Un “Gato” que ahora toca en la eternidad

Roberto Espinosa
Por Roberto Espinosa 04 Abril 2016

Roberto Espinosa - LA GACETA

Un acorde raja el aire cuando despega la melancolía los bordes de la ausencia. La noche se mira el ombligo. Manotea el lucero. Palabras mudas que miran la vida por dentro. Sueñan con la luz. Con esa mano que abraza. Con un tiempo desmayado de asombro. Ojos que despiertan el latido de los celos. Del celo. Sombras que resbalan en un parpadeo de la ternura. Ese verbo atrapado en la garganta cuece soledad. También pasión desamparada. Locura contenida en el precipicio de la nada. El saxo garabatea ahora un último tango en el sexo de la madrugada. No hay voces. Solo miradas, cuando los cuerpos estallan en el silencio de un beso. María Schneider y Marlon Brando ruedan en el frenesí que escapa los bigotes de un Gato.

Leandro Barbieri enciende un cigarrillo sagitariano. La camiseta rojinegra le trae ecos del cuadro de sus amores. De ese barrio rosarino donde dio su primer sol mayor aquel 28 de noviembre de 1932. De “La infancia desvalida”, el colegio donde el clarinete comenzó a acariciarle la niñez. En el ‘47, la familia rumbea a Buenos Aires. El “Gato” trabaja en fábricas, en una imprenta. “Mi hermano decidió que debía dedicarme únicamente a la música y a los 17 comencé con el saxo y el clarinete. Cuatro o cinco años después me integré a los conjuntos de Lalo Schifrin y Buby Lavecchia”.

Un felino trampeado

El jazz inunda sus pensamientos, sus deseos con un alboroto de síncopas. Michelle, la rebelde hija de un tano millonario, lo trampea en las redes de su corazón. Las manos enlazadas parten a Roma. Sin plata, pero con buena estrella. El “Gato” conoce a Don Cherry y las pisadas lo llevan a Estados Unidos. Nueva York. El sonido le estremece los nervios. Músicos. Música. Grabaciones. “Soy un tipo con problemas de soledad; soy un tipo triste. Tengo tres días malos y uno bueno. Soy feliz en este momento y dentro de un rato, no sé. Eso finalmente es una cosa buena, porque esa insatisfacción es lo que hace que la música sea siempre algo que nace de la necesidad. No quiero hacerme el santón, pero en este momento en que todos están dispuestos a hacer cualquier cosa para alcanzar el éxito y ganar plata, todo lo que hice y seguiré haciendo fue sin pedir nada. Porque soy difícil como persona, tengo mucho amor propio y si estoy en algo es porque me llaman y no porque fui a mendigar”.

Década del ‘70. Bernardo Bertolucci. “Último tango en París”. La música del Gato se pone en el bolsillo un premio “Grammy”. ¿Qué es ser un gran músico, Gato? “Tener el poder de expresar hasta un vaso. Los músicos chiquititos, en cambio, no saben hacerte creer que una rosa está llena de matices, no es solamente rosa. Eso es un poeta. No se aprende a ser poeta, se nace. Hay que tener el fuego adentro. Algunos dicen mucho con pocas notas; otros con muchas. Lo importante es la convicción con que se hacen las cosas”, dice.

“Soy débil”

La voz del saxo tenor se sube al tejado. “Soy alguien especialmente evasivo. Me escapo. Como los gatos. Soy débil, muy débil. No puedo enfrentar cotidianamente el mundo. No odio: sólo me odio a mí, cuando no puedo dar lo que quiero. Amo, en cambio, todo lo que sea bello, la gran inspiración. Llegar a tocar como cuando uno habla, sin el menor esfuerzo. Que no haya diferencia entre mi música y mi palabra. Deseo que se socialice la música, el arte. Estoy cansado de ver sufrir a los artistas. Me cansé de haber querido cambiar todo... El amor tendría que llenar el mundo, pero el mundo está empeñado en una crisis terrible, no sólo económica.”

Entre las mesas del Blue Note de Manhattan, el saxo Selmer agita flashes de tiempos idos. Casi ciego, el sábado 2 de abril, el Gato sopló su último tango de 83 años, enmudeciendo a los pájaros del Central Park.

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