrá que estar atentos a la continuidad de esta historia, ambientada en una cuadra (Mendoza al 800) que por estos tiempos se convierte, cada fin de semana, en un boliche a cielo abierto.

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El microcentro contempla desde hace años cómo  la lógica empresaria y comercial ha mudado el grueso de las inversiones a otras zonas de la capital y del Gran San Miguel, con Yerba Buena a la cabeza. A esa lógica la direcciona el nuevo mapa del consumo. El tema es la falta de estrategias que la ciudad ha evidenciado para que esa modificación en los hábitos de los tucumanos no resulte tan profunda e irreversible. Bienvenida sea la descentralización, pero siempre en un marco de decisiones armónicas y consensuadas.

Hace falta mirar las obras públicas como quien otea el horizonte. No pensando en mañana, sino en los próximos 20 años, una práctica a la que no estamos habituados. Reperfilar una ciudad lleva tiempo y provoca contratiempos, claro que sí. Lo contrario es la condena al inmovilismo.

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