Mirando siempre el vaso medio vacío

Mirando siempre el vaso medio vacío

El pesimismo no sólo es un estado o una actitud frente a la realidad, también ha originado una doctrina metafísica.

Miran. Dudan. Hablan. Conjeturan. Auguran desdicha, infortunio, calamidades. Cuesta abajo ruedan sus pensamientos. Negra quietud que tartamudea desaliento. Cinco pal peso siempre faltan. El tanque se queda esperando el agua. Nada es tan bello que no pueda ser visto como feo. Ni tan soleado que no se pueda nublar. Fracaso. Pérdida. Friega de frustraciones. Mejor llorar que reír. Feliz, pero ya va a pasar. El vaso medio vacío en la mira. Comedia, si trágica, más deseable. Sombras, nada más… Un tinkazo al alma optimista. Los ojos del pesimismo parpadean escepticismo. Descorazonan la esperanza. Partidarios de la oscuridad y la luz se disputan a cada instante la vida. Tal vez el que más fichas tenga abrazará el día o la noche.

Es la tendencia a ver y a juzgar las cosas en su aspecto más negativo o más desfavorable. Ha ido mucho más allá en sus pretensiones y ha dado lugar a una doctrina metafísica, según la cual el mundo es irremisiblemente malo y, por consiguiente, todo en la naturaleza y en la vida del hombre tiende a la producción y conservación del mal. Hay personas que no sólo ven ese lado oscuro de la realidad, sino que tratan de desalentar a los optimistas o a quienes no comparten su punto de vista. A cada solución presentan un problema. ¿El pesimismo tiene su costado positivo? ¿Se debe enfrentarlo, combatirlo? ¿De qué manera? ¿Un optimista es un pesimista inconsciente o desprevenido? ¿Qué es, en lo personal, lo que te pone a veces pesimista? ¿El pesimismo está enraizado en la idiosincrasia nacional? “Los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay”, decía José Saramago. ¿Cómo será la cuestión?

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En el laberinto   

Ana M. D’Andrea de Dingevan - Escritora-Docente

Los amigos lo ven llegar, descubren su mala onda y pretenden inmunizarse de tanto pesimismo. Seguramente, se ha levantado con el pie izquierdo, fruncido el ceño, con una contractura en la espalda y con la idea fija de que el cargo no va a ser para él: “el entrevistador me ha dirigido la mirada con cierto desprecio; sonreía con unas jovencitas; alguna de ellas será la elegida”. “Y de la lluvia, qué me dicen”. “Alguien que no me quiere ha rogado al cielo, lo veo de rodillas implorando para que la gotera que tengo cerca de la cama no me deje dormir”. “Para qué vivir si tengo que morir”. Llega el optimista sonriente, distendido, repartiendo palmadas cariñosas, dispuesto a compartir un momento agradable. Ante la ruidosa caída de agua, jura que en dos horas cesará la lluvia y a la noche... cielo estrellado. “Por qué pensar en la muerte si la vida es hermosa”. Por experiencia sabemos que la vida no es un camino sin altibajos. El pesimismo nace en la desesperanza, en la desazón y falta de fe para enfrentar la adversidad y encontrar una salida en el laberinto de la realidad de todos los días. “Para qué...” cobra fuerza en la intención de encender el desaliento en el optimista y este puede justificar su visión gratificante con un “¿por qué no?” En política surge un pesimismo exacerbado en boca de algunos candidatos -hasta quedarse disfónicos- (en plural: ¡no vamos a poder pagar el gas, la luz, el teléfono!), instalando en los ciudadanos la idea de que el país marcha al fracaso. Afortunadamente muchos optimistas sostienen la convicción de que somos merecedores y podemos lograr un mundo mejor.

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La alegría blindada

Ernesto Klass - Músico y periodista

Fui pesimista de modo casi natural en mi primera juventud y admito que entonces disfrutaba de ese estado, una mirada oscura del mundo que se sostenía en las lecturas, la música, las noticias y las compañías. Hoy, a los 57 años, lo poco bueno que le veo al pesimismo es su manifestación en el arte, sea en un verso de Miguel Hernández (“menos tu vientre todo es futuro fugaz, pasado baldío, turbio”) o un aforismo de Kafka (“en la lucha entre tú y el mundo, ponte del lado del mundo”). Atravesar la vida es disfrutarla en sus luminosidades y aceptar el dolor en su medida, sin negarlo pero a la vez sin transformarlo en sufrimiento. Soy de una cultura -la de mis padres- que sabe mucho de esto y por mi propia trayectoria en esta cosa llamada vida, concuerdo en que las mejores humoradas pueden originarse en la combinación de “dolor más tiempo”, es decir que una pena, por profunda que sea, podrá a través de los años ser evocada con alguna sonrisa. Aunque no soy del club de los optimistas a ultranza, sí puedo experimentar momentos de “alegría blindada” y como el director del cuarteto de cuerdas de Pepperland, en el comienzo de la célebre película Yellow Submarine, bajo el ataque con flechas y manzanas gigantes de los Blue Meanies, exclamar: “Vamos a seguir haciendo música con el cuarteto de cuerdas”; e inmediatamente después, tras la baja letal de uno de los integrantes de la agrupación, reafirmar: “¡Vamos a seguir tocando con el trío de cuerdas!”

La prudencia

Eugenia Flores de Molinillo - Escritora-Docente

¡Cómo pesa el pesimismo de los pesados que lo portan! Pesado para los demás, y también para ellos mismos. Y la cosa parece ser genética. Los incidentes de la vida tal vez puedan modificar un tanto esa tendencia a ver todo gris y sombrío, pero el gen es fuerte, y crea temores, alimenta sospechas, fabrica peligros, destruye posibles alegrías y empaña la experiencia con su incesante doblar de campanas. A veces, hasta el más genuino triunfo es recibido con la amenaza de su fugacidad o con la certeza de la insignificancia de lo logrado. En el pesimismo hay un ingrediente, sin embargo, que es positivo: la prudencia. Ejercerla es conveniente, aun en plena ebullición del optimismo. Me atrevo a decir que el optimismo sin prudencia es tan malo como el pesimismo sin esperanza. El pesimista solo vislumbra fracasos, propios o ajenos, individuales o colectivos, y su único goce -¡tan magro!- es ver cumplidos sus pronósticos. Se achica, no se anima, se hace cobarde. Y las sabias palabras que William Shakespeare pone en boca de Julio César lo dicen todo: “Los cobardes mueren muchas veces antes de morir/los valientes prueban la muerte solo una vez”. Y otra cita, más reciente, de Nelson Mandela: “Que las elecciones que hagas en la vida reflejen tus esperanzas, no tus miedos”.

El que no llora no mama

Mario Albarracín - Artista plástico

La ley de Murphy dice que si algo puede salir mal, saldrá mal. ¿Murphy abrió la caja de Pandora de la negatividad? Difícil será definir cuándo el pesimismo invadió a la humanidad, como fruto de sus propias decisiones, pero seguro estuvo presente en muchos acontecimientos de la historia. El lado positivo de los pesimistas es que siempre están alertas a todo, buscándole la quinta pata al gato, y en labores con procesos el pesimista seguro detectará el error antes que todos. El pesimismo puede ser combatido con humor, tomarse la vida de forma más relajada. Con el auge de las redes sociales a los pesimistas no se los puede evitar. Encontraron su paraíso donde escribir “en mayúsculas” los pesares del mundo. El optimista es un iluminado, que sabe que la vida es corta. El final es el mismo para el pesimista y el optimista. La diferencia es que el optimista sabe que el tiempo perdido… no se recupera. Me pone pesimista la desigualdad de oportunidades, la dificultad para sustentar los sueños, que muchas veces depende de la capacidad económica del soñador. El argentino es pesimista por naturaleza, “el que no llora no mama”, dice el tango. Algo de conformismo hay en el optimista, seguramente porque se arregla con poco y el pesimista siempre lamenta lo que no tiene. Aunque creo que para los grandes cambios del mundo fueron necesarios los optimistas, como el Che, John Lennon o el Dalai Lama que dijo: “El verdadero propósito de la vida es buscar la felicidad”.

> PUNTO DE VISTA

¿Pesimismo? ¿Optimismo? ¡Si es casi lo mismo! 

OSVALDO AIZICZON / Psicoanalista

Mientras Dios y el Diablo, tomando mate, charlaban acerca de cuál destino eran merecedores los humanos, llega un mail de Albert Camus advirtiéndoles que el pesimismo sólo se trata de un descorazonamiento frente al porvenir llamado inquietud. “Lograr que el Diablo y yo tomemos mate de la misma bombilla supone una cercanía íntima permitiéndonos ser discretamente optimistas”, dijo Dios. “También cumplimos así con la conciliación obligatoria”, agregó el Diablo. En ese momento llega un segundo mail de Camus, donde se suma la dinámica del miedo ligado a los orígenes del pesimismo: “Están los que tienen miedo y los que no lo tienen. Pero los más numerosos son todavía los que no han tenido tiempo de tenerlo”.

En el pesimismo nos espera lo peor. “Eso te pasa por esperar”, susurra una voz: el que espera, desespera. Alguien espera lo mejor porque le ayuda a creer que lo peor está pasando. Y ya sabemos que en variados ámbitos vale más lo que suponemos que lo que es. Pero lo idealizado está construido para que no se cumpla, como lo demuestra nuestra cultura. Pareciera que la sociedad busca estar más excitada que satisfecha. Y anticipa, en la espera, que sólo llegará más de lo mismo. El pesimismo está hecho también de profundas decepciones a ilusiones infantiles, allí donde la falta educa a la abundancia. Tiende así a dar carácter repetitivo a todos los pronósticos.

Llega un tercer mail de Camus: “Esto no puede durar, es demasiado estúpido. La estupidez insiste siempre, uno se daría cuenta de ello si no pensara siempre en sí mismo”. “No intervengas más por ahora, Albert. Pórtate bien”, dijo Dios. “Es verdad -apoyó el Diablo- a veces los muertos no deberían hablar”. Termina la reunión. Momento de regalos: Dios obsequia al Diablo varios extinguidores. El Diablo, por su parte, ofrece a Dios extinguirle algunos funcionarios ateos. Queda la agenda abierta para otra mateada si el optimismo lo permite. Pero eso sí: esta vez con bizcochitos.

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