En busca de miles de fiscales despiertos, y leales

En busca de miles de fiscales despiertos, y leales

Por estas horas, a tan sólo tres semanas de los comicios provinciales, los que quieren acceder al poder -o continuar en él- tienen una única preocupación en mente, y que es motivo de desvelos. Para los peronistas esa inquietud no pasa centralmente ni siquiera por la sorpresiva postulación a vice de Cristina o por su posible foto en el banquillo de los acusados del martes. Tampoco pasa por el reciente triunfo del cordobés Schiaretti -que ya parece que ocurrió hace más de un año-, ni por las repercusiones de esta victoria en el escenario nacional. Ni siquiera por saber si finalmente habrá unidad entre los justicialistas para acometer la elección nacional.

Para los “intervenidos” correligionarios de la UCR y sus primos del PRO, la preocupación tampoco pasa por las secuelas sociales de los niveles inflacionarios de la gestión nacional, por si Macri será o no finalmente el candidato a presidente -o si será Vidal, Carrió o Durán Barba-, o por si estalla la crisis interna en la UCR en la convención nacional que definitivamente haga implosionar a Cambiemos.

No, por ahí no va la mano. La dirigencia tucumana mira todo de reojo, si bien no descuida completamente los efectos nacionales que pueden aprovechar para hacer proselitismo a nivel provincial, o cualquier cosa que pueda alterar las emociones populares -como el sacudón de Cristina de ayer-. Hoy por hoy, la dirigencia con verdaderas aspiraciones y ambiciones tiene un objetivo principal en la mira: los fiscales. No los fiscales de Justicia; los de mesa.

Es prioridad; es casi una necesidad de supervivencia contar con buenos hombres y mujeres para ese rol, y que sean leales, despiertos y pícaros. Porque de la efectividad de sus trabajos puede depender una victoria. Es un verdadero ejército al que hay que reunir -como en Game of Thrones para la temporada final-, al que se debe pertrechar logísticamente, a cuyos soldados se tiene que adoctrinar en la lealtad al espacio y enseñarles todas las trapisondas posibles que se tienen que evitar -o hacer, depende de la orientación de los docentes-, pero por sobre todas las cosas, instruirlos a fuego para que no cedan a las posibles tentaciones a las que se verán sometidos por sus pares de otros partidos.

Travesuras, como le dicen en la jerga popular, que no son meras leyendas o mitos urbanos nacidos a la sombra de una ávida imaginación. De que las hay, las hay; se diría. Contrarrestarlas exige de estudio, horas de clases y mucha preparación; pero por sobre todo requiere de un profundo conocimiento del campo y haber atravesado muchas batallas electorales. Sin cicatrices, estos soldados no sirven. De mínima, y básicamente, un fiscal debe saber leer y escribir, para no resultar engañado o confundido en los escritos y en el llenado de planillas al cierre de la elección (aspecto en el que coinciden todos los que conocen el “métier”). La propia legislación electoral, además, les exige esta condición para poder ejercer esa función (artículo 30 de la ley 7.876). En una ocasión, por darle una mano a un amigo lo puse de fiscal, y apenas podía hacer su firma; lo hicieron de ida y de vuelta, pobre; confió un dirigente capitalino que sintió los rigores de no contar con un buen “defensor”. Seguro, no le pasa más.

¿Cuántos fiscales despiertos deberían tener los candidatos que tengan aspiraciones serias de convertirse en gobernador? En total, las mesas de votación en la provincia son 3.637. O sea que esa es la cantidad de representantes fieles y comprometidos con la causa que deberían tener los que quieran evitar sorpresas desagradables antes, durante y después del recuento de los votos de las urnas. El que no los tenga, va muerto, está frito; dijo un antiguo operador peronista.

Dato numérico de color: si las nueve listas que llevan postulantes a gobernador pusieran un fiscal en cada mesa, entre todas sumarían 32.733 fiscales. Se deslizó en los corrillos políticos que para fidelizar la labor de los fiscales, algunas de las principales fuerzas están ofreciendo desde $ 1.000 por cumplir esa misión. De ahí, para arriba. Labor que se cotiza en bolsa, no en bolsones. Cubrir la provincia con esta suerte de “cuida votos” o “guardaespaldas electorales” implicaría desembolsar mínimamente $ 3,6 millones, una cifra bastante onerosa, que no muchos están en condiciones de pagar.

¿Qué son y qué hacen realmente los fiscales? Principalmente, son los ojos del candidato en cada mesa, los que deben estar prestos a cualquier movimiento sospechoso por insignificante que parezca, los que deben observar que no se pierdan las boletas propias -sino las de los otros, dirían desde otro lado-; pero por sobre todo son los que tienen que garantizar que las planillas se llenen correctamente, sin borrones, sin ceros de menos o de más, que no se afecten las adhesiones que pueda recibir el postulante de la estructura que defiende.

En ese sentido, bien se puede sostener que el que se descuida, pierde. No descuidarse significa, por ejemplo, no beber ni aceptar comida de otros fiscales. ¿Por qué? Porque les puede suceder lo del famoso bidón de Bilardo del que tomó el brasileño Branco. Es que una vez ocurrió que pusieron un laxante en los alimentos y algunos fiscales debieron abandonar corriendo sus lugares y dejaron la mesa liberada para el “festín” de otros. Por eso, entre los dirigentes, se volvió un tema especial el de la provisión de la “bandejita” de sandwiches propios, a salvo de cualquier travesura digestiva. Hasta ese detalle gastronómico debe tenerse en cuenta.

¿Qué más puede ocurrir? Entre otras cosas, que si no se percatan puede que aparezcan votando los que en realidad no lo hicieron: los que no se presentaron a sufragar. Es la famosa “inflada” de padrones, de las que hay algunas referencias que navegan entre lo falso y lo real. Una de la más comentada es la que habría ocurrido en los 90 en Burruyacu. Había más domicilios registrados en los padrones que casas en la zona; refiere un memorioso. ¿Qué más tienen que hacer los fiscales? Dicho muy brutalmente: no venderse por monedas. Por eso, conseguir fiscales o tener fiscales que no traicionen a sus referentes, o que se mantengan leales a los propios, va a costar. Y mucho.

Otra cosa que deben hacer los fiscales es tener informado al candidato o al principal referente territorial sobre quiénes de los adherentes propios han ido a votar y quiénes son los que aún faltan de hacerlo; una suerte de control interno que centralmente ocurre al mediodía. En función de los datos se encienden las alarmas y se pone en marcha la búsqueda de los remolones u olvidadizos y también las facilidades para el traslado de los votantes. A eso, algunos le dicen acarreo. Para otros no es más que una forma de garantizar que sufraguen los propios.

Además, se dice que el horario clave en la jornada electoral, para que se produzcan todas las travesuras “surgidas de la imaginación” y no verificables, es el que va entre las 17.30 y las 18, que es la media hora final antes del cierre de la votación. Es el tiempo del “hot sale”, pero por debajo de la mesa. Es cuando los cerebros deben estar lo más despiertos posible para impedir que los tramposos hagan de las suyas y alteren la voluntad popular e impongan la que no corresponde. Es el tiempo en el que las autoridades de mesa no pueden hacerse de mirar para el costado, porque si todas aquellas situaciones se llegaran a producir será porque no sólo hubo fiscales que se pusieron de acuerdo para violentar el proceso electoral y alterar los números, sino también porque los responsables de conducir las mesas no obraron como correspondía. Las responsabilidades se comparten.

Siempre, por estas épocas cercanas a una elección, se desliza que hay más de un dirigente preocupado por conocer los nombres de los que actuarán como presidentes de mesa. Mito o realidad; pero es un aspecto para no desatender o, de mínima, para investigar. La base, en ambos casos, es el nivel de compromiso con el rol que van a cumplir. Los presidentes de mesa tiene un instructivo de 30 puntos que tienen que estudiar, los fiscales sólo tienen que saber un par de cosas; sostienen los alguna vez han manejado fiscales.

Ese “par de cosas” pasan por no sacarle los ojos a las urnas, seguirlas en todo momento y ver que no estén “embarazadas”; o sea, mirar adentro de esas cajas de cartón para evitar sorpresas, como las que hubo en 2015. Otra cuestión es la de estar atentos al momento del recuento de las boletas, que es la “hora de las cotizaciones”. Como se afirma, a manera de sentencia electoral callejera: imponer un ganador cuesta mucha plata. Si no vas con efectivo en el bolsillo, vas mal. Verdad o no, es una alerta como para que todos estén más que despiertos después de la hora de la siesta. Nadie tiene que moverse del lugar, porque el que se va pierde hasta la silla, no sólo algunos votos.

Ahora bien, ante la presencia de muchos fiscales es difícil que se cometan travesuras o que haya deslices. Esta semana se informó que si todos los partidos de la capital que presentan candidatos lleva un fiscal, habría mesas con 57 fiscales. Imposible, pero seguro habrá demasiados ojos para controlar. Pero también pícaros prestos a hacer de las suyas. ¿Quién de los que peinan canas no recuerda la anécdota del milenio pasado sobre los dos fiscales, uno radical y otro peronista, que en una escuela de montaña, solos, hicieron votar media plantilla y se repartieron los votos proporcionalmente? Alguien supo decir que esas “cosas” solamente ocurrían allí donde no entraba ni el loro.

Entre tantas especulaciones, ¿será posible el antiguo voto cadena? Al igual que aquellos dos pillos solitarios de la montaña, este tipo de travesura tiene las señas del siglo pasado, por lo que cabría que esto no sucediera. Sin embargo, algunos dirigentes capitalinos están instruyendo a sus fiscales a no firmar sobres antes de que empiece la votación; porque eso le abre la puerta al sufragio encadenado. Sin embargo, la presencia de muchos fiscales haría imposible o desalentaría a que todos firmaran sobres antes de que llegue el elector a la mesa. El viernes, por ejemplo, el acople de Carolina Vargas Aignasse, Tucumán en Positivo, reunió a 1.280 fiscales propios para una clase de capacitación, a la que asistió Manzur.

Pese a todas las leyendas y las previsiones, muchos van a estar atentos igual, no vaya a ser que haya soldados nuevos con mañas viejas.

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