Ídolos que hasta con sus velorios dejaron huellas

Ídolos que hasta con sus velorios dejaron huellas

El vínculo con el deporte los hizo conocidos y adorados por la gente que, en el último adiós, protagonizó escenas inolvidables dejando de manifiesto lo exitosos que fueron.

Ídolos que hasta con sus velorios dejaron huellas

El velorio de un deportista es, en ocasiones, un extra de aquellos capítulos de alta emoción que supo brindar en vida. La participación masiva de la gente es un signo inequívoco de que su obra deportiva fue tal que nadie la olvidará.

Uno de esos casos de dio en Tucumán un día como hoy, de 1973, cuando perdió la vida Nasif Estéfano. Su muerte fue un puñal para Concepción, porque “El Califa” venía ganando el “Gran Premio Reconstrucción Nacional” válido por una fecha del Turismo Carretera. El final de la carrera era precisamente en su ciudad, donde miles de personas lo esperaban para dar un marco triunfal completo.Una curva abierta, grande y con mucha tierra suelta de la localidad riojana de Aimogasta fue el punto en el que se apagó la vida del piloto, a bordo de un Ford Falcon. La crónica de LA GACETA cita seis vueltas, y dice que en la segunda, “El Califa” salió despedido.

La triunfal bienvenida planeada por los fanáticos nunca pudo darse. Al día siguiente, los restos de Estéfano recibieron una multitudinaria despedida. En “La Perla del Sur” no estaban sólo los simpatizantes de los fierros. El concepcionense era respetado y admirado porque nunca su grandeza deportiva interfirió con su humildad. “Todo el pueblo de Concepción se lanzó ayer a la calle para despedir a su ídolo”, se titula la nota del día siguiente del sepelio. Se detalla que el velorio fue una “imponente demostración de duelo”.

En cada “universo deportivo”, el talentoso, el campeón deja su marca y en ese último adiós se establece qué categoría de existencia post mortem ocupará. Carlos Monzón, en Santa Fe; Juan Manuel Fangio, en cada uno de sus tres velatorios; son algunos de los ejemplos nacionales en los que los funerales tuvieron en común una marea de gente como el de Estéfano.

Hay que veces que, quien es despedido, no es deportista, pero se relaciona fuertemente a la actividad. Ocurrió, por ejemplo, cuando una marea humana trasladó, a pulso, desde la cancha de Sportivo Guzmán hasta el Cementerio del Norte, el féretro de Oscar Díaz. “Sapo” y su trompeta no sólo era estrella de la hinchada del club Villa 9 de Julio, sino de todo el fútbol tucumano.

El de Eduardo Deheza, hace pocas semanas, más que un funeral, fue una ceremonia. En el corazón del cerro San Javier, el sextuple campeón argentino de parapente quería que sus cenizas se esparcieran. La pandemia hizo que la despedida fuera sólo para los más allegados. El despliegue logístico para cumplir su deseo es lo que marca la importancia que el deportista tuvo en el vuelo libre tucumano.

Muchos durante sus vidas hicieron lo necesario para que sus despedidas sean inolvidables.

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