Asoman nuevos liderazgos

En pocas horas más, no más allá de la madrugada de mañana, sobre la tibieza de los resultados provisorios de los comicios de medio término, comenzarán a delinearse con más nitidez los futuros liderazgos políticos, locales y nacionales. No sólo los del oficialismo, sino también los de la oposición; cada uno con sus múltiples conflictos internos a resolver, con o sin injerencias externas. El antinatural gobierno tricéfalo que tiene ascendencia sobre el peronismo debería dar paso al natural verticalismo genético de la fuerza mayoritaria en la provincia. Una de las tres cabezas tendría que conducir el espacio camino a 2019. Eso está claro.

Está claro en el oficialismo, pero el mismo tema no lo está en la vereda de enfrente, ya que el liderazgo opositor a futuro dependerá en parte de lo que suceda hoy en las urnas, pero mucho más de lo que planifique el comando nacional de Cambiemos -el macrismo- para dentro de dos años en Tucumán. El Gobierno nacional mostró que cuando las cosas no salen como le agradan, o espera, toma las riendas a la distancia para encauzar el proceso político según sus propios intereses. No interesan los nombres. Se inmiscuye, maneja, administra, decide. No importa la suerte de sus socios, sino la supervivencia del espacio macrista. Es una señal fuerte. El futuro de la coalición en la provincia está atado a las conveniencias nacionales del PRO, ya sea en alianzas con los radicales más predispuestos o con los peronistas disidentes que se jugaron por su paraguas protector. Todo un proceso a observar.

Publicidad

Perfiles

Para intuir el tipo de liderazgo que podría sobrevenir habría que repasar la incidencia política que tuvieron las dos últimas reformas constitucionales a nivel local, la de 1990 y la de 2006. Como en períodos anteriores, la Carta Magna de 1990 -pergeñada por el bussismo, ya que fue mayoría en la Convención Constituyente- establecía un solo mandato al gobernador. La reelección estaba prohibida para todos los cargos políticos. Entonces, el liderazgo en los noventa debía ser similar al esquema caudillista; el de alguien a quien se respetaba, se acataba y se seguía.

Publicidad

Hubo dos casos sobresalientes en esa década: el de Julio Miranda en el peronismo y el de Domingo Bussi en el partido que creó. Ponían y sacaban candidatos, cada uno con su impronta personal: uno más dialoguista y habituado al consenso, propio de su pasado sindical; y el otro moviéndose al estilo de mando militar, al que supo definir como un “verticalismo consensuado” para marcar los pasos de Fuerza Republicana. Las influencias políticas de ambos sobre sus contemporáneos fueron más allá de los mandatos temporales impuestos al poder por la Constitución.

La Carta Magna de 2006 vino a imponer otro tipo de liderazgo producto de la imposición de la reelección y de la supresión del primer mandato como primer mandato. No hay ironía. Lo que se pudo hacer a partir del nuevo estilo de conducción sostenido en un nuevo concepto: clientelismo institucional; el de la dependencia de comisionados rurales, intendentes y legisladores de la caja única manejada por el Poder Ejecutivo. Alperovich lo impuso, y lo usufructuó ingeniosamente. Eligió y vetó candidatos, manejó a control remoto el PJ, hizo y deshizo a su antojo hasta que la Constitución lo obligó a dejar el sillón de Lucas Córdoba. Ahora, desde afuera, se verá si influye en el peronismo al viejo estilo de los noventa o si su ascendencia sólo se verificaba por el peso institucional del cargo que ostentó durante 12 años. Su antiguo lugar lo ocupa ahora Manzur, y a este la Constitución lo habilita para un segundo mandato. Si quiere, y puede, claro. Las ambiciones personales de los dirigentes dirán mucho en esta nueva instancia.

¿Volverá Alperovich? Sólo él y unos cuantos saben qué quiere. En ese sentido, si bien no se puede mirar para adelante -sólo especular-, sí se puede mirar hacia atrás en la búsqueda de eventuales respuestas. El pasado suele dar pistas, aunque las historias personales y los contextos sean distintos. Por ejemplo, Ramón Ortega dejó la gobernación en 1995, fue elegido inmediatamente senador y no buscó regresar al cargo ejecutivo. Bussi se fue del gobierno en 1999, fue electo diputado nacional ese año -no pudo asumir la banca- y no pudo regresar. Miranda gobernó hasta 2003, fue electo senador en octubre por la minoría y no volvió a intentar repetir. Todos ellos actuaron bajo los alcances de la Constitución del 90.

En cambio, con el nuevo texto, Alperovich estuvo al frente del Ejecutivo hasta 2015 y fue electo senador inmediatamente. Si sigue los pasos de sus antecesores no debería regresar al Ejecutivo. Sin embargo a él la Constitución lo fortaleció políticamente desde el cargo que ostentó. Doce años de mandato deben generar un acostumbramiento al poder difícil de superar. Y de olvidar.

¿Pueden algunos de los candidatos que resulten electos o actuales parlamentarios aspirar a ser el próximo gobernador? Igual que antes, hay que revolver las páginas del pasado en la búsqueda de antecedentes y de eventuales respuestas. Incluso, observar atentamente las elecciones nacionales intermedias. En 1993 Bussi resultó electo diputado y dos años después era gobernador. En 1999, Miranda -que llevaba más de un lustro como senador- se impuso a quien había ganado los comicios de diputados nacionales en 1997: Ricardo Bussi. En 2001, Alperovich fue elegido senador y dos años después se convertía en gobernador.

Durante su primer mandato consigue lo que no pudieron sus antecesores en el PE: reformar la Constitución; lo que le abre las puertas a dos mandatos más, sostenidos en el esquema de sometimiento institucional de caja única. En 2013, Manzur -el elegido de Alperovich- resulta electo diputado nacional, junto con Jaldo, pero no asume para seguir siendo ministro de Salud en la Nación; 24 meses después es elegido gobernador. Hoy compiten Jaldo y el radical José Cano en la elección intermedia.

¿Quiere decir que entre estos dos últimos saldrá el futuro candidato a gobernador de 2019? No. Los sucesos del pasado exponen simplemente que puede repetirse esta circunstancia, como así también que Alperovich intente repetir su propia historia de 2001, o que Manzur aspire a la reelección habilitado por la Carta Magna. Pero, vaya otra curiosidad para los que crean ver algo detrás de alineamiento de los planetas: en 2013, Manzur era vicegobernador, fue candidato a diputado y terminó sucediendo a su compañero de fórmula. En la misma situación se encuentra hoy Jaldo. Si no fuera por la Carta Magna y por la presencia de Alperovich, sería número puesto para 2019 según los ejemplos históricos.

Lo único que es seguro para los peronistas que militan abajo es que si los tres priorizan la gobernabilidad, no rompen y pactan el futuro conjunto -léase: acuerdan a qué aspirarán cada uno en 2019-, el oficialismo puede seguir siendo oficialismo en la elección que viene. Mayor tranquilidad a “las bases” no podrían darle. Sin embargo, la definición de un liderazgo interno es una deuda pendiente en el justicialismo tucumano, porque no hay sistema de conducción eterno, menos de poder compartido. El “tricéfalo” es una rareza política, y mitológica.

A diferencia del oficialismo, donde la disputa por los liderazgos depende en gran parte de las decisiones individuales de tres protagonistas; en la oposición provincial la dirigencia está atada a lo que se decida fuera del territorio local. Un botón de esa línea de acción fue cómo Cambiemos -el macrismo- se hizo cargo de la campaña electoral; o cómo definieron que Cano sea el próximo candidato a gobernador de la coalición provincial que representará los intereses del Gobierno nacional del PRO en 2019. Así como los primeros pasos de la gestión de Cambiemos fue a prueba y error, lo mismo cabría esperarse si los números de hoy no convencen al poder central.

Cómo pelear

Si Macri logra obtener más representantes en el Congreso, mayor será la ascendencia y el poder de decisión del PRO en los espacios provinciales. Eventualmente podrá recostarse sobre el aporte de los radicales fieles a la alianza o sobre los peronistas disidentes de Tucumán, en mayor o en menor medida. Cano será diputado nacional y el intendente Alfaro puede aspirar a la reelección porque la Constitución lo ampara. El poder del jefe municipal emana desde lo institucional. Para Cambiemos eso no es menor; las estructuras no se desprecian.

El papel político que asumieron y el desempeño de ambos en esta elección dirá algo en aquel sentido. La pregunta es si Macri querrá pelearle al peronismo tucumano oficialista conteniendo a todos los que hoy lo apoyan o si reordenará las piezas y los lugares que ocupan; y si en poco tiempo más se verifica el fin de la vieja coalición provincial del Bicentenario y el comienzo de la delineación de una fuerza conformada de otra manera. Tucumán es un reto difícil para Cambiemos, mezcla de laberinto y ajedrez, donde las piezas propias -encima- juegan su propio partido y tienen que batallar en distintos frentes contra los oficialistas.

El tiempo de los nuevos liderazgos se aproxima; en la madrugada de mañana empieza.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios