Darío Z y Pigna en el San Martín: filosofía y docencia en clave

Darío Z y Pigna en el San Martín: filosofía y docencia en clave

La escuela es, por definición, un lugar en crisis, opina el filósofo. Desde las 21.30.

19 Mayo 2017

Cuando de Darío Sztajnszrajber se trata, la pronunciación del apellido de raíz polaca (shtainshraiber) es apenas uno de los tantos obstáculos a sortear. Más arduo resulta definir el oficio de este profesor de filosofía que del otro lado del teléfono no se ruboriza (se adivina) cuando reconoce que lo que él hace en los más diversos formatos y espacios -la tele, el aula (cada vez menos), los escenarios como el que compatirá hoy con el historiador Felipe Pigna en Tucumán- es “Espectáculo”.

Nacido en Buenos Aires, twittero ya no tan desbordado como antes, Sztajnszrajber divulga filosofía desde su lugar de conductor de “Mentira la verdad” ( Canal Encuentro), desde puestas escénicas como las de “Desencajados” (un cruce de filosofía y música) o en diálogos entre la Filosofía y la Historia como el que mantendrá hoy en el Teatro San Martín con el autor de “Los mitos de la historia argentina”.

Publicidad

- ¿Cómo se lleva la filosofía con la velocidad a la que vivís?

- Es paradójico, porque, por un lado, la filosofía que yo propongo cuestiona en parte esa velocidad. Pero, al mismo tiempo, es una velocidad como para seguir haciendo filosofía. En mi caso, el trabajo y la vocación coinciden. Y eso me permite que no viva esa velocidad como algo opresor, sino como la posibilidad de articular los tiempos como para poder hacer filosofía. No es algo que me quita, sino algo que me ordena.

Publicidad

- ¿En qué momento supiste que la filosofía podía conciliar con el escenario?

- Nunca las sentí como una contradicción. Desde que descubrí mi vocación docente, entendí a la docencia como una puesta en escena. La docencia es trabajar todos los recursos necesarios para generar la transferencia, que es un poco la clave de la actividad docente. Siempre mis clases fueron un espectáculo, en el sentido estricto del término. De algún modo, se trata de buscar conmover, buscar una reacción que exceda la mera toma de apuntes. Y más en una disciplina como la filosofía, que de algún modo no se queda sólo en la reproducción de ideas, sino que alcanza zonas de la existencia más profundas, que perturban, que conmueven. Siempre en mis clases, sobre todo en el secundario, que es donde trabajé, procuré que los alumnos no lo vivieran como algo solemne, sino que se lo apropiaran y lo vivieran como algo transformador.

- ¿ Alguna vez te sentiste cuestionado por “la Academia”?

- No como otros colegas; por lo menos, no me he enterado. No me cabe duda de que debe haber quienes cuestionan lo que hago. Al revés, lo que me sucede es que me convocan desde diferentes ámbitos de la Academia como para que vaya y presente una forma complementaria de acceder a la filosofía.

- En Tucumán se ve cierto interés de los jóvenes por la Filosofía. ¿Vos lo percibís también?

- Muchos chicos ingresan a carreras de ciencias sociales, y abandonan en primer año. Y no lo estoy cuestionando. Lo que pasa es que todavía no está claro que hay diferentes ámbitos para estudiar filosofía. Por otro lado, sobre todo a partir de la aparición del Canal Encuentro surgió la posibilidad de acercar a los jóvenes a lenguajes del conocimiento seductores, con estéticas convocantes, apostando a formatos diferentes, que lograron que muchos jóvenes se reconcilien con el deseo de querer saber. Y eso es algo que debería generarse en el aula. Pero, por una cuestión casi estructural, hay una suerte de reacción negativa a todo lo que provenga de la institución escolar.

- Cuando decís “estructural”, suena a irreversible...

-Creo que es irreversible si las instituciones escolares permanecen tal como son. Y creo que la posibilidad de transformar de plano la institución educativa supone un desbordamiento de sus fundamentos a los que las instituciones, en general, son renuentes. Porque suelen ser conservadoras, porque buscan reproducir lo que hay. Y de algún modo, me parece a mí, lo que sucede con el ámbito educativo, es que para que los jóvenes vuelvan a reconciliarse con el deseo de querer saber, sería necesaria una revuelta educativa mucho más radicalizada, que exigiría, entre otras cosas, entender que el aula ya no se agota en cuatro paredes. Yo creo que, nitzscheanamente, vivimos tiempos de la muerte del aula.

-¿A qué aludís con “la muerte del aula”?

- No es que no existe más el aula, sino que el aula se descentra. Ya no puede ser esa estructura panóptica del siglo pasado, donde los alumnos van a recibir conocimientos desde una estructura vertical, ante estudiantes que vienen con información diferente de la de otros tiempos. Ese vínculo con el alumno tiene que ser otro, pero también las formas de trabajo educativo tiene que ser otras, en función de esta transformación tecnológica que va generando día a día cambios muy profundos en las estructuras sociales.

- ¿Cuánta responsabilidad tiene el docente en esta crisis?

- Si hay alguien que quiere y necesita reinventarse a sí mismo es el docente. Muchas veces, qué hacemos los docentes: entras, vivís tu dictado de clases de una manera tensionante con lo que te exige la institución. Los docentes tenemos algo así como un lema: cerramos la puerta y creamos un mundo. Y ese mundo que creamos muchas veces está en choque con demandas de una institución escolar cuyos dirigentes son muchas veces docentes que también se pelean contra sus propias limitaciones. Por eso, uno siempre tiene la sensación de que algún rector osado logra, a pesar de las instituciones, generar espacios de emancipación pedagógica donde suele suceder algo distinto. Me parece que la escuela, por definición, es un lugar en crisis. Y no puede no estar en crisis, porque tiene que estar todo el tiempo transformándose a sí misma. Me parece falaz y reduccionista meter todo en la misma bolsa cuando se cuestiona a la escuela y se coloca a los docentes y a la institución escolar como responsables de la decadencia en la que vivimos. Una cosa es pelear por salarios dignos, que es la única manera de poder encarar cualquier trabajo con vocación. Pero los docentes estamos conscientes de que tenemos que trabajar en un lugar en crisis.

- ¿Como conciliás la filosofía con la música?

-En todos los trabajos de divulgación, tanto en el teatro como en la tele, o en la música, me doy el permiso de hacer lo que en el aula me costaba muchísimo, por sus propias limitaciones. Igual, siempre fui un docente que por ahí explicaba la historia de Sócrates que daba clases caminando, y sacaba a mis alumnos a dar vueltas por el colegio, como para que se pueda visualizar con el cuerpo. Yo creo que la filosofía tiene que sentirse con el cuerpo, hay que ponerle el cuerpo, para que tenga otra carnadura. La música surge cuando empezamos a trabajar con Lucrecia (Pinto) y con un grupo de músicos la posibilidad de pensar los puentes. Y lo que parece en un principio imposible, te vas dando cuenta, sobre todo cuando ambos géneros se abren a sí mismos, cuando logran bajar esa carrera, de que uno lo contamina al otro, algo sucede. Lentamente, fuimos viendo que muchas canciones del rock nacional tenían elementos filosóficos que nadie había trabajado. Nos permitió encontrar puentes entre ciertas disquisiciones existenciales. Y no solo las letras de las canciones, sino los climas que las canciones generan. Porque en “Desencajados”, lo que hacemos es encontrar letras de los Redondos, de Soda o de Spinetta, que de algún modo están diciendo lo mismo que lo que dicen Nietzsche, Platón o Derrida. Y me parece que ahí la filosofía gana en sensibilidad y la música gana en concepto. Porque, por ahí son canciones que escuchaste mil veces, y que, puestas en esta continuidad escénica con la filosofía, las empezás a pensar desde otra perspectiva, Y ganan ambas. Creo que ahí reside el éxito de la propuesta de “Desencajados”.

- ¿Cómo te imaginás que usarían Twitter Nietzsche o Walter Benjamin, dos filósofos que usaron el aforismo?

- Creo que Nietzsche sería más dionisíaco, dejaría fluir a Dionisios puro. Por ahí insultaría, o haría poesía absolutamente concreta, conceptual, incomprensible. Y Benjamin, al revés. Lo que él diría es que la construcción del sentido común se juega en las redes sociales. Entonces, habría que “cepillar la historia a contrapelo”, como él dice, y haría un análisis de lo no dicho en los tuits; un análisis de las voces opacadas por el tuiterismo oficial. Igual, yo cambié mucho con los años. Antes era de exponer sensaciones en Twitter. Pero es tanta la violencia que circula en las redes...

-¿Cómo explicás esa violencia?

- Y... el ser humano es muchas cosas, y la violencia natural nos constituye, aunque peleemos contra esos aspectos. Una de las formas de contener la violencia tiene que ver con la autorrepresión, que en las redes no existe porque sos un anónimo, y nadie te controla. Es una discusión que tiene más de 3.000 años: tiene que ver con hasta qué punto, si no hay castigo, uno sigue siendo bueno. Ya lo discutían en La República Sócrates y sus discípulos.

-¿En qué consiste el diálogo que mantendrán hoy vos y Pigna en el San Martín?

- Es un diálogo donde yo hago las preguntas desde la filosofía alrededor de cuatro tópicos: el Amor, la Muerte, la Religión y el Poder. Y Felipe va introduciendo relatos de la historia argentina que de algún modo ejemplifican lo que estamos diciendo: las grandes historias, las grandes muertes y suicidios en la Argentina, la religión en su pelea con el Estado; y, en el caso del Poder, el poder hegemónico a través de la historia. Cada uno respeta su género.

Comentarios