Todo es historia: de quedar colgado en un árbol, a correr con Fangio

Todo es historia: de quedar colgado en un árbol, a correr con Fangio

José Rubiol Roca, nacido en Barcelona, ayudó a sembrar la pasión tucumana por las carreras.

MOMENTOS. Rubiol Roca, que llegó a Tucumán con 10 años, participó de carreras entre finales de la década del 30 y comienzos de los 50, durante el siglo pasado. MOMENTOS. Rubiol Roca, que llegó a Tucumán con 10 años, participó de carreras entre finales de la década del 30 y comienzos de los 50, durante el siglo pasado.

Los tiempos del automovilismo que vivió José Rubiol Roca devuelven imágenes en blanco y negro. El color lo ponen las historias, las carreras, el apasionamiento temerario de corredores lanzados a velocidades de entre 120 y 180 kilómetros por hora por caminos -por llamarlos de alguna manera- polvorientos, en competencias larguísimas.

Nos situamos en el tiempo. El personaje en cuestión -que lo fue y sin dudas- era un español nacido en Lérida, cerca de Barcelona, en octubre 1911. Con apenas 10 años, llegó a una Tucumán gobernada por el interventor Federico Álvarez de Toledo (pronto llegaría al gobierno Octaviano Vera). Un lugar “con serios problemas de vivienda y salubridad, falta de canales y caminos; necesita escuelas, hospitales y, sobre todo, orden y administración en el manejo de la renta pública”, según publicó LA GACETA, que transitaba su noveno año desde su fundación.

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Así, cuando en Tucumán aún no se había hecho la primera transmisión radial desde la Sociedad Sarmiento, ni se había inaugurado el Monumental de Atlético -lo que sucedería en 1922-, el pequeño José comenzó a transitar las calles céntricas. Traído por sus tíos, un español y una italiana, dueños del hotel Plaza, trabajó como cajero en el establecimiento ubicado al frente a la plaza Independencia, sobre calle San Martín. Con el paso de los años, su propietario. Desde ese lugar, empezaron sus aventuras…

“Siempre me gustó manejar. Mis tíos se iban a veranear a Mar del Plata y dejaban un Studdebaker en un garage de la 24 de Septiembre. Me hice amigo del cuidador, y él me lo dejaba sacar. Tendría unos 15 años. Un día, sería en 1934 o 1935, me fui a Villa Nougués. Al volver, el auto se quedó sin frenos y quedé colgado de un árbol. Me sacó el ‘Dogo’ Nougués, con una yunta de bueyes”, recordó en la web motorplustucuman sus primeras andanzas.

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Con 26 años, al año siguiente de la oficialización del Turismo Carretera, Rubiol Roca comenzó a correr. “En Tucumán no había automovilismo. Empecé a viajar a Córdoba y a otras provincias donde se corría. Iba como un aficionado, de mecánica no sabía nada”, contó. Lo cierto es que así empezó, con un Ford, a dirimir desafíos de la velocidad con Juan y Oscar Gálvez, Juan Manuel Fangio y Domingo Marimón, entre muchos otros. Nada más, y nada menos. “Mi coche era estándar, había muchachos que les daban alguna preparación y por eso eran más rápidos. Igual, yo generalmente me mezclaba entre los 20 primeros. Había aprendido bien, Marimón me enseñó”.

Finales de la década del 30 y principios de los 50, del siglo pasado. Ese el tiempo en que Rubiol Roca corrió. Una de sus primeras experiencias internacionales fue un desafío a Chile, con regreso por Mendoza. Aquella vez, los pilotos argentinos fueron recibidos con un afecto tremendo en el país trasandino; meses antes, Argentina había enviado toneladas de alimentos y otros elementos para paliar los afectos de un sismo que dejó desastres.

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De las competencias en la que participó Rubiol (con navegantes como Capozuco, Díaz, Medina) hay mucho para decir. Estuvo en la célebre “Buenos Aires-Caracas”, de 1948, en la que abandonó antes de la etapa Quito-Pasto. A otra historia, deliciosa, la contó LA GACETA. Sucedió en 1938, en el Gran Premio Argentino que pasó por rutas tucumanas en octubre, como final de la etapa iniciada en La Quiaca. La meta estaba ubicada en el llamado “boulevard de Los Ejidos” (hoy avenida Francisco de Aguirre). Cerca del mediodía, ya no se escuchaba ningún motor. La gente pensó que no quedaba nadie por pasar, pero al mismo tiempo preguntaba por el paso del team tucumano de José y Martín Rubiol Roca, con la máquina N°121, en la que se había pintado la leyenda “Visite Tucumán”. De pronto, apareció en el horizonte y el público estalló. “Me retrasé, estuve cuatro horas sin conseguir que alguien me saque de un guadal”, declaró el piloto al diario. Cansados pero entusiasmados por el apoyo de la gente, los miembros del binomio repusieron combustible, agua en el radiador y hasta cargaron naranjas para continuar el veloz viaje.

A Rubiol Roca, fallecido en junio de 2007 a los 96 años, la web retropilotos.com le asigna un 24° puesto en el GP Argentino de 1939; un 6° en la Vuelta de Añatuya de 1941; un 12° en la de Santa Fe de 1949; y un triple 5° lugar en el Premio Elguea-Chacabuco (1950), Chacabuco y Vuelta del Norte (1951). Las estadísticas son escasas, apenas si pintan al pionero del automovilismo. Ese que contó en “100 Ídolos tucumanos”, de Víctor F. Lupo: “uno se jugaba la vida, corríamos a ciegas, sin conocer los caminos, con tierra, con lluvias, con animales que se cruzaban o gente mal ubicada”.

Su última prueba fue en 1953, en la prueba Panamericana, en México, invitado por Fangio y por Marimón. Pero nunca perdió el entusiasmo por la velocidad. “Corría con una pasión extraordinaria, cada vez que me pasaban era como recibir una puñalada”, admitió. Genio y figura.

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