Creó un delivery para mascotas

Creó un delivery para mascotas

Con una plataforma online contacta clientes con el proveedor más cercano.

EQUIPO. Sisack Novillo, María Nougués y Gastón Dedieu. EQUIPO. Sisack Novillo, María Nougués y Gastón Dedieu.
23 Septiembre 2018

La curiosidad es el punto de partida. Es el motor que le puede dar vida a cualquier proyecto. De eso está convencido el tucumano Gonzalo Sisack Novillo. Con su idea, MisPichos.com -el primer delivery online para mascotas- se ha convertido en un destacado emprendedor. La empresa fue reconocida como una de las más prometedoras y eso significó que el joven de 29 años fuera becado por Google.

¿Cómo surgió la idea de la página web? Gonzalo trabajaba en la veterinaria familiar y desde su puesto en el mostrador pensaba día a día cómo ofrecer un servicio que le permitiera a la gente comprar desde la comodidad de su hogar todo lo que necesitara para su mascota.

“Así nació el proyecto de ser un conector entre los petshops y los compradores. Por medio de un sistema de algoritmos, cuando una persona compra un producto la página busca qué negocio lo tiene y está más cerca del comprador. Así notifica al comercio, que se debe encargar de enviar la mercadería”, resume Gonzalo, que trabaja junto con María Nougués y con el ingeniero Gastón Dedieu.

“Armanos la sociedad en un día gracias al sistema de Sociedad por Acciones Simplificadas (SAS), una nueva forma jurídica que permite crear una empresa en apenas 24 horas.

“Trabajamos en Buenos Aires y nos va muy bien. La idea es llevar la iniciativa al interior”, comentó Gonzalo, para quien la paciencia y la perseverancia son fundamentales a la hora de emprender algo.

“Pero hay otro punto que a veces no te dicen. Tenés que animarte si te sentís cómodo, si tu proyecto se alinea con tu perfil de persona. De otra manera solo te generará frustraciones. A mí, por ejemplo, siempre me gustó el servicio, solucionarle cosas a la gente”, ejemplificó el estudiante de la carrera de Marketing.

Un día Sara Lía Tolosa abrió los ojos y no entendió nada. Había cables y sondas a su alrededor. Había médicos y enfermeras que la revisaban. El último recuerdo era algo muy difuso. “Tuviste un accidente, pero ya está todo bien”, le dijeron. ¿Todo bien?, se preguntaba ella. Buscaba en su memoria y sólo encontraba un gran vacío...

Con el tiempo fue reconstruyendo lo que le pasó, pero lo cierto es que ese día, 14 de septiembre de 2007, tuvo que empezar una nueva vida: tenía 40 años y había sufrido un accidente.

En ese momento era docente en dos escuelas: una de Concepción (donde vive) y otra en Las Talitas. Hasta allí se iba todos los días por la ruta 38. Fue precisamente volviendo de ese trabajo cuando el vehículo en el que circulaba junto a su esposo, Emilio Cabrera, tuvo un desperfecto y dio varios trompos. También viajan con ellos dos sobrinos.

“Todos salieron ilesos, menos yo... me golpeé fuertemente la cabeza y en el cuerpo. Mi esposo, que es policía, me hizo primeros auxilios. Me trasladaron primero al hospital de Famaillá, luego al Padilla y finalmente a un sanatorio. Todo esto me lo contaron, porque no recuerdo nada”, detalla la mujer, que tiene cinco hijos y una nieta.

Vaya a saber por qué... quizás como un mecanismo de defensa. El hecho es que Sara Lía perdió la memoria de gran parte de su vida, especialmente de todo lo relacionado a su carrera como docente.

“No me acordaba cómo llegar a la escuela, ni de los alumnos ni de mis colegas de Las Talitas. Fui a muchos médicos; me hicieron tantos estudios... Los golpes me afectaron un poco la visión y había perdido la capacidad de hacer cálculos: ya no sabía contar, ni sumar, ni restar ni dividir. Tenía que volver a primer grado, prácticamente. Así que no podía pensar en regresar a mi trabajo. Me daba fobia salir a la vereda... El psiquiatra me dijo que tenía que hacer algo para superarme”, relata Sara Lía, que hoy tiene 50 años. De un día para otro, pasó de tener dos empleos a estar todo el día en su casa sin hacer nada.

Después de pensarlo bastante, se decidió a emprender un nuevo camino. Le pidió a su mamá, que era profesora de tejido, que le enseñara el oficio... y se enamoró del telar. Eso le ayudaba mucho en la tarea de reaprender a hacer cuentas. “Hacía series con hileras de colores y ese ejercicio era fundamental”, confiesa.

Primero hizo ponchos; después, chales y ruanas. Una tarde fueron a visitarla varias amigas y quedaron fascinadas de sus tejidos. Así empezó a venderlos. Le fue tan bien que transformar esa terapia en un emprendimiento. Y se hizo tan famosa en Concepción que en 2010 el Gobierno le propuso participar de los paseos artesanales provinciales.

“De a poco me fui perfeccionando en esta técnica ancestral. Tejo todo el tiempo. Uso muchas lanas, rústicas o de fantasía. Preferencialmente las busco en los Valles, porque son teñidas con productos naturales”, especifica Sara Lía. A todas las exposiciones va acompañada por su hija, Natalia. La joven comenzó a hacer bijou artesanal y así se amplió el proyecto. Hace poco fueron seleccionadas como emprendedoras destacadas por el Ente de Turismo. Además, las convocaron a formar parte de la ruta de artesanos del Sur provincial.

“Todavía me cuesta hacer muchas cosas. Ahora trabajo como secretaria en la escuela donde era docente y a la tarde me dedico a tejer. Tengo dificultades para charlar con la gente. A veces quiero decir cosas y no me salen; no puedo elaborar frases, no registro bien los nombres ni los apellidos, y me olvido de las cosas”, confiesa.

Para ella, el tejido es su lugar en el mundo. “Aprendí que de todo lo malo se puede sacar algo bueno. Cuando tejo, estoy como en otro mundo... sin problemas ni preocupaciones. Tengo cada vez más encargos. Mis clientas saben que jamás haré dos productos iguales. Obviamente: nunca me acuerdo de cómo era el anterior”, dice con un humor que sorprende. El mismo que la llevó a superarse y a sacarles el jugo a sus dificultades.

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