Repercusiones económicas del coronavirus: el petróleo, de impagable a “regalado” en 47 años

Repercusiones económicas del coronavirus: el petróleo, de impagable a “regalado” en 47 años

La noticia del mes fue el precio negativo del crudo de Texas, mientras que en 1973 la “Crisis del Petróleo” sepultó el “Estado de Bienestar”.

Años más, años menos, cualquier persona menor de 60 años probablemente se sorprendió durante la semana pasada con una noticia histórica: por primera vez, el petróleo de Texas (WTI) valía nada. O menos que nada.

De manera inédita, en los contratos a futuro que vencían este mes, el barril tuvo cotización negativa: - 40 dólares. La situación era tal que, nominalmente, equivalía a pagarle a alguien 40 dólares por cada tonel que se llevara.

La pandemia de coronavirus puso a gran parte del planeta en cuarentena, sin autos en las calles, obreros en las fábricas ni aviones en los cielos, cayó el consumo de petróleo y de energía generada con petróleo, y al no haber demanda el “oro negro” abundó tanto que saturó los depósitos.

Años más, años menos, cualquier persona mayor de 60 años pobablemente reaccionó de otra manera: con desconcierto. Porque hace menos de medio siglo el petróleo hizo crujir la economía de occidente, por la razón contraria a la actual: su precio se disparó sideralmente. Fue la “Crisis del Petróleo”, detonada en 1973, y con nefastos efectos durante toda una década. Los países ricos, que llevaban tres décadas de crecimiento, se estancaron. Los países pobres, que ensayaban intentos de recuperación, volvieron a hundirse. El cimbronazo fue tal que hizo tambalear el peronismo en su retorno al poder. (Ver aparte)

El cimbronazo

Curiosamente, la debacle eclosionó un 17 de octubre: el de ese 1973. Los países árabes exportadores de petróleo anunciaron su decisión de no exportar crudo a las naciones que colaboraban en la guerra de Yom Kippur con Israel, enfrentado a Egipto y Siria. Es decir, embargaban las ventas para EEUU y Europa occidental.

El precio del barril pasó de U$S 3 a U$S 12 en apenas 100 días, entre octubre de 1973 y enero de 1974. La repercusión fue inmediata en los valores de las materias primas para la industria global. Aumentó también el costo de la energía para los países que la importaban. La única solución fue reducir la importación de petróleo, lo que implicó una disminución de la actividad económica. A niveles domésticos, EEUU racionó la venta de combustibles y fijó días para la carga de autos con matrícula par y otros para los de patente impar.

Por supuesto, también había un trasfondo económico en los miembros de la OPEP. “Deseaban legítimamente frenar la degradación de sus beneficios, dado que el precio del petróleo había acusado una disminución del 40% entre 1949 y 1970”, puntualizan Rafael Aracil, Joan Oliver y Antoni Segura en “El mundo actual” (Universitat de Barcelona, 1988).

Muchas cosas cambiarían a partir de entonces. Si bien la “Crisis del Petróleo” no provocó un terremoto de la magnitud de la “Gran Depresión” de la década del 30 (gracias a las reservas financieras de las grandes empresas y al intervencionismo estatal en Europa y EEUU, reseñan los autores), el sismo petrolífero representó la muerte del “Estado de Bienestar”, considerado parte sustancial de la “Edad de Oro del capitalismo” por Eric Hobsbawm en “Historia del Siglo XX” (Crítica, 2010). Es decir, el fin del período en el que capitalismo mostró rostro humano.

Otro modelo de Estado

La recesión que estalló tras la crisis del petróleo no sólo trajo desempleo creciente, sino también inflación en ascenso. “Es el nivel de inflación alto y sostenido el que realmente singulariza la década del 70”, sostiene Derek Aldcroft en “Historia de la economía europea” (Crítica, 2003).

Aldcroft da cuenta de que estos problemas eran extraños para la generación nacida en occidente a mediados de los 40, tras la Segunda Guerra Mundial: estaba compuesta por jóvenes que se habían forjado en un contexto de crecimiento real de los ingresos de los asalariados, que gozaban además de estabilidad sostenida, en un período de pleno empleo y con un aumentos moderadísimos de los precios.

Por supuesto, eso fue posible mediante la consagración de estructuras estatales de “gran tamaño”, que costeaban amplios beneficios de seguridad social y que intervenían en el mercado y controlaran la economía para evitar la debacle que significó el “crac” de la bolsa de Nueva York en 1929, y la devastación económica y social posterior. Ella desató en EEUU (tan confiado en la “mano invisible” del capitalismo y la autorregulación de las leyes del mercado) una epidemia de suicidios cuyo número de víctimas harían empalidecer a las del dengue.

Antecedentes de los 60

La superpotencia norteamericana encarnaba a fines de los 60 y principios de los 70 la antítesis del neoliberalismo. Giuliano Procacci, en su “Historia general del siglo XX” (Crítica, 2001), recuerda que Lyndon Johnson (el vicepresidente del asesinado John Kennedy) gana las elecciones presidenciales de 1964 con el 61% de los votos, mediante una campaña que prometía igualdad de derechos y erradicación de la pobreza: el eslogan era “Great society”. En el poder, destinó porciones sustanciales de los fondos federales al programa de seguridad social “Mediacare”, a los subsidios de desempleo, a la construcción de viviendas públicas, a las escuelas y a la formación profesional, a la investigación científica, a la red de transportes públicos y al cuidado del medioambiente. La contrapartida fue que el déficit fiscal no dejó de aumentar durante los 60. Ello, junto con el gasto militar por la Guerra de Vietnam y la emisión de dólares, engordó una alta inflación.

En Europa no fue distinto. Pierre Rosanvallon, en (justamente) “La crisis del Estado de providencia” (Civitas, 1995), puntualiza que “los gastos sanitarios y sociales crecen mucho más rápido que los ingresos” con las políticas estatales proteccionistas. “Como consecuencia, un lacerante problema financiero afecta desde hace años a todos los países industriales. Sólo hay una solución para tapar los agujeros: aumentar los ingresos del Estado. Todos los expertos fijan su atención en la participación de los ingresos fiscales en el producto bruto interno (PBI). Esta participación era, en Francia, del 35% en 1970 y pasó al 41,7% en 1980, para estabilizarse en torno al 44,5% antes de cruzar en 1990 la barrera del 45%”, secuenció.

Precisamente, la “Crisis del Petróleo” hizo volar por los aires el “Estado de Bienestar”, aunque no menos cierto es que hizo estallar un sistema que venía insinuándose difícil de mantener desde unos años antes. Aracil, Oliver y Segura puntualizan que los primeros indicios aparecen al final de los años 60 en Estados Unidos, donde la desaceleración del crecimiento se combina con un declive de la productividad. “Esto conlleva a una baja en la rentabilidad del sector manufacturero, sin que intervengan en ello los factores energéticos”, subrayan.

Desenlace de los 70

Cuando llegan los 70, describe Procacci, entre los gastos de la Guerra de Vietnam y de la “Great society”, la situación se volvió insostenible para EEUU, que mantenían el dólar atado a la valuación del oro, lo que hacía de él una moneda “cara” y poco competitiva. Para ejemplificarlo localmente: durante los 90, la Argentina ató la valuación del peso al dólar con la “Convertibilidad”. Entonces, un kilo de azúcar tucumana costaba un peso, es decir, un dólar; mientras que un kilo de azúcar brasileña costaba un real, valuado en un tercio de dólar. ¿Qué chances había de exportar?

El desenlace, describe el italiano, es dado por el presidente de EEUU Richard Nixon: en agosto de 1971 anuncia el fin de la convertibilidad del dólar en oro. En diciembre hubo una segunda devaluación. En febrero de 1973, la tercera. Pero se seguían pagando con el dólar devaluado los mismos U$S 3 por barril que antes, con el “dólar-oro”. En octubre, la OPEP detonó el embargo de petróleo.

Cambio de prioridades

“Las quiebras y amenazas de quiebras de grandes empresas sacudieron a varios países. La producción de acero bajó en un tercio. En los 24 países industriales no comunistas los desocupados sumaban 15 millones en 1975. (…) El propio auge económico había originado presiones inflacionarias crecientes, costos más altos y la preocupación por sostener la demanda, lo que conducía a una falta de confianza en los negocios y a una merma en la producción, en la inversión y en el empleo”, sintetizan Robert Palmer y Joel Colton en “Historia contemporánea”, (Akal, 1996).

Entonces, como concluye Aldcroft, “la dirección de la política gubernamental se desplazó de las tradicionales prioridades del pleno empleo y el crecimiento hacia las más urgentes del control de la inflación, el mantenimiento de la estabilidad de la balanza de pagos y la seguridad de una oferta apropiada de recursos”.

La mentada “estanflación”  

Un ciclo de estancamiento y suba de precios “El carácter más original de esta crisis ha sido la ‘estanflación’”, anotan Rafael Aracil, Joan Oliver y Antoni Segura en su libro “El mundo actual”. La “estanflación”, definen, es “la combinación de la recesión económica, con sus consecuencias sobre el empleo, y la inflación, expresada en una aguda alza de precios, con una media del 12% en los países occidentales”, durante la “Crisis del Petróleo”. No era la primera “estanflación”, pero sorprendió a economistas y a gobiernos.

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