El mito y la ciudad ambivalente

El mito y la ciudad ambivalente

El mito y la ciudad ambivalente

Una dimensión de contrastes. Eso es lo que semeja Rosario, la urbe que sostiene en su regazo parte del interior profundo argentino, y que es a su vez el puerto de un barco que cambia de formas en un abrir y cerrar de ojos. Levantada a las puertas de la desbordante Buenos Aires, es también una ciudad panacea, que forja leyendas. Y, como un monstruo de dos cabezas, se alimenta de sus realidades, acechándolas y, ocasionalmente, destruyéndolas.

Ese antagonismo es parte de este escrito.

En Rosario se forjó un mito, que respondía al alias de “Trinche” y que surgió en el ocaso del fútbol romántico, allá por los 60, principios de los 70. Su leyenda está muy lejos de aquella del minotauro de la mitología griega, bestia con cabeza de toro y cuerpo de hombre que acechó y llenó de miedo al mundo conocido. Esta leyenda, por el contrario, refiere a un hombre con una varita mágica en los pies y una galera saltarina de forma esférica, de cuyas proezas hablan los juglares modernos. Esos que se han afanado por reconstruir la historia, sin más documentación, casi, que viejos recortes de diarios y revistas. Y alguna frase o palabras devotas de testigos ocasionales.

Rosario es contradictoria en sí misma. Una bestia que alguna vez fue la “Chicago argentina”, trampolín de la mafia en el país; la misma que hoy se ve acechada por el narcotráfico. Pero es también la tierra de prestigitadores e ilusionistas. Practicantes del arte más puro y frágil, ese que se elabora usando la voz, las manos, los pies. Son ellos cuerpo y alma en ebullición.

Sí que esta ciudad tiene algo. Fito Páez dijo que siempre estuvo cerca y ofreció su corazón. Juan Carlos Baglietto impuso la tristeza de abril a “ritmo tibio” y contó que la vida es una moneda. Lito Nebbia le impuso la nostalgia citando al viento y a la lluvia, y hasta invitó a subirse a una balsa. “Tengo una idea, es la de irme al lugar que yo más quiera”.

Rosario es un “Che” eterno, induciendo a una revolución del hombre que jamás termina.

Es el “Flaco” Menotti, cigarro en mano, fina estampa, seriedad y rigor para una puesta de escena atrapante en el verde césped, doctrina “argenta” del fútbol total que nos dio un título de mundo en el 78 y un amanecer de narices frías y corazón caliente desde Japón en el 79.

En esa cuna de amor y humor, el “Negro” Fontanarrosa hizo de una gambeta un cuento y Alberto Olmedo comenzó a cabalgar a lomo de un humor que marcó territorio. “Si lo vamos a hacer, lo hagamos bien”.

Pinceles enérgicos, desde allí Antonio Berni llevó al cuadro sus sentimientos en el siglo pasado. “El artista está obligado a vivir con los ojos abiertos. La dictadura, la desocupación, la miseria, las huelgas, las luchas obreras, el hambre, las ollas populares, crearon una tremenda realidad que rompía los ojos”. Contraste en estado puro.

Arroyito, el parque de la Independencia; el Monumento a la Bandera, el Parque de España; el café El Cairo y la mesa de los galanes, el teatro El Círculo; el Mercado del Patio y la Isla de los Inventos.

Diego Maradon llevó a Rosario el Fiorito de sus raíces, quiso mamar de las fuentes de “Trinche”, enarbolar una bandera cuando el mundo lo reverenciaba y lo resistía por igual, y se puso un corazón rojinegro. “El Matador” Kempes, cordobés de alma, se maceró allí como los buenos vinos y desde una plataforma “canalla” alcanzó gloria y loor. Y honras sin par.

Allí “Leo” Messi pateó su primer cuero inflado con aire, las piernas cortitas, un dribbling que duerme rivales, la magia puesta en barrica de roble para alegría del mundo. Inmessionante.

Gambeteando al mundo, piernas rosarinas como las de “Lucha” Aymar, Leona audaz, llevando la bocha, haciendo unos slaloms de vértigo que nos hicieron amar al hockey.

Hay muchos más que obligan a la caricia de la palabra. El “Tata” Martino y su visión de juego; “Angelito” Di María y su inagotable fuente de energía; el “Jefecito” Mascherano y su “jamás te des por vencido, ni aún vencido”; Marcelo Bielsa y sus locuras, bellas algunas, imposibles de digerir otras. En fin, muchos.

Volvamos a la leyenda en ciernes.

Una filmación en blanco y negro. Borrosa, acelerada. Centro de la cancha. Polvoriento. Taquito y gambeta. Fugaz. Un Halley.

Eso es hoy lo que queda documentado de Tomás Felipe Carlovich en imágenes. El germen perfecto para alimentar su leyenda. Pero el monstruo de dos cabezas decidió meter las fauces. Atacó de manera inexplicable, inesperada. Ese abominable adiós para “Trinche” -exfutbolista fallecido el viernes luego de un violento asalto mientras se trasladaba en su bicicleta-, sin embargo, lo puso definitivamente en la vereda de los héroes, aunque no quiso serlo.

La suya es una metáfora del sudor derramado sin un interés monetario. Un vergel de sueños colectivos yendo detrás de una pelota, surgido en la ciudad donde parece cobijarse la semilla de maldad, pero donde también crece la de la fórmula del elixir de la vida fantástica. Sí, aquella que lleva a quienes la encuentran, a ocupar hojas en un libro sin tiempo.

Convertido casi en la utopía de los sueños posibles, y también de los imposibles, “Trinche” pasó a ser eso inexplicable. El hombre que jugaba a la pelota, al que (casi) nadie vio jugar al fútbol, pero que se reverencia sin más.

Tomás Felipe Carlovich fue asaltado el miércoles en Rosario. Le dieron una paliza para sacarle la bicicleta nueva que tenía.

Por un serio golpe en la cabeza, falleció el viernes. La Policía detuvo a varios sospechosos del asesinato y hay un detenido.

Ayer, hinchas de Central Córdoba de Rosario, donde jugó “Trinche”, le dieron un multitudinario adiós y reclamaron justicia.

El masivo sepelio generó fuerte preocupación, debido a que se rompió la cuarentena vigente por el avance del coronavirus.

El trágico deceso de Carlovich generó una fuerte repercusión mediática. Figuras del fútbol se mostraron consternadas.

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