“Ningún periodista argentino fue tan poderoso como Neustadt”

“Ningún periodista argentino fue tan poderoso como Neustadt”

En 1993 publicó Bernardo Neustadt: El hombre que se inventó a sí mismo, biografía no autorizada sobre el influyente periodista, quien intentó que el libro no se publicitara. Pasó desapercibido, pero 25 años más tarde, y actualizado, editorial Planeta vuelve a publicar la historia de nuestro “Ciudadano Kane”. “Neustadt tuvo más poder que La Nación y Clarín”, asevera el autor.

LA DEFINICIÓN. “El periodismo de opinión está para argumentar algo, pero no necesariamente para compartir”, distingue Fernández Díaz. elplacerdelalectura.com LA DEFINICIÓN. “El periodismo de opinión está para argumentar algo, pero no necesariamente para compartir”, distingue Fernández Díaz. elplacerdelalectura.com
24 Febrero 2019

Por Alejandro Duchini.-

Estamos en Donato, un café-restaurante del barrio porteño de Palermo en el que solemos encontrarnos cada vez que arreglamos una entrevista. Lo que significa que acaba de publicar un libro. Nuestros últimos encuentros habían sido para hablar de El puñal y La herida, novelas protagonizadas por su personaje Remil (imaginen por qué). También hablamos de Fernández, alter ego de novelas inolvidables. Y de Mamá, esa historia de su madre que escribió en base a entrevistas tras preguntarse cómo era posible que esa mujer hiciera llorar hasta a su analista. Ahora nos encontramos por Bernardo Neustadt: El hombre que se inventó a sí mismo. Publicado en 1993, el poderoso periodista que pedía a su audiencia que no lo deje solo movió influencias para que el libro no circulara demasiado. “Cuando salió, este libro fue silenciado, ninguneado”, dice Fernández Díaz.

- ¿Qué diferencias encontraste entre el Neustadt sobre el que escribiste hace 25 años y el que recordás hoy?

- Muchas. Aunque hay que reconocer que inventó muchas de las cosas que hoy vemos en la tele y escuchamos en la radio. Yo, de joven, llegué a mirarlo para odiarlo, como le pasaba también a otros. Cuando salió, este libro fue silenciado, ninguneado. Neustadt mismo llamó a los medios para que no me hicieran notas. Y nadie quería malquistarse con un tipo que tenía 35 puntos de rating, un poderoso que te fulminaba con campañas, que llenaba la Plaza de Mayo. Además la historia era distinta, porque entonces había pocos medios. Me olvidé del tema y seguí escribiendo hasta que hace unos ocho meses Nacho Iraola, de Planeta, me dijo que ese libro se leía como una novela. No estaba ni siquiera digitalizado. Lo volví a leer y lo que más me interesó es que lo escribí a los 33 años, cuando ya era un escritor pero no a tiempo completo. Otra cosa que me gustó fue que a través de Bernardo iba pasando la historia argentina: los militares, Alfonsín, Menem. Incluso, a través de Neustadt se va viendo cómo se pensaba. Y agregué un final con un dejo melancólico y novelístico. Cuando lo leí completo me di cuenta de que era una especie de Ciudadano Kane, con sus cosas buenas y malas. Porque uno aprende que los grandes canallas hacen cosas heroicas y los grandes héroes se mandan canalladas. El bien y el mal pueden estar mezclados. Bernardo tiene aspectos muy negativos y otros extraordinariamente positivos.

- ¿Por ejemplo?

- Salvar a periodistas en tiempos duros o dar posibilidades laborales. Esa mujer, el gran cuento de Rodolfo Walsh, se lo publicó Neustadt en la revista Extra, con una entrevista. También debo decirte que no era cínico con una sola cosa: con la Argentina. Su obsesión era cómo progresaba la Argentina. ¿La podemos bancar esa? Mientras se hacía rico con lobbies, también convivía en él la pasión por la Argentina. Conozco gente que se rasga las vestiduras por el país pero cuando se apagan las cámaras demuestran un cinismo absoluto. Bernardo todos los sábados reunía en su casa diez personas distintas: un obrero, un policía, etcétera, y los escuchaba mientras tomaba notas. Lo hacía para conectarse con el país. Tenía pasión. En eso, me saco el sombrero.

- ¿Qué te dijeron otros sobre Neustadt?

- Algunos empresarios me decían que Bernardo fue lo que fueron ellos: esencialmente oficialista en los comienzos y opositor en el final de cada gobierno. Magdalena Ruíz Guiñazú me decía que este libro era una crónica de nuestro tiempo: el lado de atrás de los últimos 50 años. De lo que fuimos como periodistas, como políticos, como ciudadanos.

- ¿Por qué lo presentás como “personaje maldito”?

- Si hacés un ranking de los tipos más odiados de Argentina de los últimos 50 años, sacando a la dictadura, Bernardo está entre ellos.

A la vez maldito porque era un extraordinario periodista: cambió conciencias en la Argentina, la mayoría de las veces para mal: convenció a la opinión pública de ir contra los ferrocarriles, de aceptar privatizaciones y se convirtió en el gran verdugo de Alfonsín, en el jefe de la oposición.

- Sus primeros pasos los dio como periodista deportivo.

- En un momento sobrevivió gracias a la revista Racing, que hizo durante varios años. Hay una vieja idea de redacción que dice que los mejores periodistas de Política salen de Policiales o de Deportes, porque son las secciones que obligan a relatar y analizar los acontecimientos. Hay una anécdota: la primera vez que se encuentra con Jacobo Timerman, en el 61, en Clarín, Jacobo le dice, al darle la mano, “¿vos sos el periodista deportivo?”. “Sí”, responde Bernardo. “Dedicate al deporte porque de política no entendés nada”, le contesta Jacobo. Fue el comienzo de una batalla de décadas: dos tipos diferentes. Uno cultísimo y otro no culto pero popularísimo. Jacobo era un tipo temible. Ambos transaron por igual con las dictaduras militares. Hicieron cosas infames. Sólo que Jacobo fue torturado en la última dictadura y salió de ese episodio como víctima.

- Hay una anécdota que contás: la de un Carlos Menem recién electo presidente que lo invita a subir a su Fiat, cuando empieza la gran relación entre ambos.

- Y después fueron a cenar. ¿Te imaginás el revuelo que significaría que entre el presidente recién electo con Neustadt a un restaurante? “Yo ya sé, Bernardo, que el mundo va para otro lado”, le dice Menem, que también le pide ayuda. Entonces Bernardo le da una lista que define el gabinete y un poco el gobierno de Menem: Di Tella como peronista paquete; María Julia Alsogaray y su padre; Cavallo, que es hijo de Bernardo... Así se arma el primer gabinete y el primer menemismo. Bernardo no sólo tuvo posición tomada, sino que se convirtió en un operador. En un acto de omnipotencia absoluta empezó a voltear ministros, tomaba decisiones en el gabinete. Se le adjudica a estos hechos su decadencia, pero no creo que haya sido así. Creo que estuvo más complicado en el 83, cuando era el emblema del periodista que acompañó a la dictadura y no podía caminar por la calle, lo silbaban en los conciertos, en el teatro. Pero aún era joven. Tenía una creatividad que sacó adelante y tuvo un éxito descomunal. Al final creo que lo que le pasó es que se volvió viejo. Y volverse viejo en el periodismo no es algo sólo biológico. Veo muchos periodistas que un día desconectan de su audiencia. Nos pasa a todos. Yo también algún día escribiré libros que no se venderán o notas que no leerá nadie. Son las duras reglas del oficio. Neustadt se fue de vacaciones, su lugar se lo arrebató Mariano Grondona y no lo pudo recuperar. No pudo conectarse con su audiencia. Perdió.

- ¿Cuándo fue más poderoso Neustadt?

- En los tiempos del menemismo. Porque con los militares no tuvo poder. De hecho, en la interna militar estuvo en favor de Videla, Viola y Martínez de Hoz. Se recuesta en ellos contra los nacionalistas y más duros como Massera, Etchecolatz, Galtieri… Es por eso que le revientan la oficina, sufre amenazas. Pero tuvo valentía. Fue valiente al enfrentar al ERP, que en los 70 lo fue a buscar con ametralladoras. Eran épocas bravas, aquellas. Hoy te escrachan en las redes sociales, pero antes te iban a buscar con una ametralladora. Se aguantó también cuando apoyó las privatizaciones y lo cagaron a trompadas. Hay muchas escenas novelescas en su vida. Como cuando, ocultando su peronismo, en el 55 tiraba documentos cuando asume la Revolución Libertadora. Andá a saber qué quemó.

- ¿Cómo era el Neustadt periodista, sacando lo que se le pueda recriminar?

- Tenía un olfato más grande que el de cualquiera. Era un gran productor periodístico. Creó un escenario por el que pasaba lo principal de la Argentina: lo político, lo económico y todo lo demás: el ingeniero Santos, el Bambino Veira. Básicamente en los 80. Luego se enamoró demasiado de Menem. Su relación con Menem lo dañó, al igual que su vejez. Cuando falleció ya no tenía nada para dar. Fue desconectando, se volvió grande, lo pasaron por arriba fenómenos que no entendía. Eso fue muy fuerte.

- ¿Qué te queda de aquel encuentro a solas con él?

- Nos encontramos en Puerto Madero un día de semana. Un Puerto Madero más embrionario que ahora. Era un día otoñal. Caminamos un rato, comimos en un restaurante vacío. Ya era un Bernardo crepuscular. Aquella era una escena crepuscular, como de final. Después caminamos solos: nadie lo saludó. Y fuimos a su oficina, también en Puerto Madero, que se estaba desmantelando. Era el fin de algo. En sus últimos años ya estaba fuera de todo.

- ¿Se hubiese adaptado al periodismo en estos tiempos de redes sociales?

- Hubiera sido interesante saber qué habría hecho ahora. En plenitud hubiese generado algo importante. Un sitio web, polémico, del que no hubiésemos podido sustraernos de verlo todos los días. Hubiera tenido un gran éxito. El epitafio que elige para su tumba, “ayudé a pensar”, es un epitafio justo. Aunque sea a pensar contra él, pero es cierto. El periodismo de opinión está para argumentar algo, pero no necesariamente para compartir. En ese sentido, es indudable que ayudó a pensar.

- ¿Qué les dirías a las nuevas generaciones de periodistas que aún no conectaron con él?

- Que antes de leer este libro vean Ciudadano Kane, de Orson Wells. Esa película cuyo protagonista vive en una inmensa soledad personal. Bueno y malo pero siempre genial. Neustadt tuvo más poder que La Nación y Clarín y por momentos más que Menem. En Argentina hoy no hay nadie así ni de lejos. Pero es que también cambiaron los tiempos. Hoy nadie tiene el monopolio: las audiencias, las opiniones, están fragmentadas. Y Bernardo llegó a ejercer el monopolio de la palabra. Como cuando convocó a 100.000 personas en Plaza de Mayo. Eso no lo logró nunca un periodista en nuestra historia.

- Acá tengo mi ejemplar de El hombre que se inventó a sí mismo. Mirálo: ¿qué te significa?

- Era un libro perdido que volvió, aunque leído desde otro lado. Me demostró una vez más que los libros se leen cuando hay que leerlos. Hoy ese libro es otra cosa de lo que era hace 25 años. Me recordó el amor que tengo como lector por esa clase de libros en los que el periodismo se acerca a la literatura. Me hace pensar en lo noble que sigue siendo tener una vocación narrativa para contar el periodismo.

© LA GACETA

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