Invocando a la muerte

Invocando a la muerte

Salmon Cadeneau, dolorido poeta de Tucumán.

DAVID SALMÓN CADENEAU.  Borrosa fotografía del autor de “De mi rosal de rosas negras”, fallecido a los 20 años. DAVID SALMÓN CADENEAU. Borrosa fotografía del autor de “De mi rosal de rosas negras”, fallecido a los 20 años.

En las décadas iniciales del siglo que pasó murieron en plena juventud varios poetas de Tucumán: Luis Eulogio Castro, Mercedes Maciel Ledesma, Raúl Paverini Peña, Domingo Simois y David Salmón Cadeneau. Nos detendremos en este último. Era nacido en Jujuy en 1899, vivió desde niño en Tucumán y falleció aquí a los 20 años, en 1919. Había publicado el poemario “De mi rosal de rosas negras” (1918), y después de su muerte los amigos reunieron varias de sus composiciones en el tomo titulado “Inquietud”.

Apunta Vicente Atilio Billone que la poesía de Salmón Cadeneau tiene un solo tema, que es la muerte. “Sea como liberación, como presagio, como cotidiano acontecer que hoy afecta a un ser querido y mañana afectará a nosotros mismos, la muerte está en la atmósfera de la mayor parte de su obra. Su obsesiva presencia se origina en el fracaso amoroso, aludido reiteradamente en su libro. En mínima proporción, se manifiesta la esperanza de una felicidad que entrevió en algunos momentos de su vida el poeta”, escribe este estudioso.

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Agrega que “sus versos desgranan interminables muestras de estados interiores melancólicos, tristes, doloridos, con casi ninguna incursión en lo exterior, en el paisaje o hacia otras circunstancias de la vida”. Es que había en él una “tristeza medular”, como consideraba su amigo Raúl Paverini Peña.

Otro amigo, Manuel Hernández, escribió que “una mujer y la muerte ocupaban toda la estructura de sus versos. A una la consideraba muerta para él, y a la otra la llamaba para que pusiera fin a su martirio”. Al despedir sus restos, LA GACETA publicó su poesía póstuma, “Inquietud”. Los primeros versos decían: “No estaré triste, ni seré cobarde/ al despedirte. Como un buen hermano,/ serenamente estrecharé tu mano,/ diciéndote: ‘Hermanita, hasta más tarde”...

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