El famoso y oculto doble mensaje

El famoso y oculto doble mensaje

10 Julio 2018

Osvaldo Aiziczon | Psicoanalista

La hipocresía no es solo la historia de un hipo que crece desordenadamente, sino también el arte de excluirse de una crítica personal o social. Más que mentir, se trata de hacer creer engañosamente que la presentación de imágenes y relatos beneficien al hipócrita mostrándolo superior. Superior por ausencia de defectos depositados cuidadosamente en otros. En otros que compran desde chismes hasta historias que por llamarlas increíbles, más crédito tienen.

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Hacer creer y descreer, entonces se convierte en vender virtudes y defectos a compradores ávidos que solo funcionan mediante devaluaciones o idealizaciones personales y constituyen el “alma” de la hipocresía. Recibir un trato hipócrita no hace al receptor más bueno o más malo, sino mejor o peor. En la sombra del juego social de la hipocresía alguien debe salir derrotado, incluso sin saber que lo es. Hacer creer es lograr una suerte de obediencia en el crédulo, quien la repite incansablemente para obtener nuevas identidades engañosas.

Sin embargo, no pensemos que la hipocresía es aburrida. La literatura le debe mucho, sobre todo por el camino de la ironía. El transcurso del actual campeonato mundial de fútbol construye y exhibe shows que distraen fracasos mediante grandes dosis de hipocresía verbal. Mientras tanto, la corrupción, hija bastarda de la hipocresía, recorre los aires como la pelota, libre en movimiento y destino.

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El disimulo es también contributivo de la expansión hipócrita con su secretismo que incrementa la curiosidad perversa a través de un gozo inusitado. ¿Será que la perversión persigue al poder para que no se sienta solo? El famoso oculto doble mensaje con que los padres suelen enloquecer a sus hijos, diciéndoles sí y no al mismo tiempo, también aporta al sistema hipócrita. Ayuda al incremento de la confusión entre lo permitido y lo prohibido, y abre puertas para el ingreso de lo falso e inconsistente.

Quizás sea necesario aclarar que para sanar eventuales daños vinculares, no hace falta andar escupiendo verdades. A veces, el hipócrita es un pobre tipo que no aprendió a mentir e inventa un lápiz sin punta para presentarse peligroso y al que la sociedad tucumana ha calificado como pelotudo.

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