Pablo Gigena: crear dentro de una “pandemia de cotillón” y un “encierro de juguete”

Pablo Gigena: crear dentro de una “pandemia de cotillón” y un “encierro de juguete”

A través de la máscara, el director trata sobre la muerte del teatro y los sentimientos. “Soy mi obra”, dice, y ensaya “Caníbal dramáticus”.

EN LA CASA. Pablo Gigena aprovecha la cuarentena para arreglar los juguetes de su pequeño hijo Ciro.  EN LA CASA. Pablo Gigena aprovecha la cuarentena para arreglar los juguetes de su pequeño hijo Ciro.

“Más que el coronavirus es el paso del tiempo mismo, el acercarse de la muerte en cualquiera de sus envases, lo que me condiciona o modifica”.

Las reflexiones de Pablo Gigena se acumulan a más de dos décadas de dirección, actuación, dramaturgia y gestión con sus compañeros de La Vorágine y La Gloriosa. Nacido en una familia humilde, su militancia se dio tanto en el escenario como en las calles. En una antología de autores latinoamericanos, Gustavo Geirola seleccionó una de sus obras. En algunas respuestas a LA GACETA emerge un mayor pesimismo que el acostumbrado en él, como en la obra que ya está en ensayo, “Caníbal dramáticus”.

- ¿Qué recomendarías a tus colegas ver o escuchar?

- Siempre sentí mi existencia como una valija-museo con patas, donde debía recoger las cosas más importantes, extraordinarias o imprescindibles para compartirlas con los demás. También he esperado de los demás esa magia para recolectarla para mí. Trueque de las experiencias y bellezas (trágicas o felices) de la vida para recibir y para retransmitir. Siempre me he dedicado a compartir con la gente más cercana las cosas que me han conmovido. Esta “pandemia de cotillón” me ha dado otro pretexto para seguir haciéndolo. De todas las artes, la literatura me gana. Recomiendo Borges, Kafka, Gogol, Stevenson, Ionesco. Y obvio -como literatura- la Biblia, la Ilíada y la Odisea, y el Manifiesto Comunista.

- ¿El coronavirus te movió el piso profesionalmente?

- Más allá de la situación actual, todos los días, siempre, algo razonable y bueno dentro de uno, sugiere abandonar todo este esfuerzo de gestión y producción de cultura, abandonar la alienante vida de ciudad, e irse a vivir tranquilo a un lugar hermoso, saludable, sin multitudes, rodeado de naturaleza virgen, trabajando de cualquier otra cosa. Pero lo que somos y hacemos -artística y humanamente- nos constituye como una pared de hormigón difícil de desarmar. Obvio que me quedan muchísimas ideas y planes para realizar, y me gustaría corregir muchos errores. Pero luego pienso que no hice poco. Lo bueno de esta pandemia, para quienes no tenemos necesidades básicas insatisfechas, es que pudimos dormir hasta tarde y estar con nuestras parejas y nuestros hijos, cocinarles y sentarnos a comer y charlar. Pero más allá de eso, para mí, no habrá un AC/DC (Antes del coronavirus/Después del Coronavirus).

-¿Cambiaste tu estilo, reflexionaste sobre tu camino?

- La última obra de mi autoría, que estamos ensayando desde año pasado, “Caníbal dramáticus”, trata sobre la muerte del teatro o de los sentimientos. Una especie de muerte del mundo, y la trabajamos desde la máscara. En algunos puntos es una coincidencia metafórica con lo que pasa actualmente. Pero esta “pandemita de cotillón” no me hizo cambiar mucho sobre su abordaje. Para mí, lamentablemente, esta situación ahonda en lo que ya somos dentro del capitalismo, y no es ni un cambio ni un quiebre como muchos quisiéramos que fuese. Por eso, para equilibrar la ansiedad creativa y el nihilismo político, en la cuarentena me dediqué a escribir pequeños ensayos cómicos satíricos en Facebook, para divertir y hacer reflexionar (intelectualmente no emocionalmente) a mis amigos virtuales. Y sobre reflexionar, sólo sé que cada vez quiero y debo ser más yo mismo en mi arte. Si soy mi obra, ergo, soy mi estilo. Si yo cambio, ergo, cambia mi estilo.

- Las grandes revoluciones o sucesos influyen profundamente en nuestras vidas.

- En los últimos años y en accesos graves de alergia, he sentido que ninguna cosa cultural vale la pena nuestro sacrificio físico o nuestra salud. Pero no puedo detener mi impulso constructivo o creativo inconsciente. Pienso que cuando muera veré que en muchas cosas me esforcé en vano, o que perdí el tiempo y la salud en zonceras, por mi estupidez o por la estupidez del mundo. El mayor temor en ese final será comprender que no disfruté la vida tanto como debería haberla disfrutado, así nomás como la tenía. Para contrarrestar esa batalla perdida de antemano, la de no haber disfrutado profundamente cada segundo, cada cosa, me dedico sin fe, pero sistemáticamente, a agradecerlo todo. Tengo y tuve más miedo a mi alergia que al coronavirus. A esta edad uno ya no se siente infinito y héroe semidiós como cuando era jovenzuelo, sino bien finito. Por eso trato que lo que hago sea más íntimo, más verdadero y dar lo mejor que pueda sin que me importe tanto el resultado público. Esta cuarentena para mí fue medio un encierro de juguete. Porque los muertos eran datos en la tele. Pero una sobrina internada con dengue o mi hermana trabajando como enfermera, son lo más cercano que tuve con la tragedia.

- Influyó creativamente...

- Más que el coronavirus es el paso del tiempo mismo, el acercarse de la muerte en cualquiera de sus envases, lo que me condiciona o modifica. Digo con el Salomón bíblico o con el Borges argentino, que todo es vanidad y que todo se lo tragará el olvido. Sin embargo, lo mismo me esfuerzo y me esforzaré por dar lo mejor de mí mismo, no para el aplauso o aprobación del público social, cuya ignorancia ignoramos, sino porque para mí la creación artística (política-filosófica) es la única lucha en la que cabe darlo todo. Y aún me siento felizmente obligado a retribuir a la existencia -azarosa o planificada que nunca sabré- lo mejor que pueda dar de mi inteligencia y mi sensibilidad. Andá a saber en qué museo, banco o basurero del infinito se guardará o perderá eso, pero no me importa. Es un compromiso conmigo mismo, para mí -alucino que el universo me contiene pero que también lo contengo-, y para la gente que quiero.

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