

El “me gusta” se ha popularizado en las redes sociales como una forma de aprobar o de mostrar interés por un determinado contenido. Sin embargo, este gesto, tan simple en apariencia, va mucho más allá de pulsar un botón. Promueve un comportamiento superficial e inmaduro, y puede volverse adictivo. A esto se suma un trasfondo ideológico diseñado por las grandes empresas tecnológicas, que lo ha convertido en un símbolo orientador de nuestra época. Quienes emiten estos “me gusta” pueden caer en una trampa: las redes los conducen hacia un laberinto de frivolidades cautivantes y a una senda de pereza mental y dependencia poco saludable. ¿Habrá un “me gusta” para eso? La gratificación inmediata, cuando se vuelve excesiva, rara vez conduce a resultados positivos; por el contrario, puede socavar metas a largo plazo y generar, con el tiempo, una sensación de vacío e insatisfacción. Esta dinámica no se manifiesta solo en el plano individual, sino también en ámbitos como la política o la crianza. En esta última, la complacencia instantánea limita el desarrollo de habilidades clave como la resiliencia y la perseverancia. La epidemia global de obesidad ofrece otro ejemplo: en un contexto de estrés y ansiedad generalizados, a cada vez más personas les resulta difícil resistir la tentación de la gratificación inmediata, que en el plano alimentario se expresa en la primacía del “qué rico”. En última instancia, esta lógica favorece la expansión de la posverdad, ya que reduce la tolerancia a las verdades incómodas. En ese sentido, el “me gusta” también opera como un filtro de la verdad.
Jorge Ballario
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