Para una reconocida investigadora “preservar el patrimonio en general no nos interesa”

Para una reconocida investigadora “preservar el patrimonio en general no nos interesa”

Experta en arquitectura en tierra (con adobe, por ejemplo), Graciela Viñuales defiende la nobleza y la practicidad de esos materiales.

VENTAJAS. “Una ventaja del adobe es que es reciclable”, apuntó la arquitecta Graciela María Viñuales. LA GACETA / FOTOS DE FRANCO VERA. VENTAJAS. “Una ventaja del adobe es que es reciclable”, apuntó la arquitecta Graciela María Viñuales. LA GACETA / FOTOS DE FRANCO VERA.
25 Abril 2018

› investigadora y docente
Nació en 1940 en Buenos Aires, se graduó como arquitecta en la UBA y es doctora en Arquitectura por la UNT. Especialista en patrimonio iberoamericano y Arquitectura de tierra, ejerce y ha ejercido la docencia y la investigación en las universidades del Nordeste, de Mar del Plata y de Olavide (España), entre otras. 

› Investigadora y docente
Nació en 1940 en Buenos Aires, se graduó como arquitecta en la UBA y es doctora en Arquitectura por la UNT. Especialista en patrimonio iberoamericano y Arquitectura de tierra, ejerce y ha ejercido la docencia y la investigación en las universidades del Nordeste, de Mar del Plata y de Olavide (España), entre otras.

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Para Graciela Viñuales, la palabra “patrimonio” remite a “herencia”. Y también a esa tierra que -desde su mirada y oficio de historiadora de la Arquitectura - ella se ha dedicado a investigar y a preservar durante casi medio siglo. Viñuales nació en Buenos Aires y estudió en la UBA, pero desarrolló su actividad ligada al patrimonio -tanto en la docencia como en la restauración - en ámbitos menos “europeos” y más “iberoamericanos”, como la Universidad del Nordeste, en Chaco, la ciudad de Sevilla, en España, o la mítica Cusco, en Perú. En todo ese derrotero que lleva más de medio siglo ella fue acopiando la valiosa documentación sobre arquitectura de tierra (aquella que se realiza usando ese material) que formó parte del “Centro Barro”, y que esta semana pasó a integrar el acervo de la Facultad de Arquitectura de la UNT.

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Esta semana, antes de participar en el acto de entrega de esa valiosa colección -que estará alojada en la Biblioteca de posgrado Alberto Nicolini de la FAU-, Viñuales habló con LA GACETA de las bondades del adobe y de otros materiales basados en la tierra; y advirtió sobre las tensiones que se generan cuando lo “sustentable” es atrapado por el mercado.

- ¿Cómo traza un puente entre gestión de patrimonio y arquitectura de la tierra?

- Ambos están mezclados; porque yo entré a hacer arquitectura de la tierra no porque me interesara hacer una casa moderna de tierra -que de eso sé poco- sino por restaurar el patrimonio de tierra, que tanto tenemos; sea una casa, sea un ranchito, sea una escuela, sea lo que sea; que tenemos mucha cosa y que muchas veces la dejamos de lado.

- Hay un regreso a los materiales “sustentables”. ¿Cómo hacer para que se los trabaje de forma racional?

- Lo primero que hay que hacer es hacerle ver a la gente que la tierra es un material como cualquier otro, y que tiene sus reglas, que no son las mismas del ladrillo ni las del durlock ni las del hormigón. Para que algo funcione hay que conocer esas reglas y usarlas; el gran problema que tenemos es que en las Facultades de Arquitectura no se enseña este material.

- ¿Y a qué se debe esa omisión?

- Creo que una de las causas es que a fines del siglo XIX aparecen los materiales industrializados, el hierro, el zinc, la venta del cemento; y eso lleva a desprestigiar a la tierra, y a que no se la conozca, que no se la enseñe. El arquitecto actual no sabe cómo se hacen las construcciones en tierra, y no sabe cómo restaurarlas ni cómo mantenerlas. Siempre insisto en que el material de tierra, en especial el adobe, es un material que “avisa” cuando se está poniendo mal; no como otros materiales, que se caen de golpe, y eso el arquitecto no lo sabe.

- ¿Qué advertencias le haría a quienes ahora están haciendo arquitectura en tierra?

- Eso se está haciendo mucho ahora en la Quebrada de Humahuaca; después de que vino la declaración de la Unesco (N. de la R: de Humahuaca como patrimonio de la Humanidad) se largaron a usar el adobe para hacer hoteles, restaurantes... Y algunas de esas cosas se han hecho bien, y otras no tanto. Y ha ocurrido algo grave en la Quebrada, que no tiene que ver con la arquitectura en sí, sino con que no se hizo un plan de manejo, porque la Unesco, por aquel entonces, no obligaba a tenerlo. Entonces muchas cosas se dispararon, entre ellas el precio de los adobes, y hoy los adobes en la Quebrada de Humahuaca son carísimos.

- ¿Se ha convertido el adobe en material de mercado?

- En algunas zonas, como pasó hace 50 años en el sur de los Estados Unidos, y acá no supimos verlo antes. Recuerdo que en los años 80 salía en los diarios de Arizona, de Nueva México: “Hágase una casa de adobe, no cuesta más que una casa tradicional”, y tengo miedo de que estemos yendo por ese camino, sin ayudar al poblador que necesita esa ayuda para construir su vivienda o para recuperar o mantener lo que ya tiene.

- ¿De dónde se lo extrae al adobe?

- Normalmente, en zonas como la Quebrada, la tierra que hay a mano está buena. Los lugareños saben dónde se encuentra; también en las orillas de ciertos arroyos de aguas lentas, en recodos, o, si es en zona de montaña, el río corre por el medio, y a los costados queda el limo. Otro material es la tapia; es mucho más duro que el adobe, pero requiere una forma de construir mucho más lenta, y más esfuerzo físico. Al adobe hasta lo pueden hacer los chicos y las mujeres. La tapia requiere tierra apenas húmeda, que es golpeada entre dos tableros de madera verticales, que se va apisonando, y queda duro. En Argentina tenemos muchos edificios hechos en tapia, que la gente desconoce: iglesias y construcciones en Santa Fe, en Catamarca, en Tafí del Valle, entre otros lugares.

- ¿Cuáles son las ventajas de la arquitectura de tierra?

- No se puede aplicar en cualquier lado, no se puede hacer hoy una casa de adobe en el centro porteño o en el centro tucumano. Lo que me importa es que en muchos lados estuvo siempre la tierra presente; y que hay que tratar de que siga presente allí. Pero que se haga bien; y el gran problema que tenemos es que en la zona de Cuyo, por ejemplo, la gente sigue haciendo las cosas con adobe, pero las va haciendo mal. Viene un sismo chiquito y la casa se cae, porque la gente está a mitad de camino entre la antigüedad del material adobe y la idea del “hagámoslo rápido”, o sin saber cómo hacerlo. El tema es dar ayuda a la gente que vive en zonas en donde siempre se usó la tierra, y que han perdido las capacidades para mantenerla.

- ¿Cuál es una ventaja en particular del adobe?

- Algo muy importante es que toda la arquitectura de tierra es reciclable. Yo puedo agarrar adobes rotos y convertirlos en buenos adobes. Es lo que he hecho en Perú, una restauración en el colegio San Bernardo (en el Cusco). Alguna tierra se trajo de afuera, pero en gran parte rehicimos todos los adobes rotos que había ahí, los volvimos a machacar, a cribar, para sacar impurezas y lo volvimos a mezclar con paja, y esos son los adobes nuevos que están en una obra que está en uso desde hace 30, 40 años.

- ¿Qué significa para usted el patrimonio?

- En general se lo ha entendido siempre como la herencia que uno recibe; y si uno la recibió gratis a esa herencia, lo que uno tiene que hacer es cuidarla para que los que siguen también la reciban gratis. Y el patrimonio es también los cuentos, la poesía, los cantos, hasta los chistes que han circulado en la familia.

- ¿Nos interesa preservar el patrimonio a los argentinos?

- En gran parte no, y eso porque tanto la Argentina como Uruguay -el Río de la Plata- ha crecido mirando a Europa. Siempre me ha llamado la atención que yo he vivido con mi familia durante 35 años en el Chaco; y mis familiares directos nunca me fueron a visitar. Y hoy vivo en Buenos Aires, pero mi almita está en el interior, un interior al que no lo conocemos. Por otro lado, tenemos esa dualidad de que por un lado nos fascina la cosa pintoresca de las casitas iguales en un barrio de Inglaterra, pero venimos acá y vemos un barrio con casitas iguales en Tilcara, la misma ventanita, la misma puertita, y se la critica, se la desprecia, no se la valora. Y hay una sobreestimación de la rapidez; está esa idea de que las cosas que tardan en hacerse son malas, que es bueno lo que se hace rápido.

- A propósito, su colección de Arquitectura de tierra no se ha hecho rápido. ¿Qué la llevó a donarla a la UNT?

- En primer lugar, no quería dejarles a mis hijos, cuando yo ya no esté, el dolor de cabeza de tener que pensar qué hacer con todo ese material (son 4.000 títulos, entre libros, publicaciones periódicas, carpetas de reuniones científicas y otros materiales, así como tesis y material inédito diverso). Y porque la conozco de siempre a la gente de Patrimonio de la UNT; a Olga Paterlini, a Marta Silva, a Mirta Sosa, con quien he trabajado mucho, a Alberto Nicolini, que fue mi profesor. Con todos he trabajado, he compartido trabajos de investigación. Y la Facultad de Arquitectura alberga al Criatic (Centro Regional de Investigaciones de Arquitectura de Tierra Cruda), que dirigió Rafael Mellace, que hoy es profesor Emérito de la UNT.

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