Un diciembre doloroso en materia de femicidios

Hace 7 Hs

Hay cifras que interrumpen cualquier intento de normalidad. Durante diciembre de 2025 se registraron 10 femicidios, casi el triple que en el mismo período del año pasado en la provincia. El dato, por sí solo, no explica nada. Pero obliga a detenerse, a mirar con atención y a preguntarse qué está fallando como sociedad cuando una tendencia tan dolorosa se profundiza.

Cada uno de esos casos representa una vida interrumpida de manera violenta. Detrás del número hay historias cotidianas, vínculos cercanos, decisiones que se tomaron o que no se tomaron a tiempo. También hay familias que deberán reorganizar su vida alrededor de una ausencia definitiva y, en muchos casos, niños y niñas que crecen con una herida difícil de nombrar.

Los femicidios no ocurren de manera aislada ni repentina. Suelen ser el desenlace de procesos largos, atravesados por conflictos, alertas previas y situaciones que, vistas en retrospectiva, permiten advertir que algo pudo haberse hecho distinto. Sin embargo, el paso de una señal de riesgo a una tragedia concreta sigue encontrando grietas en los mecanismos de prevención, en las respuestas institucionales y, también, en las miradas sociales que minimizan o naturalizan ciertas violencias.

El aumento de los casos en este diciembre que hoy concluye nos invita a revisar no sólo las políticas públicas, sino también los modos en que se aborda el problema. La discusión suele oscilar entre la indignación momentánea y el olvido rápido. Entre el impacto de la noticia y la rutina que vuelve a imponerse. En ese vaivén, se pierde muchas veces la posibilidad de pensar estrategias sostenidas, que no dependan de la conmoción del momento sino de una planificación seria y constante.

La respuesta del Estado es una parte central, pero no la única. La articulación entre fuerzas de seguridad, Poder Judicial, sistemas de salud y áreas sociales sigue siendo un desafío. La velocidad con la que se actúa frente a una denuncia, el seguimiento de las medidas de protección y el acompañamiento a quienes atraviesan situaciones de riesgo son aspectos decisivos. Cuando alguno de esos eslabones falla, las consecuencias pueden ser irreversibles.

Pero también hay una dimensión cultural que no puede soslayarse. La manera en que se construyen los vínculos, se tramitan los conflictos y se concibe el otro en una relación habla de aprendizajes sociales profundos. Pensar en prevención implica, necesariamente, pensar en educación, en diálogo y en la capacidad de reconocer a tiempo conductas que no deberían ser toleradas.

Las cifras no deberían convertirse en un conteo frío ni en un recurso retórico. Deberían funcionar como una advertencia. Como un llamado a revisar prácticas, prioridades y responsabilidades compartidas. Porque cada femicidio no es sólo un hecho policial: es una señal de que algo en el entramado social se rompió antes.

Una comunidad madura no es la que se acostumbra a convivir con estos números, sino la que se detiene a reflexionar cuando crecen. Mirar de frente esta realidad, sin exageraciones ni negaciones, es el primer paso para que el próximo balance no vuelva a arrojar una cifra que nos obligue, otra vez, a lamentar todo estos casos que no supimos evitar.

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