Un santiagueño, entre la literatura, la guitarra y el canto

Un santiagueño, entre la literatura, la guitarra y el canto

Hace dos décadas, partió al silencio Octavio Corvalán, destacado escritor, músico y docente, que enseñó en la UNT.

Un rumor de chacarera se sienta en los anteojos de su memoria ese sábado. El silencio del tiempo se topa con un horizonte de mistol y tuna. El zorro de don Bernardo lo incita quizás a sus trapacerías. Los versos se mecen alborotados en la guitarra. “Trenzas negras, boca fresca, tiene mi morena… si una prenda me abandona yo no he de atajarla, no quiero amor por la fuerza sino con el alma…” los latidos se abroquelan las sienes.

Qué habrá sucedido ese viernes 2 de marzo de 1923 cuando Santiago del Estero lo ve por primera vez, se pregunta tal vez. Es posible que un murmullo de coyuyos le haya trampeado con música el corazón. Los casos de Juan echan a rodar su curiosidad por la literatura. Por eso no le extraña que en 1939, su imaginación desembarque en Tucumán, donde Enrique Anderson Imbert, Marcos Morínigo, Eugenio Pucciarelli, Lorenzo Luzuriaga, Silvio y Risieri Frondizi le muestren un camino en la Universidad.

El folclore le aletea los desvelos desde chango. A los 12 años gana su primer concurso musical en Santiago. “Mi vínculo con la música empieza con don Manuel Gómez Carrillo y con Adolfo Ábalos. Los Ábalos empezaron haciendo jazz vocal, no folclore. Y a mí me entusiasmó ese estilo de cantar, de hacer cosas armonizadas para varias voces. Roberto y Adolfo vinieron a Tucumán a estudiar farmacia y empezaron a hacer folclore”, recuerda. La Chacarera del Silbador, con música de Miguel Ángel Trejo y letra suya, le abre una senda.

En el ‘44, junto a Fernando Portal y a Rolando Valladares, ya ha conformado el trío Ollantay. Rumbean a Buenos Aires, patrocinados “un poco por Ariel Ramírez que nos ubicó en Radio Belgrano. Caímos muy bien y nos elogiaron las revistas Antena, Radiolandia. Comenzamos a cantar vidalas con armonizaciones de jazz y eso impactó en Buenos Aires; les pareció muy novedoso. En el ‘45, me vine y el trío se desarmó”.

Estados Unidos es su nueva morada. Se doctora en la Universidad de Yale; durante diez años, es profesor de Literatura Hispanoamericana en Rutgers University, Nueva Jersey, Queens University (Canadá), Indiana State University y Wesleyan University, Connecticut, entre otras, y también titular de esa cátedra en la UNT.

Lleva los esteros y el cerro en su canto, sus gatos y vidalas. En 1952, se convierte en el primer argentino en grabar un disco de folclore en Nueva York. Escribe quince libros, desde ensayos sobre literatura hispanoamericana hasta manuales de lectura para changuitos; desde traducciones de poetas rusos a sus propios Cuentos del NOA. Colabora en La Nación, La Prensa, LA GACETA Literaria. Sus libros son material de estudio en muchas universidades de Latinoamérica, Europa, EE.UU. y Japón.

Lo culto y lo popular

“Lo culto y lo popular resultan para mí la misma cosa, sobre todo después de una larga conversación con Anderson Imbert. Era su alumno y le comenté que me interesaban la literatura, el teatro, el canto. ‘No sé qué opción tomar’, dije. Y él respondió: ‘no opte, siga con todas sus inquietudes’. Seguí el consejo, y siempre me sentí bien enseñando literatura y cantando. Claro que la Facultad hace sus diferencias: allí dentro no es lo mismo Homero que Homero Manzi”, dice.

Un hecho lo marca. “Todo cambió para mí cuando hacía el doctorado en Yale. Murió el Che Guevara y comprendí muchas cosas sobre América Latina: me sentí como si hubiera estado ausente de mi tierra. Por eso, cuando regresé a Tucumán en 1970, ya estaba en condiciones de decirles a mis alumnos qué veía detrás de lo estético”, evoca.

A pesar de sus prestigiosos antecedentes, peregrina un par de años por intrascendentes cargos públicos hasta que regresa mediante concurso a la UNT. Cuatro años después, la dictadura le quita su cátedra. Se refugia en la Universidad de Salta, y en 1985 es reincorporado a la UNT.

La voz se cansa

La voz se cansa al despertar los 90. El canto lo abandona. “El folclore natural sigue su propia evolución. El músico culto se aprovecha de los cursos que toma y le da una dirección, pero como decía Bernardo Canal Feijóo, no hay que afligirse, hay que esperar que el pueblo mismo dicte las direcciones, y las toma antes de que el músico culto aprenda a descifrar el lenguaje de la música popular”, piensa.

1999, sábado 2 de octubre. Una chacarera le hace una zancadilla al Supay. Las nubes amodorran un poema con acento santiagueño. “Cuando muere una paloma, cuando llora el arroyo, cuando el minuto angustia, y la rosa hiere, y el rocío envenena… Entonces hace falta un cetro de nardo, una espada de lluvia, un rayo de música y un ejército enamorado para conquistar la paz…” pestañean los párpados de 76 años de Octavio Corvalán, antes de extraviarse en el silencio.

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