Todo es historia: el "Gallo" Cabrera, un ícono del rugby tucumano

Todo es historia: el "Gallo" Cabrera, un ícono del rugby tucumano

Como figura de su club, Lawn Tennis, y de los Naranjas, dejó una huella imborrable.

REFERENTE. El “Gallo” dejó un gran recuerdo entre sus amigos, sus compañeros y sus rivales. REFERENTE. El “Gallo” dejó un gran recuerdo entre sus amigos, sus compañeros y sus rivales.

El 14 de abril, Tucumán Lawn Tennis cumplió 105 años desde su fundación. Una larga historia, que reconoce a muchas figuras destacadas en diferentes disciplinas. Sin embargo, una de las más sobresalientes pertenece al rugby, rama que llegaría al club del parque 9 de Julio casi medio siglo después. No es difícil adivinar de quién se trata: Héctor Cabrera, el “Gallo”, uno de los personajes más queridos que alguna vez haya vestido la camiseta “tricolor” (su cancha principal lleva su nombre) y la del seleccionado tucumano.

De hecho, desde ya conviene aclarar -como dice Gregorio García Biagosch, actual presidente del club- “todo lo que se escriba del ‘Gallo’ siempre será poco”. En efecto, se trata de esos personajes sobre los que todos tienen algo para contar. Porque no estaba hecho para ser actor de reparto; lo suyo era ser protagonista.

Y así lo hizo desde que llegara al club en 1972, cuando los “Benjamines” se entrenaban en cancha de Sportivo Guzmán. Tenía ya 18 años, una edad tardía dentro de lo habitual en el rugby. No obstante, le tomó poco tiempo demostrar la clase de guerrero que era. Debutó en Primera y al año siguiente, fue parte del primer título anual del “Tennis”. Le sumaría otras cinco conquistas con el club a su foja de éxitos hasta 1982. Ya para entonces, se había ganado también su lugar en el seleccionado tucumano, del que fue capitán durante una década, desde 1976 hasta mediados de 1985. También llegó a dejar su sello en el seleccionado del Interior, con el que enfrentó a Inglaterra, en Córdoba, en 1981. Ese día, anotó un penal desde mitad de cancha. Porque a pesar de jugar de tercera línea, era un efectivo pateador hacia a los palos, función siempre reservada a los tres cuartos. “Antes del rugby había jugado al fútbol, así que sabía pegarle muy bien, la metía de todos lados”, explica “Goyo” García Biagosch.

A comienzos de 1985, tomó la decisión de retirarse de los “Naranjas” para darle espacio a los más jóvenes y legó su cinta a Marcelo Ricci. Sin embargo, en junio fue convocado para entrenarse con el plantel del seleccionado de cara a un partido contra Francia. “Gallo” respondió al llamado, por cualquier eventualidad. Y la eventualidad ocurrió: el “Pescao” Ricci se resintió de una lesión, y Cabrera tuvo una última cruzada como capitán. Tucumán cumplió una gran actuación, y el de Lawn Tennis la rompió. Una despedida a la altura de lo que se merecía como “naranja”. Y si bien no jugó el Argentino del 85, en el que Tucumán ganó su primera corona, también fue parte de ese logro. Porque fue la consumación de un proceso que ya venía de antes.

Del aspecto deportivo del “Gallo” podría hablarse mucho más de lo que permite este espacio (también fue entrenador en su club y en los Naranjitas), pero sería un recuerdo sesgado. Porque era mucho más que un ejemplo de rugbier. Era también “un padre muy presente y sacrificado”, como lo define Paula, una de sus hijas. “Siempre nos acompañó, nos llevaba y nos traía de todos lados. Era estricto con el tema de los entrenamientos: no podíamos faltar. Nos decía que si habíamos elegido un deporte colectivo, teníamos que ser responsables por respeto a los compañeros. Sino, que jugáramos al tenis. Y si bien sentíamos una presión ser sus hijos, a él no le gustaba eso. Una vez, mi hermano Luciano salió campeón con los Naranjitas jugando contra Buenos Aires. Muchos lo felicitaban diciéndole que era el hijo del ‘Gallo’, y mi papá les decía que no, que él era Luciano Cabrera, no el hijo de alguien. Pero así, con esa cara de grandote malo, era dulce y bueno. Era como un niño grande”, lo describe Paula.

Josefina, la menor de los tres hijos que tuvo con Mirta Rodríguez, también lo rememora como alguien muy de la familia y de los amigos. “Cuando dejó de jugar yo era chiquita. Recién de más grande tomé dimensión de lo que él era para el club. Le encantaba que la casa fuera lugar de encuentro para sus amigos y sus familias. Una historia divertida que tengo con él es que, cuando me faltaba un año para recibirme, me pidió que no lo defraudara. Le prometí que ese año me recibiría, pero me dijo: ‘no, yo me refería a que no dejes el deporte’. Pasa que mi hermana se había puesto a estudiar Biología y estaba tan metida con eso que había dejado de jugar al hockey, y mi hermano también había dejado un tiempo por una lesión. Cuando mi papá falleció y salió en la primera página de LA GACETA, su sobrino nieto empezó a jugar al rugby en Huirapuca. Así lo querían los chicos, y él los quería a ellos”.

Se fue demasiado pronto, a los 54 años en 2007, por un cáncer que afectó su cuerpo, pero no su legado ni su sentido del humor. “Para mí fue uno de los mejores jugadores de la historia del rugby de nuestra provincia. Jugué con él muchos años y tuve la suerte de convivir con el muchísimos momentos gratos. Me tocó luego ya lejos de nuestro querido deporte asistirlo como médico cuando le tocó enfrentar a la terrible enfermedad que lo llevó a la muerte y ahí lo admiré mucho más por la entereza y valentía con que la enfrentó. Si fue un grande como jugador, más grande fue al enfrentarse a su enfermedad”, comparte Gaspar Chavanne.

Eso era, en pocas palabras, el “Gallo” Cabrera: un valiente, dentro y fuera de la cancha.

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