El dolor no tiene camisetas

El dolor no tiene camisetas

El dolor no tiene camisetas

Que un clásico en Argentina puede convertirse en algo ridículo lo confirmaron los incidentes, inéditos, en la final de futsal femenino que obligaron a suspender el jueves pasado el partido San Lorenzo-Huracán, cuando los barras del primero irrumpieron con violencia en el club Alvear de Caballito.

Imágenes dantescas. Hinchas que se refugian detrás de una mesa de café y usan sus patas como arma. Otro que rompe un cascote y lanza las piedras a la cabeza del rival, familias que buscan cómo escapar mientras los agresores le cantan “‘Globo’ sos cagón”. Tres jugadoras atendidas con ataques de pánico. Un niño llorando desconsolado abrazado a su padre. Policía poca e inútil.

Son episodios que acaso siguen explicándonos por qué Boca y River vuelven a enfrentarse hoy en la Bombonera y sin público visitante. Habrá doble pantalla de TV, siempre codificada, claro, a 375 pesos el paquete mensual. Y reventa con precios para turistas favorecidos por estos nuevos tiempos de dólar a casi 40. Superclásico de Superliga.

Es cierto, hay clásicos que directamente producen temor, como el que podría avecinarse entre Rosario Central y Newell’s en cuartos de final de Copa Argentina. Es un temor que, por momentos, excede al fútbol, porque Rosario mismo se convirtió en centro de una violencia que va mucho más allá de la pelota. Pero hay un dato que grafica lo difícil que se hizo la rivalidad entre “canallas” y “leprosos”. Ya van casi 35 años en que ningún jugador pasa de un club al otro de modo directo. El último que se animó a una “afrenta” semejante fue Sergio Apolo Robles. Apenas 14 jugadores jugaron en ambos clubes en toda la historia. El último fue el arquero Juan Carlos Delménico, que en 1971 atajó para Newell’s y, mucho después, en el ’85, fue a Central.

Pero como Robles, jugadores que hayan pasado directamente de un club a otro, hay apenas tres o cuatro en toda la historia. Una cifra insólita si comparamos con los más de 100 jugadores que jugaron en Boca y en River. Es una lista que incluye, por ejemplo, al zaguero Jonatan Maidana y al goleador Lucas Pratto, el primero bastión desde hace años en el River del Muñeco Gallardo, el segundo el fichaje más caro en la historia millonaria, titulares hoy, y ambos ex Boca.

El odio, las barras, el “Gallina” o “Bostero” que se hizo despectivo y al mismo tiempo identitario comprende muertes, violencia y locura.

Pero es curioso que la mayor tragedia que haya tenido el Superclásico esté casi enterrada. Lo recordó días atrás el colega y corresponsal de LG Deportiva Andrés Burgo en el suplemento Enganche del diario Página 12. Hablamos de la Puerta 12, el desastre del 23 de junio de 1968 en el Monumental que cumplió 50 años en 2018: 71 hinchas de Boca muertos, todos varones de entre 13 y 35 años. Muertos que hoy casi nadie recuerda.

Imposible no comparar con “Justice for 96”, el movimiento de familiares e hinchas de Liverpool que recuerda, moviliza y aún hoy interroga a periodistas, policías, jueces y políticos por la tragedia de 1989 en el estadio de Hillsborough, fácil de adjudicar a la era hooligan y no a la negligencia policial, ideal para trasformar al fútbol inglés, que tras la catástrofe pasó a ser un formidable negocio de magnates, jeques y oligarcas.

Curioso que recién este mismo 2018, acaso por el ruido que siempre produce un aniversario de medio siglo, Boca pidió perdón por no haber recordado antes a sus hinchas que murieron asfixiados y aplastados cuando intentaban salir del Monumental.

Tuve familiares que se salvaron de la tragedia. Y algún amigo que tenía apenas 12 años y fue al Monumental sin permiso paterno, y se salvó solo porque su compañero, dolorido por el impacto de un botellazo en la espalda, apuró para salir apenas segundos antes del desastre por la escalera oscura y llena de pis y puertas no cerradas pero sí extendidas y cerrando paso, igual que los molinetes que no fueron removidos, para asustarse al salir porque la policía montada formaba doble fila. Combo ideal para la encerrona fatal.

Durante años cantó la hinchada de Boca “no había puerta, no había molinetes, era la cana que pegaba con machete”, para responsabilizar a la policía, en tiempos de dictadura militar, un año antes del estallido social del Cordobazo.

Creímos durante décadas la información de que apenas un par de familias habían llegado a un acuerdo extrajudicial indemnizatorio con River, 50.000 dólares cada una. Hasta que en 2008 la abogada Carmen Palumbo, contó en una investigación poco difundida de Daniel Riera en la revista Gatopardo que el acuerdo alcanzaba en realidad a 34 familias y que había sido firmado el 18 de agosto de 1969.

La misma Palumbo le dijo ahora a Enganche que el acuerdo, del que participó la propia AFA y la propia policía, contempló a 68 o 69 de las 71 familias afectadas, muchos de ellos de condición muy humilde y a las que se les pidió secreto. Casi la única familiar que aún hoy exige recuerdo, Diana Von Bernard, pide algo más que la placa que hoy se ve en la Puerta M (ex12) del Monumental. Porque naturalizar la muerte nunca es bueno y porque el dolor, sabemos, no tiene camiseta.

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