DEFINICIONES. No le interesan las modas, cantar fuerte, ni hacerse rica. LA GACETA / FOTO DE ANTONIO FERRONI (ARCHIVO).
Un eco de luz se posa en la negritud del canto. El tono grave de contralto enciende un recuerdo. “Yo quisiera ser el tiempo para no tener olvido… tus ojos me llegan dentro como dos tragos de aloja… El fuego te anda buscando porque arda tu corazón como la flor del quebracho…” La silueta de la Telésfora Castillo se desnuda en la voz de La Negra Chagra. La cantante salteña, que actuó con Chavela Vargas y el Cuchi Leguizamón, traerá en su corazón “Con nombre propio”, su último disco. La presentación será esta noche, a las 23.50, en La Negra Restaurante (General Paz 1.502). La acompañarán Leonel Iglesias (guitarra y dirección musical), Adriana Leguizamón (piano y acordeón) y Pablo Rodríguez (percusión).
- ¿Cómo armaste el repertorio de tu último disco? ¿Por qué se llama “Con nombre propio”?
- Me gustan las canciones que cuentan la historia de alguien nombrándolo. Dice el escritor salteño Juan José Botelli que “el nombre es el distintivo que nos ubica y nos hace sentir a cada uno un ser independiente, personal… Cada nombre va identificándose con la vida, con las palabras y con actitudes de cada uno para bien o para mal…”, como Baldovino que lleva su apellido por signo, una historia bellamente contada en “El alcohol de Baldovino” por Pepe Núñez, este autor, que por su cercanía con la gente más humilde pudo relatar con precisión y ternura la historia del manco Arana. Angelita Huenumán, una tejedora y eterna luchadora de los derechos del pueblo mapuche, cuya bondad y convicción de lucha inspiraron al poeta chileno Víctor Jara. Cómo no cantarle a Julio Santos Espinosa, un poeta con una historia personal tremenda que escribió mucho y se mostró poco, autor de la “Vidala para mi sombra”. Hay bellísimos temas que nombran a sus protagonistas como la chacarera de Carlos Di Fulvio, “Abuelas del campo mío”, dedicada a Maclovia, María, Dominga, Fausta, Palma, Rosaura. “El último sapucay” cuenta la historia de Isidro Velázquez y Vicente Gauna, real y mágica a la vez... Y qué decir de Juan Riera, referente importantísimo en las décadas de los 50 y 60. Pasaron por su panadería: Manuel Castilla, el Cuchi Leguizamón, José Ríos, Eduardo Falú, Jaime Dávalos, Julio Espinosa, don Cayetano Saluzzi y sus hijos Dino, Celso, Cuchara. Estuvo el poeta español León Felipe, pasó por ahí hasta el Che Guevara. Fui priorizando las historias que más me conmovieron tratando de encontrar la mejor letra con la mejor música. Quedaron afuera muchos nombres propios para cantar, pero no se puede todo, tal vez haya que grabar un segundo disco con el mismo concepto.
- ¿Cómo fueron tus comienzos con el canto? ¿Cómo era el ambiente que frecuentaste en Salta?
- En la década de los ochenta, iba siempre a escuchar los conciertos de Sara Mamani en la UNSA (Universidad Nacional de Salta), mientras yo estudiaba psicología en la UCA y teatro con Claudio García Bes. Surgió la amistad con Sara, junto con la formación del Grupo Mensaje hacíamos un repertorio latinoamericano. Con ella aprendí y anduvimos mucho cantando por todo el país, yendo a festivales, compartiendo la poesía y la música que se respiraba en cada esquina de Salta. Nuestra cercanía con el Cuchi fue determinante.
- El Cuchi Leguizamón te apreciaba mucho como persona y cantora...
- Lo conozco desde que fue mi profesor de historia (él decía de historieta) en segundo año del colegio Nacional. En esa época comencé a tener contacto con un mundo que sólo el Cuchi podía mostrarte de una manera tan lúdica y tan genial. Uno aprendía la zamba y también las Melodías Elegíacas, de Grieg, por ejemplo. Nos llevaba a la Sara y a mí a bailar y escuchar música al “Patio cultural del tango”, que era un antro donde jamás habíamos soñado ir, y ahí estábamos, escuchando a grandes músicos del tango que allí tocaban y riéndonos mucho. Era un lugar en donde el tiempo parecía no haber pasado; había la inocencia, el respeto por las personas, un ambiente tan único y especial. Para sacarte a bailar se acercaban a la mesa y le pedían permiso al caballero que nos acompañaba, en este caso el Cuchi, y en todos los casos, siempre íbamos con él, impensable ir solas. Cada salida con el Cuchi era una aventura siempre… desde la época del colegio hasta en la vida adulta. La gira de fin de curso del Colegio Nacional la hicimos acompañados por él (ningún profe se animaba a salir con nosotros, ja ja). En Mar del Plata, cuando él hizo temporada con “La Pulpería del Cuchi Leguizamón”, compartimos momentos increíbles, con el dúo formado en ese momento por Patricio Jiménez y Julio Reinaga. Viajamos una vez a Catamarca con Miguel Ángel Pérez también y fue alucinante. Estábamos en una casa muy linda e importante en Belén y cuando llegamos todos le ofrecían el asiento y le acercaron un sillón hermoso, antiguo, y el Cuchi se negaba a sentarse y cuando le preguntamos el porqué de esa actitud dijo: “es que tengo miedo que me lleven en procesión”. También en Francia (fui a Francia siguiendo a mi compañero de ese entonces que iba por trabajo y allí me dediqué a cantar más profesionalmente), tuve la suerte de poder cantar con él y de que la amistad durara para siempre. Fue un maestro en la vida y en la música, como lo fue también Chavela Vargas. Siempre voy a estar agradecida a la vida por haberlos puesto en mi camino.
- ¿A quiénes considerás tus maestros? ¿Cómo vivís el canto?
- Creo que el Cuchi fue el compositor más importante de la música popular argentina. Un verdadero innovador, más moderno que los modernos, creador de sonidos nuevos, nadie más original. Vos escuchás un acorde, una armonía y decís: “¡ese es el Cuchi!” Escuchás al Dúo Salteño y decís: “¡qué gran maestro!” El Cuchi decía: “hacer música no me alcanza para vivir, pero me hace vivir”. Yo me identifico mucho con esta idea. Voy transitando este camino sin apuros, tratando de cantar y contar las cosas tal como las siento, no me interesan las modas ni cantar fuerte ni hacerme rica. Es importante tener algo interesante para decir. Mi mundo es bien sencillo y privilegiado porque hago lo que me gusta que es cantar y también trabajo en algo que me gusta mucho. Es muy raro, pero a veces uno no piensa en cantar como un trabajo, sobre todo cuando viajo, una vez al año a Francia y a México y puedo compartir con otros públicos la música que amo profundamente.
- ¿Cómo armaste el repertorio de tu último disco? ¿Por qué se llama “Con nombre propio”?
- Me gustan las canciones que cuentan la historia de alguien nombrándolo. Dice el escritor salteño Juan José Botelli que “el nombre es el distintivo que nos ubica y nos hace sentir a cada uno un ser independiente, personal… Cada nombre va identificándose con la vida, con las palabras y con actitudes de cada uno para bien o para mal…”, como Baldovino que lleva su apellido por signo, una historia bellamente contada en “El alcohol de Baldovino” por Pepe Núñez, este autor, que por su cercanía con la gente más humilde pudo relatar con precisión y ternura la historia del manco Arana. Angelita Huenumán, una tejedora y eterna luchadora de los derechos del pueblo mapuche, cuya bondad y convicción de lucha inspiraron al poeta chileno Víctor Jara. Cómo no cantarle a Julio Santos Espinosa, un poeta con una historia personal tremenda que escribió mucho y se mostró poco, autor de la “Vidala para mi sombra”. Hay bellísimos temas que nombran a sus protagonistas como la chacarera de Carlos Di Fulvio, “Abuelas del campo mío”, dedicada a Maclovia, María, Dominga, Fausta, Palma, Rosaura. “El último sapucay” cuenta la historia de Isidro Velázquez y Vicente Gauna, real y mágica a la vez... Y qué decir de Juan Riera, referente importantísimo en las décadas de los 50 y 60. Pasaron por su panadería: Manuel Castilla, el Cuchi Leguizamón, José Ríos, Eduardo Falú, Jaime Dávalos, Julio Espinosa, don Cayetano Saluzzi y sus hijos Dino, Celso, Cuchara. Estuvo el poeta español León Felipe, pasó por ahí hasta el Che Guevara. Fui priorizando las historias que más me conmovieron tratando de encontrar la mejor letra con la mejor música. Quedaron afuera muchos nombres propios para cantar, pero no se puede todo, tal vez haya que grabar un segundo disco con el mismo concepto.
- ¿Cómo fueron tus comienzos con el canto? ¿Cómo era el ambiente que frecuentaste en Salta?
- En la década de los ochenta, iba siempre a escuchar los conciertos de Sara Mamani en la UNSA (Universidad Nacional de Salta), mientras yo estudiaba psicología en la UCA y teatro con Claudio García Bes. Surgió la amistad con Sara, junto con la formación del Grupo Mensaje hacíamos un repertorio latinoamericano. Con ella aprendí y anduvimos mucho cantando por todo el país, yendo a festivales, compartiendo la poesía y la música que se respiraba en cada esquina de Salta. Nuestra cercanía con el Cuchi fue determinante.
- El Cuchi Leguizamón te apreciaba mucho como persona y cantora...
- Lo conozco desde que fue mi profesor de historia (él decía de historieta) en segundo año del colegio Nacional. En esa época comencé a tener contacto con un mundo que sólo el Cuchi podía mostrarte de una manera tan lúdica y tan genial. Uno aprendía la zamba y también las Melodías Elegíacas, de Grieg, por ejemplo. Nos llevaba a la Sara y a mí a bailar y escuchar música al “Patio cultural del tango”, que era un antro donde jamás habíamos soñado ir, y ahí estábamos, escuchando a grandes músicos del tango que allí tocaban y riéndonos mucho. Era un lugar en donde el tiempo parecía no haber pasado; había la inocencia, el respeto por las personas, un ambiente tan único y especial. Para sacarte a bailar se acercaban a la mesa y le pedían permiso al caballero que nos acompañaba, en este caso el Cuchi, y en todos los casos, siempre íbamos con él, impensable ir solas. Cada salida con el Cuchi era una aventura siempre… desde la época del colegio hasta en la vida adulta. La gira de fin de curso del Colegio Nacional la hicimos acompañados por él (ningún profe se animaba a salir con nosotros, ja ja). En Mar del Plata, cuando él hizo temporada con “La Pulpería del Cuchi Leguizamón”, compartimos momentos increíbles, con el dúo formado en ese momento por Patricio Jiménez y Julio Reinaga. Viajamos una vez a Catamarca con Miguel Ángel Pérez también y fue alucinante. Estábamos en una casa muy linda e importante en Belén y cuando llegamos todos le ofrecían el asiento y le acercaron un sillón hermoso, antiguo, y el Cuchi se negaba a sentarse y cuando le preguntamos el porqué de esa actitud dijo: “es que tengo miedo que me lleven en procesión”. También en Francia (fui a Francia siguiendo a mi compañero de ese entonces que iba por trabajo y allí me dediqué a cantar más profesionalmente), tuve la suerte de poder cantar con él y de que la amistad durara para siempre. Fue un maestro en la vida y en la música, como lo fue también Chavela Vargas. Siempre voy a estar agradecida a la vida por haberlos puesto en mi camino.
- ¿A quiénes considerás tus maestros? ¿Cómo vivís el canto?
- Creo que el Cuchi fue el compositor más importante de la música popular argentina. Un verdadero innovador, más moderno que los modernos, creador de sonidos nuevos, nadie más original. Vos escuchás un acorde, una armonía y decís: “¡ese es el Cuchi!” Escuchás al Dúo Salteño y decís: “¡qué gran maestro!” El Cuchi decía: “hacer música no me alcanza para vivir, pero me hace vivir”. Yo me identifico mucho con esta idea. Voy transitando este camino sin apuros, tratando de cantar y contar las cosas tal como las siento, no me interesan las modas ni cantar fuerte ni hacerme rica. Es importante tener algo interesante para decir. Mi mundo es bien sencillo y privilegiado porque hago lo que me gusta que es cantar y también trabajo en algo que me gusta mucho. Es muy raro, pero a veces uno no piensa en cantar como un trabajo, sobre todo cuando viajo, una vez al año a Francia y a México y puedo compartir con otros públicos la música que amo profundamente.
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