CONVENTO FRANCISCANO DE CATAMARCA. Por esos ámbitos caminó el célebre latinista que fue fray Ramón de la Quintana. la gaceta / archivo
Desde Catamarca, el franciscano fray Ramón de la Quintana (1774-1842) tuvo fama nacional como el mejor profesor de latín de comienzos del siglo XIX. Tanto que, destaca su admirador tucumano, Nicolás Avellaneda, “un estudiante de latín salido de Catamarca, era reconocido y aceptado en todas partes, sin exámenes previos, para continuar su carrera”.
El fraile logró “resucitar un idioma muerto, si esto fuera posible a las fuerzas y a la consagración de un hombre”. Para él, “el estudio del latín no era la posesión de un instrumento o de una clave para penetrar en la inteligencia de los antiguos clásicos, sino un fin, y un fin supremo”. Lo reanimó “hasta en su prosodia con todas sus cadencias, con sus inflexiones infinitas; y habría alcanzado su intento, si la palabra hablada no desapareciera como el grito del pájaro en los espacios, por más que un día haya resonado poderosa, conmoviendo desde el Capitolio al mundo”...
Avellaneda recordaba que el estudio de la literatura latina formó el alma de los hombres de la revolución argentina. “Asombra ver cómo una colonia de la atrasada España, sin el movimiento social y político que desenvuelve los caracteres y despierta la inteligencia, pudo, en el día de su emancipación, improvisar tantos hombres que dieron vida y fuerza impulsiva a la Revolución de Mayo”.
Es que “venían de Roma, de Grecia, y el estudio de los clásicos latinos, formando sus almas, las había vaciado en el molde antiguo. Por eso Moreno, Monteagudo, López, imitan hasta el movimiento y la pompa de la frase romana, y saben embriagar a las muchedumbres desde las tribunas de las arengas”.
El fraile logró “resucitar un idioma muerto, si esto fuera posible a las fuerzas y a la consagración de un hombre”. Para él, “el estudio del latín no era la posesión de un instrumento o de una clave para penetrar en la inteligencia de los antiguos clásicos, sino un fin, y un fin supremo”. Lo reanimó “hasta en su prosodia con todas sus cadencias, con sus inflexiones infinitas; y habría alcanzado su intento, si la palabra hablada no desapareciera como el grito del pájaro en los espacios, por más que un día haya resonado poderosa, conmoviendo desde el Capitolio al mundo”...
Avellaneda recordaba que el estudio de la literatura latina formó el alma de los hombres de la revolución argentina. “Asombra ver cómo una colonia de la atrasada España, sin el movimiento social y político que desenvuelve los caracteres y despierta la inteligencia, pudo, en el día de su emancipación, improvisar tantos hombres que dieron vida y fuerza impulsiva a la Revolución de Mayo”.
Es que “venían de Roma, de Grecia, y el estudio de los clásicos latinos, formando sus almas, las había vaciado en el molde antiguo. Por eso Moreno, Monteagudo, López, imitan hasta el movimiento y la pompa de la frase romana, y saben embriagar a las muchedumbres desde las tribunas de las arengas”.
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