“‘Ricardo ¿y si pillamos el coronavirus?’, le pregunté. ‘No, somos jóvenes y sanos’, me respondió”

“‘Ricardo ¿y si pillamos el coronavirus?’, le pregunté. ‘No, somos jóvenes y sanos’, me respondió”

La tucumana a la que le confirmaron el Covid-19 cuestiona la demora en los estudios; su marido está internado, con asistencia respiratoria.

JUNTOS. Ricardo y Carolina Laudani, en una foto tomada durante sus últimas vacaciones. Habían partido de Tucumán hacia el exterior el 14 de febrero de 2020. GENTILEZA CAROLINA LAUDANI JUNTOS. Ricardo y Carolina Laudani, en una foto tomada durante sus últimas vacaciones. Habían partido de Tucumán hacia el exterior el 14 de febrero de 2020. GENTILEZA CAROLINA LAUDANI

“Si él pudiera escucharme, le diría que lo amo. Que quiero que vuelva. Que vuelva con nosotros”. Carolina Lezon Gottling llora. Pero él no la escucha. Él tiene 50 años. La tiene a ella y a los cuatro hijos de ambos. Y tiene puesto un respirador que lo mantiene vivo. Tres días atrás, le dieron la extremaunción. Creyeron que sus pulmones se habían rendido. Pero él es fuerte. Es una máquina y mucho más, dice ella. Su marido, Ricardo Laudani, se encuentra internado en un sanatorio privado con un diagnóstico de neumonía y se sospecha que tiene coronavirus.

La sospecha es no querer decirlo todavía, piensa Carolina. Es esconder la verdad, acusa. Porque el jueves pasado, a sus 46 años, ella se convirtió en el primer caso anunciado en Tucumán de esa pandemia. Y si tiene ella, tiene él, razona. Pero hasta ahora, el sistema público de salud nacional no ha enviado los resultados de las últimas pruebas de laboratorio de su esposo.

- ¿Cómo es despertar e irse a dormir con coronavirus?

- El día que me dieron el diagnóstico, tuve que tomar una pastilla de Valium para dormirme. Después recé, recé y recé. Sólo rezar me da paz.

- Físicamente, ¿cómo se siente en tu caso?

- Es como tener una gripe, pero fuerte. Si me levanto a limpiar la casa, caigo hecha bolsa. Pero ya pasé lo peor. Transité la enfermedad sin saberlo. Los resultados llegaron cuando los síntomas estaban desapareciendo.

- Antes de enfermar, ¿tu marido pensó que esto podía llegar a pasarles?

- El avión en el que volvimos de Europa era un concierto de toses y estornudos. ‘Ricardo, ¿si nos pillamos el coronavirus?’, le pregunté. ‘No, somos jóvenes y estamos sanos’, me contestó. Después supimos que en ese vuelo había un montón de infectados.

- ¿Quién cuida de tus hijos?

- Se cuidan entre ellos. El más grande tiene 18 años y el más chico, 12. Seguramente, tuvieron coronavirus pero no mostraron síntomas. Están muy mal. Muy afectados. Trato de sacarlos de las redes, pero es difícil porque debo mantenerme alejada. Ayer, en un sitio de noticias publicaron que Ricardo había muerto. Los chicos entraron llorando a mi cuarto: ‘¿dicen que papi murió?’, me preguntaron.

- Si pudieras volver el tiempo atrás, ¿qué cambiarías?

- Hace un mes, no se sabía nada. Madrid explotaba de gente. París explotaba de gente. Florencia explotaba de gente. Todo era un infierno de turistas. Y todo estaba perfectamente normal. No teníamos cómo saberlo.

Cuando todo cambió

El domingo 8 de marzo, los Laudani llegaron de ese viaje por Europa, que incluyó destinos en África, Portugal, España, Italia y Francia, entre otros. Habían partido de Tucumán el 14 de febrero, cuando el coronavirus todavía no tenía ese nombre. Se lo conocía como la neumonía de Wuhan, por la ciudad china donde surgieron los primeros contagios en personas. Pero para la fecha de su regreso, apenas 24 días después, el mundo había cambiado. En Argentina, estaban vigentes las indicaciones de aislamiento para viajeros. Así que la familia se recluyó en su casa en el country Las Yungas, en la ciudad de Yerba Buena.

El lunes y el martes siguientes, Ricardo, director ejecutivo del grupo empresario Lucci, mantuvo teleconferencias con sus colegas a través de Skype. El miércoles no tuvo ganas ni de hablar. Y el jueves 12, empezó todo: empezó la fiebre.

“Llamé al 0800 muchas veces. No me atendía nadie. Llamé a todo el mundo hasta que conseguí una ambulancia”, cuenta Carolina en referencia al número de vigilancia epidemiológica por coronavirus que habilitó el Ministerio de Salud Pública de la provincia. Cuando al fin llegaron los médicos, activaron el protocolo por coronavirus: Ricardo estaba con 39° de temperatura. A él lo medicaron con paracetamol y a ambos les tomaron unas muestras de hisopado nasofaríngeo.

No obstante, antes de enviar las tomas al Malbrán, el único instituto en el país capacitado para realizar los tests que determinan el Covid-19, en los laboratorios locales se realizan los estudios de genomas virales de influenzas A y B. El testeo de Ricardo arrojó resultado positivo para la gripe A. Así que la ambulancia del Siprosa regresó con Tamiflú, el fármaco indicado. A ella, en cambio, los dos tipos de influenza le dieron negativo.

Cada vez peor

Al día siguiente, el viernes 13, los estudios de laboratorio del matrimonio ingresaron al Malbrán, de acuerdo a las constancias a las que tuvo acceso este diario. Mientras tanto, Ricardo intentaba tomar el Tamiflú. Intentaba. Porque su salud empeoraba hora a hora. “Vomitaba la pastilla. No la toleraba. Vomitaba. Vomitaba. Y vomitaba. Entonces volví a pedir una ambulancia”, narra Carolina. El llamado lo hizo cerca de esa medianoche, dice. Oyó la sirena a las 3 de madrugada del sábado. Subieron y partieron hacia el Centro de Salud. “Nos atendieron en una sala de guardia, a pesar de mis pedidos de que nos recibieran en el tercer piso. Le hicieron placas radiográficas. Me dijeron que estaba todo bien. Y nos mandaron a casa”, recuerda. Llegaron a las 6 de la mañana y durmieron muchísimo. A esas alturas, ella también se sentía mal. Le dolía la espalda y su termómetro le marcaba unos 38,5°. Tomó paracetamol y siguió durmiendo.

Ese atardecer, Carolina estaba recostada en la galería. Le sonó el celular. Era Ricardo, que la llamaba desde la planta alta.

- Hola gordo. ¿Qué pasa? -atendió.

No hubo respuesta. Ni una palabra. Subió corriendo y lo encontró desvanecido y ardiente de fiebre. Esa fue la última vez lo vio (”estaba hecho una bolsa de papas”). Lo internaron en la Clínica Mayo con una neumonía. Al cierre de este artículo y una semana después, se encuentra conectado a un respirador artificial, grave y estable. Laudani no tiene antecedentes de enfermedades de base, diabetes ni problemas coronarios. En vez de Tamiflú, los médicos optaron por administrarle Kaletra, un genérico que se está usando para tratar los episodios de coronavirus.

La decisión de cambiarle la medicación la tomaron luego de que el jueves último se conocieran los resultados de una segunda muestra de Carolina que fue enviada al Malbrán -puntualmente, debido a su insistencia-.

Esa toma fue recolectada el lunes 16 y en la clasificación se lee positivo. “Primero me dijeron que no tenía y después que sí. ¿Qué es esto?”, se enoja. Pero lo que más le enfurece es que aún no le hayan dado los resultados del segundo hisopado de su marido. “Lloro todo el día. Rezo y lloro. Estoy con una neumonitis y casi no puedo levantarme de la cama. Pero desde aquí hago lo posible para que Ricardo salga adelante. ¡El Siprosa es una mafia! ¡Es todo mentira! ¡Es todo un verso! Están ocultando información. No hay ninguna duda de que mi marido se contagió. Si de algo me arrepiento, es de haber perdido tiempo con el sistema público”, dice.

El pedido

A mediados de esta semana el intendente de Yerba Buena, Mariano Campero, dijo que cerca del 80 % de los tucumanos que se encuentran aislados (o que deberían estarlo) por sospecha de infección con Covid-19 vive en esa ciudad, y le pidió a la ministra de Salud, Rossana Chahla, que les permita a los bioquímicos de ese municipio analizar muestras sospechosas de coronavirus.

“Apenas tengan los síntomas, apenas tengan tos, fiebre y sientan que les falta el aire, pidan ayuda. Exijan que les hagan las pruebas y que los resultados estén rápidos. Eso es fundamental. Eso puede salvarles la vida”, añade Carolina, como hablándoles a quienes crean estar infectados. Y después le habla a él, a su marido. Si pudiese escucharla le diría que gracias por ser un niño más. Por ser un papá compinche. Por enseñarles a divertirse como locos. “Quiero que vuelvas. Que vuelvas con nosotros”.

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