Haz lo que yo digo, no lo que hago: ¿somos hipócritas los argentinos?

Haz lo que yo digo, no lo que hago: ¿somos hipócritas los argentinos?

La hipocresía ocupa un lugar destacado en muchas sociedades. Se exige a otros lo que uno no sería capaz de hacer.

Haz lo que yo digo, no lo que hago: ¿somos hipócritas los argentinos?

Dos caretas la espejan. Se arropa con ostentosas pilchas para ocultar su hambre, la miseria, sobre todo de espíritu. Es o parece, según la conveniencia. La falsedad salpica su dentadura, que para estar a tono, es postiza. Sin vergüenza se menea en la calle, el trabajo, los gobiernos, las tribunas, las plazas, lanzando verdades que no siente ni piensa. Hermana de la mentira, se escabulle en la simpatía, la victimización, en una aparente cólera. Prima donna de la simulación. Actriz nata. Sus arpones reprochan, censuran, atacan. La paja en el ojo ajeno. Patriota de la boca para afuera. La hueca moral baña sus palabras. “El qué dirán”, el doble discurso, sus marcas registradas. ¿Y por casa cómo andamos? “¡Sacate el antifaz! ¡Te quiero conocer! Tus ojos, por el corso, van buscando mi ansiedad. ¡Tu risa me hace mal! Mostrate como sos”, le canta el tango a la mirada de la hipocresía en el corso de la vida.

Es el fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan. La hipocresía cuenta con un lugar destacado en muchas sociedades. La moralina parece ser propia de nuestra idiosincrasia. Criticamos, damos consejos, juzgamos sin piedad, como si se fuera un ejemplo para los demás o un dechado de perfección. Se habla del bien común, la vocación de servicio, de hacer el bien sin mirar a quién y por debajo de la mesa, se mete las manos en la lata, se roba, se miente. Se habla de dialogar, de transparencia, de tener las manos limpias, pero se hace todo lo contrario, una buena parte de la clase dirigente se vale de una situación de poder para enriquecer el patrimonio propio y familiar. Les exigimos a los otros que hagan lo nosotros no seríamos capaces de hacer en la misma situación. ¿La falsedad es inherente al ser humano? ¿Somos hipócritas los argentinos? ¿Cómo se combate la hipocresía social? ¿El famoso “haz lo que yo digo, no lo que hago” es uno de nuestros lemas preferidos?

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Un gran caleidoscopio

Silvia Neme de Mejail

Poeta

Veamos qué dice la RAE sobre esta palabra: “Fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan”. Hasta ahí una definición académica, fría e impersonal. Pero el alma humana tiene mil matices y no todo acto, “supuestamente hipócrita”, debe ser leído de la misma manera. Hay actitudes hipócritas, perversas y mal intencionadas -por supuesto- pero no todas son así. Mi madre que era una mujer sabia, solía decir que “la hipocresía forma parte de la cultura de los pueblos”. En un principio, yo no comprendía cuál era el significado de esa expresión, me parecía indefinible. Hasta que un día le pregunté y me contestó en un idioma básico y elemental: “no puedes andar por la vida diciéndole tuerto al tuerto y rengo al rengo. Hay quienes alardean de ser sinceros, de expresar a rajatabla lo que sienten, pero esa actitud es un arma de doble filo, porque puede herir al otro faltando a la caridad”. Por supuesto, si una persona obesa, que está haciendo sacrificios enormes para recuperar su silueta me pregunta: “¿qué tal me veo?” Aunque todavía no haya alcanzado su meta, debo decirle con entusiasmo que está mucho mejor, que se ve bien para estimularla. Eso sería considerado una forma de hipocresía, pero no es así, es caridad humana. Y como este, muchísimos casos más, en donde debe prevalecer el criterio, el sentido común y la caridad, antes de emitir una respuesta dolorosa. El significado de la palabra “hipocresía” tiene un gran espectro, tantos como el sinfín de sentimientos que puede albergar el corazón humano. Así como un gran caleidoscopio que, al mínimo movimiento, emite distintos colores.

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Corazón falseado

Raúl Gil Romero

Ingeniero

Estando en este mundo en situación de vivir y que en ese peregrinar del tiempo por los diversos espacios algo siempre hago, descubrí, en las enseñanzas de Silo -pensador y escritor argentino-, una forma simple y práctica para orientar mi conducta. En su mensaje, Silo recomienda la búsqueda de unidad interna, el aprender a llevar en una misma dirección lo que se piensa, siente y hace, para dar coherencia a la vida, y dice: “cuando la cabeza, el corazón y la acción están falseados, según las proporciones de la mezcla, producirá la venganza, la envidia, la desazón, el aburrimiento y el ‘no’”. Esa contradicción produce sufrimiento y lleva a la violencia. Y la hipocresía será, cuando siendo la razón verdadera, el corazón esté falseado. Muchos maestros trajeron la enseñanza y en toda cultura, en sus raíces se la encuentra. Pero, siendo sencillo y liberador para las personas y los conjuntos humanos, los siglos pasan y la dificultad persiste, la que se expresa en sufrimiento y violencia en un mundo que asusta por su injusticia creciente. La incoherencia manifestada como hipocresía reina en todos los campos del quehacer social y está en toda institución impidiendo que se exprese el cambio. Unos cuantos instalados que se asumen representantes de los muchos representados, dictan y ejercen el control de cumplimiento bajo pena de castigo o excomunión a todo aquel que ose modificar alguna regla. Esos cuantos, lo que cuentan con privilegios por sobre el resto, son los hipócritas. Mientras no tratemos a los demás como quisiéramos que nos traten, la hipocresía seguirá reinando.

Con injusta suerte

Elena Pedicone

Doctora en Letras

Injusta la suerte del vocablo “hipócrita”. Enorme laguna entre su etimología y su denostada connotación en la actualidad. Proponemos restituir al “hipócrita” a la valoración estética del origen del Teatro de Occidente. Al “hipócrita” debemos uno de los más nobles impulsos del hombre: la práctica actoral. Aristóteles en su Poética cuando reflexiona sobre el origen de la tragedia le atribuye a un tal Tespis el haber sido el primero en introducir frente a un grupo coral (que entonaba cantos a Dioniso, dios del vino) un personaje o actor, llamado hipocrites. La esencia dialógica está en el verbo que significa en griego “responder”. El hipócrita era, en términos actorales, “el que respondía” frente a una voz del coro que sobresalía. Y lo hacía además tras una máscara con la que intentaba caracterizar a un personaje. Fácil trazar la mutación semántica. La respuesta impostada frente a la palabra ajena, no es sino la máscara tras la que se esconde el comportamiento con doblez. Deberíamos pensarnos un poco histriónicos a la hora del comportamiento hipócrita; se trata de una conducta que requiere de algunas destrezas: fingimiento, apariencia y máscara. Claro que un comportamiento histriónico despojado de todo barniz estético y ético; bien pero bien lejos de Tespis.

Un pañuelito blanco

Jorge Montesino

Escritor

Una conocida posteó en las redes el caso de una senadora “muy cercana a mí”, decía ella, indignada porque la senadora hacía campaña por la “defensa de las dos vidas”, pero al visitar un barrio de “mala fama”, en primera instancia se negaba a entrar a la zona y luego, cuando la convencieron, al recibir los besos de los niños, se limpiaba la cara con un pañuelo blanco en forma notoria. Un caso patético de hipocresía. El “post” fue denunciado (seguramente en reiteradas ocasiones por los trolls que los políticos mantienen a sueldo para que hagan el “trabajo sucio”) y obviamente borrado por los robots y softwares de la red social. Esta situación me recordó que la hipocresía está instalada como sistema y que, desde mi lugar de escritor (que está en todos lados y en ninguno), me he topado con personajes que dicen una cosa y hacen otra, borran con el codo lo que escriben con la mano, fomentan el hacer lo que yo digo pero no lo que yo hago. Estos personajes aparecen en los libros recreando lo que en la sociedad sucede. Nuestra paquetería provinciana -y los miedos- nos impiden escribir literatura política. Y esa es una gran falta, sobre todo a las generaciones más jóvenes que prefieren reivindicar a las minorías olvidándose de las grandes mayorías y de los tópicos que deberían trabajarse desde lo literario para que adquieran potencia transformadora, porque toda literatura es política desde su esencia creadora; y porque lo que estamos viendo en nuestros escritores es una forma más de la hipocresía.

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