Una pena de tango ahogó la guitarra de Miguelito Ruiz

Una pena de tango ahogó la guitarra de Miguelito Ruiz

El artista que acompañó a grandes del dos por cuatro murió a los 78 años.

Una bordona late una pena en dos por cuatro. Los 78 años han enmudecido el amanecer con un Re menor de silencio. Un corazón ancho de ternura y música se ha detenido. La guitarra de Miguelito Ruiz ha quedado huérfana, sin consuelo. Desde hace más de medio siglo, acariciaba los nocturnos de tango con talento, calidez y generosidad.

Había visto la luz el 28 de septiembre de 1939 en Santa María Magdalena, un pueblo cercano a La Plata, donde fue el menor de nueve hermanos. “Al tango lo mamé desde chico porque en casa se lo escuchaba mucho. Haydée, mi hermana mayor, me silbaba tangos mientras barría el patio y yo los aprendía. A veces, esa emoción uno la pone cuando está laburando en un escenario y se acuerda de todo eso. Uno no se da cuenta por qué llega a la gente. El músico, si no interpreta la letra del tango y si no se emociona cuando lo toca, no se puede comunicar con la gente”, decía.

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Llegó a Tucumán como acompañante del notable armoniquista Hugo Díaz en los años 60. Aquí echó marras. Conoció al “Gordo” Alberto Albornoz, que se convirtió en su compañero de dúo durante más de 40 años, y a Ema, su esposa. “Hugo Díaz era un innovador, un improvisador, hacía jazz con el folclore; por ahí había gente que no le aprobaba eso. Él me dio el espaldarazo final. Me enseñó a improvisar, a expresarme con el jazz; me dejó una escuela de música tremenda. Era muy macanudo, jovial, siempre con un chiste a flor de labios, una personalidad exquisita. Yo lo disfruté mucho, pasé años hermosos, en la gloria musical de él. Era churo; nunca lo pude tutear. Sentía un gran respeto por el artista”, recordaba.

Edmundo Rivero, Julio Sosa, Alberto Podestá, Roberto Goyeneche, Gloria Díaz. Nelly Vázquez, Ruth Durante, Enrique Dumas, Alberto Marino, Floreal Ruiz, Jorge Sobral, Miguel Monteros, Alberto Morán, Guillermo Fernández, también los hermanos Pepe y Gerardo Núñez, lo tuvieron de acompañante.

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“El tango es la vida, te cuenta las cosas como son. Los distintos tangos de la década del 40 me cuentan mucho cómo fue mi vida. Entonces cuando toco, voy diciendo las letras en mi pensamiento y sé cuándo una pieza tiene que ser alegre o trágica…”, decía.

Una agonía de suburbio se ha amanecido en la tristeza. Un acorde canyengue ha sacudido ayer las sombras de la muerte, trayéndole tal vez ese tango de Di Sarli que deseaba escuchar en su partida: “Tu voz murió en el río, y en la capilla blanca, quedó un lugar vacío. ¡Vacío como el alma de los dos...!”

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