Silencio
17 Febrero 2019

Por Inés Páez de la Torre.

Es un hecho que vivimos en un mundo contaminado auditivamente. Una verdadera polución sonora. Por un lado, los ruidos a los que estamos sometidos, lo queramos o no. Y por otro, aquellos que nosotros mismos nos infligimos a través de distintas pantallas, con sus mensajes, alertas, videos, canciones. Si hasta incluso cuando buscamos rodearnos de naturaleza, nos cuesta desconectarnos realmente, apartarnos aunque sea unas horas de esos estímulos constantes.

La mayoría de las personas presenta, en mayor o menor medida, una suerte de “fobia al silencio”. Por eso para algunos la meditación es casi una tortura, así dure veinte minutos: el hecho de mantenerse sin hablar, sin mirar el celular, tan solo siguiendo la respiración y observando como testigos nuestros pensamientos, sin juzgarlos… puede ser desesperante. Y es que por lo general los occidentales no tenemos un hábito incorporado al respecto. (Distinto a lo que ocurre en las tradiciones orientales, que tanto promueven esta práctica. Gandhi, por ejemplo, ayunaba de hablar un día a la semana, los lunes).

Beneficios

Hace tiempo que se ha demostrado que el silencio trae múltiples beneficios para nuestra salud, ya que tiene el poder de liberar el estrés y las tensiones –causantes, como se sabe, de muchas enfermedades- de nuestro cuerpo y en especial de nuestro cerebro.

Por el contrario, la exposición a ruidos permanentes produce alteraciones en la frecuencia cardíaca, la presión arterial y la circulación sanguínea. Hace más de diez años un estudio demostró que dos minutos de silencio tenían efectos más relajantes que escuchar dos minutos de música relajante. Y que exponernos periódicamente a ambientes con niveles bajos de información sensorial era fundamental para que el cerebro trabajara en restaurar sus recursos cognitivos.

Una “restauración” que nos permite luego estar más presentes, enfocados y creativos a la hora de tomar decisiones, resolver problemas y generar ideas nuevas.

En la misma línea, en el año 2013, un estudio publicado en “Brain”, la prestigiosa revista científica de neurología, reveló que dos horas diarias de silencio permitían el desarrollo de nuevas células en el hipocampo, una región del cerebro asociada con el aprendizaje, la memoria y las emociones.

Horror vacui

En las parejas a veces se observa un marcado miedo al silencio: personas que viven juntas y comparten muchos momentos y espacios, pero siempre con la “garantía” de estar protegidos por ciertas “interferencias”. Lo cierto es que poder estar en silencio de a dos, sin inquietarse ni caer presos del horror vacui y la necesidad de taparlo con parloteos, es una buena señal en relación a la intimidad. Y a la posibilidad de establecer con el otro una conexión profunda, significativa: miradas, caricias, besos. O simplemente la disposición a “estar” juntos, en el aquí y ahora, más allá de las palabras, que permite construir lazos energéticos sutiles pero poderosos. De hecho la sensualidad tiene más que ver con los silencios que con las palabras, con lo que no se dice, con lo implícito.

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