No one left to scream or shout

No one left to scream or shout

Memorias de la crisis.

27 Enero 2019

Lunes, 7 de enero de 2002, Buenos Aires

Cuando me vuelvo a despertar, los fantasmas nocturnos se han disipado. Una mañana radiante llena la habitación. El plato del tocadiscos sigue girando. El amplificador del estéreo emite un zumbido. Me parece oír un último eco de la revuelta. Los cantos de los manifestantes: “El capital a los pobres mata, la clase media estira la pata y los ricos se llevan la plata”. Luego se desvanecen. Sólo queda el murmullo indiferente del tráfico en la 9 de Julio una cuadra más arriba, el traqueteo de un colectivo en la Tacuarí unos metros más abajo y el ruido de los postigos que caen en sus pestillos en el apartamento vecino. Una charla matutina de dos ancianas que fluye en la suave melodía del español argentino. Un aria de ópera italiana borboteando por una ventana a medio abrir y luego rociando la calle Chile. hacia el Río de la Plata.

Comienza un nuevo día. Y con él regresa la certeza de que la vida continúa. No ha ocurrido nada extraordinario. En la periferia, especialmente en sus extremos meridionales, puede ocurrir que países enteros desaparezcan del mapa mundial de la civilización. A veces incluso reaparecen. ¿A quién no le ha ocurrido? En las noticias se oye hablar de niños soldados, de masacres, de violaciones masivas y se piensa: “Mira, si el Congo todavía existe”. Pero a diferencia del Congo, hasta hace poco la Argentina mostraba todas las características de una civilización moderna con las que los europeos estamos familiarizados: un sistema de pensiones en ruinas, un alto índice de suicidios y una densidad satisfactoria de psiquiatras. Hace un siglo Buenos Aires estaba a la altura de París. La clase alta argentina prefería pasar su tiempo en el Sena que en el Río de la Plata, porque la vida allí era más barata y no mucho menos cultivada. “Riche comme un Argentin”, decían en el viejo mundo. Los economistas predijeron que el país se convertiría en una de las principales potencias del siglo XXI – sólo superada por el Imperio Británico, el Imperio Zarista y la corona de Bélgica con sus vastos tesoros en el corazón de África.

Hoy la crisis argentina ha sumido a todo un pueblo en la miseria y para el resto de la humanidad esto es solo una nota al margen. Un accidente nacional insignificante en los arcenes de las bien desarrolladas autopistas mundiales por las que circulan bienes y dinero. Eso es todo. Sólo en la prensa inglesa leí drásticos titulares hace algún tiempo. “El destino es cruel” y “No ha podido ir peor”, tituló la prensa con respecto a Argentina. Pero no se referían a la crisis, sino al sorteo de los grupos para el próximo mundial de fútbol. La selección inglesa había entrado en el mismo grupo que la argentina y el recuerdo de los cuartos de final de ambos equipos en 1986 todavía estaba fresco. Dos goles como una fría puñalada en el corazón de los aficionados ingleses. Dos goles para la eternidad. Ambos de Maradona. Logró el primero irregularmente con su mano y lo bautizó “la mano de Dios”. Jugó el segundo tan ingeniosamente que los ingleses todavía hoy lo llaman, a regañadientes, el “maldito milagro”.

Pero esta mañana en Buenos Aires nada parece más lejano que Dios o uno de sus milagros. El cielo se ha puesto gris y cuelga bajo, el aire está cargado y asfixiante, y si es que la Argentina todavía espera algo, es la próxima vuelta de recortes sociales. Con este aburrido pensamiento y la vaga esperanza de una ducha vigorizante, me arrastro hasta el baño.

Media hora más tarde me siento en la barra del café situado en la planta baja de la casa de Tantani. Lleva el nombre de la bailarina estadounidense Isadora Duncan, que hace cien años bailó en este lugar el himno nacional argentino envuelta tan sólo en la bandera celeste, blanca y celeste con el sol. La historia se convirtió en el escándalo de la temporada y el café en un lugar de encuentro legendario para los bohemios. Pero eso ocurrió hace mucho tiempo. Hoy soy el único cliente. Y el dueño actual, un hombre de mal humor y peor afeitado de unos cincuenta y tantos años, hojea un diario que arranca con el último paquete de austeridad para la Argentina.

“Todavía recuerdo los tiempos en que las noticias de última hora eran proclamadas en voz alta por los chicos de los periódicos”, dice, mientras sorbe pensativamente un trago de mate de un zapallo hueco por una pajita de metal. “Los principales diarios argentinos se llamaban entonces Crítica y La Razón, y como en esa época me interesaba la filosofía, siempre me acordaba de Kant en las calles de la ciudad: ¡Crítica! ¡La Razón!”. Sonríe con tristeza y señala los titulares. “Parece que esas dos bellezas emigraron hace mucho tiempo”.

© LA GACETA

Georg Shattney - Escritor alemán. Este es el fragmento de una novela inédita en castellano que tiene como marco a la crisis argentina de 2001.

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