La muerte de Crisóstomo Álvarez

La muerte de Crisóstomo Álvarez

Versiones y detalles sobre el fusilamiento del intrépido tucumano en El Manantial, tras su derrota de 1852.

CRISÓSTOMO ÁLVAREZ. Si la noticia de la batalla de Caseros hubiera llegado más rápido, habría evitado su fusilamiento. CRISÓSTOMO ÁLVAREZ. Si la noticia de la batalla de Caseros hubiera llegado más rápido, habría evitado su fusilamiento.

En la historia de Tucumán, dos figuras personifican el máximo coraje, en las batallas de la Independencia y de las guerras civiles: el general Gregorio Aráoz de la Madrid y su sobrino, el coronel Crisóstomo Álvarez. Lanza en mano, Álvarez jamás tenía en cuenta el número de sus enemigos, narra un testigo, Benjamín Villafañe. Se colocaba “al frente, en uno de sus extremos o flancos, y cuatro o cinco pasos delante de los que le seguían, daba sus cargas. Al darlas, oíase un alarido que recordaba al de los indios de la pampa, alarido que repetían los suyos y que se prolongaba, haciendo salvaje y espantosa armonía, con el retumbar del suelo bajo el casco de sus caballos”.

Primero, rosista

Álvarez había nacido en Tucumán en 1819. Tenía 18 años cuando se enroló en el ejército y actuó en la provincia de Buenos Aires, contra los indios primero y luego contra la revolución de “los libres del sur”, en 1839. Por sus hazañas cuando se sofocó esta última, Juan Manuel de Rosas hizo colocar su retrato en el local de la Policía de Chascomús. Pero luego Álvarez cambió de tendencia y se pasó al bando unitario. Luchó en las fuerzas de la Liga del Norte contra Rosas y terminó derrotado en la batalla de Rodeo del Medio, en 1841. Se exilió entonces en Chile, pasó a Bolivia -donde sirvió en el ejército- y luego a Montevideo. Lo apresaron cuando trataba de llegar en barco a Buenos Aires. Dos años estuvo prisionero. Libre, permaneció en tiempo en Tucumán y después siguió al Perú y a Chile.

Cuando, en 1852, el gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza, se pronunció contra Rosas, se encontraba Álvarez en la ciudad chilena de Copiapó. Allí concibió la arriesgada empresa de invadir el noroeste de la Confederación Argentina, en apoyo de Urquiza. Con unos 200 hombres -que se aumentaron a 300 en el camino- partió de Copiapó y entró por Catamarca, justo cuando Urquiza, con su “Ejército Grande”, avanzaba hacia la definición de Caseros.

CELEDONIO GUTIÉRREZ. Estaba dispuesto a perdonar, pero sus oficiales querían que ejecutase al vencido CELEDONIO GUTIÉRREZ. Estaba dispuesto a perdonar, pero sus oficiales querían que ejecutase al vencido

Invasión y derrota

Al saber su entrada, el gobernador de Tucumán, general Celedonio Gutiérrez, se preparó a repelerlo, en febrero de 1852. Álvarez empezó a lograr pequeñas victorias: puso en fuga a la guarnición de Santa María, capturó a la división Albornoz en Los Cardones, dispersó en Tapia una fuerza de Gutiérrez, tomándole un centenar de prisioneros. Esto además de enviar varias irónicas notas a Gutiérrez, intimándole rendición.

Éste decidió enfrentarlo con las armas. Su vanguardia, al mando de Manuel Alejandro Espinosa, batió a Álvarez el 15 de febrero, sobre el arroyo Manantial, en el llamado Paso del Rincón. Fue tomado prisionero y Gutiérrez dispuso fusilarlo. Hace muchos años, publicamos un testimonio poco conocido sobre esa ejecución, y parece oportuno difundirlo otra vez. En primer lugar, la noticia de la suerte que esperaba a Álvarez estremeció a toda la ciudad. Era un hombre ampliamente conocido y lleno de parientes, y la posibilidad de la pena de muerte causó imaginable horror.

El dedo público

Más que Gutiérrez -ignoramos porqué- el dedo público señalaría como responsable de la drástica medida a don José “Pepe” Posse, antiguo unitario que había adquirido gran predicamento con Gutiérrez, hasta llegar a ser su periodista oficial y su ministro interino. El estigma acompañaría a “Don Pepe” durante toda su vida. Inclusive un intendente municipal, para hostigarlo, bautizó “Crisóstomo Álvarez” a la calle donde vivía.

Cada campaña política, alguien resucitaba la versión. Entonces, el batallador y agrio “Don Pepe” se enfurecía y la negaba. En 1879, afirmó en un diario que “hice esfuerzos peligrosos para salvar a D. Crisóstomo Álvarez de la muerte inevitable, pues que siendo un invasor sin mandato (aventurero) su triste fin debía ser consecuencia fatal de su descabellada empresa”. Treinta y cinco años después, finalmente, dio un testimonio completo del episodio.

Corría 1886 y Posse actuaba en primera fila en la política. Por supuesto, alguien refrescó el asunto de Álvarez en la prensa. Entonces, Posse se dispuso a explicarlo en detalle, en una carta al redactor de “El Orden”, Félix F. Avellaneda.

JOSÉ POSSE. Afirmaba que hizo gestiones a fondo, pero inútiles, para cambiar la suerte de Álvarez. JOSÉ POSSE. Afirmaba que hizo gestiones a fondo, pero inútiles, para cambiar la suerte de Álvarez.

Testimonio de Posse

Empezaba diciendo que, a pesar de haber combatido “esa vieja calumnia de haber contribuido a la muerte del coronel Álvarez”, veía que “la difamación no se extingue para mí, sino que vive aletargada hasta que viene la ocasión a cualesquiera pícaro, que la recalienta al sol para revivirla y lanzarla de nuevo a la circulación”.

Según Posse, ni bien Álvarez fue apresado, “el sentimiento público” de los tucumanos, “especialmente entre las señoras”, quiso fervorosamente el perdón del cautivo. En representación de ellas, los doctores Salustiano Zavalía y Uladislao Frías fueron a verlo, “para que interpusiese mis relaciones con el general Gutiérrez por salvar al prisionero”. Como él, decía, “era copartícipe de los mismos sentimientos”, aceptó encargarse de la misión.

Narra que “serían las ocho de la noche”, cuando despachó un chasqui a Gutiérrez, acampado en El Manantial, con una carta suya, fechada 15 de febrero. Reproducía su texto: “Mi estimado amigo: Antes de que Ud. decida nada sobre la suerte de Álvarez, deseo que me escuche mañana temprano las razones que tengo para inclinarlo a una resolución generosa en la propia conveniencia de Ud.” Esa misma noche, Gutiérrez le contestaba. “Mi estimado amigo: Quedo impuesto de su estimable carta y lo espero mañana temprano, como en ella me dice vendrá”.

Gestión inútil

Así fue como el 16, al aclarar el día, Posse llegó a El Manantial. Seguía su relato. “Pasé como tres horas instando por la salvación de Álvarez. Los jefes principales del campamento, menos el coronel Segundo Roca, sabiendo la misión que yo había llevado, entraban y salían del Cuartel General para hablar en secreto con Gutiérrez. Por último, después de las primeras vacilaciones, Gutiérrez, interrumpiendo nuestra conferencia me dijo: ‘es inútil que hablemos más, Álvarez tiene que morir, no puedo contrariar la voluntad de los jefes que lo han vencido’. Aquello era la pura verdad. Personalmente, Gutiérrez estaba mejor dispuesto”. El historiador Manuel Lizondo Borda niega que Gutiérrez estuviera “bien dispuesto”. Afirma que bien podría tratarse de una venganza personal, ya que guardaba inquina a Álvarez por la derrota que este le había infligido, en julio de 1840, en Los Pocitos, luego de la deserción de Albigasta.

LA FIRMA. La letra de Crisóstomo Álvarez, cerrando una carta a su esposa, “Panchita” Aráoz LA FIRMA. La letra de Crisóstomo Álvarez, cerrando una carta a su esposa, “Panchita” Aráoz

Cartas y una trenza

Considerando terminada su gestión, Posse regresó a la ciudad, y al día siguiente Álvarez fue ejecutado, a la madrugada, por “un pelotón de infantería, en el campo del coronel Roca, jefe del Estado Mayor”. Agregaba Posse que, por la tarde, Roca vino a buscarlo. Era “el único de los jefes que deseaba el perdón del prisionero, y como hubiese estado con él hasta sus últimos instantes, me traía de su parte palabras de gratitud y de despedida. ‘Me ha encargado Álvarez -me dijo- que ponga esta cartera en tus manos, para que se la hagas entregar a su mujer; dígale a Don Pepe –agregaba- que sé cuántos esfuerzos ha hecho por salvarme, y que en gratitud le doy esta muestra de confianza”.

Cuenta Posse: “Tomé la cartera, le desaté una cinta azul que la cerraba, y la abrí en presencia de Roca como testigo de su contenido. Había varios papeles y cartas de familia, que no quise leer, un par de escapularios y una trenza de pelo rubio, fino, de mujer, que también debió ser prenda de familia; volví a cerrar la cartera con la cinta que traía y al siguiente día la mandé a entregar a la viuda”.”

Versión de Bonelli

El diplomático inglés L. Hugh de Bonelli, en su libro “Travels in Bolivia with a tour across the pampas to Buenos Ayres, etc” (Londres, 1852), da una versión de la muerte de Álvarez. Dice que “el joven héroe, cuya firmeza e intrepidez merecían mejor suerte, escapó, acompañado por sus amigos. El caballo de uno de ellos cayó despidiendo al jinete. Álvarez saltó de su caballo y atacando a los que se le acercaban con su espada, se esforzaba en extraer a su amigo de bajo el animal caído. Estaba ayudándolo a montar en la grupa del suyo, cuando unas boleadoras fueron lanzadas con precisión y el comandante quedó con sus piernas enredadas y cayó. Él y sus camaradas fueron capturados. Una apresurada corte marcial se formó. Fue sentenciado a muerte y muerto a tiros en el lugar”. El párrafo es traducción de Sara Peña de Bascary.

Otra versión dice que Álvarez fue conducido “amarrado a la barriga de un caballo” ante el pelotón, y se negó a que le vendaran los ojos.

Lo irónico del asunto es que, cuando Álvarez fue ejecutado, ya hacía 14 días que el largo gobierno de Juan Manuel de Rosas había terminado, en la batalla de Caseros. Pero esa noticia llegó a Tucumán recién el 24 de febrero, después del fusilamiento. Sí las comunicaciones no hubieran sido tan lentas, no hubieran tenido objeto ni la batalla de El Manantial ni la ejecución de Álvarez.

Retrato físico

Hay una foto de Álvarez, y lo retrató Ignacio Baz con uniforme. Según el historiador Julio Costa, era “de alta estatura, nariz aguileña, tez blanca de un pálido mate, frente recta griega, mirada firme y franca, rostro raso, pequeño bigote recortado, pelo renegrido lacio y largo, peinado dividido a un lado a la moda romántica de entonces, anchas espaldas y talle esbelto”. Un testimonio recogido por el doctor Manuel Esteves, dice que era “medio rubio, de ojos claros tirando el celeste”. Vivía en la actual calle 25 de Mayo, más o menos en el número 253 actual. Estaba casado con Francisca “Panchita” Aráoz. Según el mismo testimonio, ella era “de genio alegre: jugaba con los niños y donde estaba reinaba la alegría”. Tuvieron dos hijos: un varón, llamado también Crisóstomo, y una mujer, Matilde, que se casó con Aníbal Piedrabuena.

 CRISÓSTOMO HIJO. Único varón, no se dedicó a guerrear, sino a componer poemas.- CRISÓSTOMO HIJO. Único varón, no se dedicó a guerrear, sino a componer poemas.-
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