Los antepasados recobran presente y esplendor

Los antepasados recobran presente y esplendor

“Rostros del viejo Tucumán” presenta un conjunto fascinante de hombres y mujeres retratados desde la Conquista hasta 1930.

LOS AUTORES Y LA “MATERIA PRIMA”. Carlos Páez de la Torre (h) y Sebastián Rosso con las fotografías del libro en el Archivo de LA GACETA. la gaceta fotos de diego aráoz - archivo LOS AUTORES Y LA “MATERIA PRIMA”. Carlos Páez de la Torre (h) y Sebastián Rosso con las fotografías del libro en el Archivo de LA GACETA. la gaceta fotos de diego aráoz - archivo
16 Noviembre 2014
Las imágenes pertenecen a sus protagonistas o comitentes sólo al comienzo. Con los años, las imágenes son, fundamentalmente, de quienes las contemplan y reproducen para evocar a sus primeros dueños y a la época que se extinguió con ellos. Un retrato muestra mucho más que la fisonomía de un ser único y, por ello, actúa como un imán cultural. En el afán de inmortalizar un instante del hombre y de la mujer condenados a desaparecer, inmortaliza todo: gestos, rutinas, paisajes y detalles que el asombro agiganta.

Las imágenes de “Rostros del viejo Tucumán” (LA GACETA, 2014) pertenecen a quienes deseen entablar un “diálogo mudo” con comprovincianos identificados y anónimos, y forasteros ilustres que por aquí pasaron. Se trata de un conjunto de retratos que fascina y conmueve, y cuya conservación es obra de un plan providencial que incluye el encuentro con dos detectives de la iconografía vernácula: el historiador, letrado y periodista Carlos Páez de la Torre (h), y Sebastián Rosso, licenciado en Artes Plásticas.

Con el auspicio de este diario, los coautores fabricaron un libro full color de 408 páginas impresas sobre papel ilustración que contiene retratos concebidos a partir de la Conquista y hasta 1930. Dibujos (entre ellos una caricatura del popular padre Roque Correa), óleos, esculturas, daguerrotipos y fotografías alternan con textos breves que informan sobre adelantos técnicos e investigaciones bibliográficas. Cada imagen va acompañada por un epígrafe que identifica a los retratados (cuando eso es posible) y añade datos relevantes para la comprensión del contexto -ver ejemplos en esta misma página-.

La fuente de los documentos publicados es variada: el Archivo de LA GACETA; la colección de Páez de la Torre, y los acervos de particulares y de instituciones. Los autores, que integran la redacción de este diario, fotografiaron cuadros “ocultos” en las viviendas de la ciudad y elaboraron un índice de nombres con la ilusión de poner un tesoro a disposición del público. “Carlos anhelaba que el libro sea una fuente de consulta y aquí está”, dice Rosso con alegría. “La ilustración de un trabajo no es una cosa menor. Sólo el rigor permite terminar con fraudes como el retrato de Bernardo de Monteagudo: nosotros hemos publicado el verdadero”, explica Páez de la Torre.

Cada cual a su manera precisa que de ningún modo procuraron “agotar el tema”. “El libro tiene las limitaciones de una empresa como esta, que, si pretende ser exhaustiva, no concluye jamás”, postula el licenciado en Artes Plásticas. “No hicimos una conscripción de fotografías porque hubiese sido imposible publicarlas a todas. Si bien el libro trata de incluir tucumanos representativos, es, forzosamente, una selección. Como dice el aforismo, lo mejor es enemigo de lo bueno: esa es la pura verdad y yo lo aprendí hace mucho tiempo”, apunta el historiador.

Perfumado con los aromas entrañables de la imprenta, el trabajo refleja las improntas de sus artífices. Páez de la Torre afirma: “mi aporte tuvo que ver con la determinación de la importancia histórica de los retratados. Sebastián analizó las poses, la composición de los escenarios, la vestimenta... Y también puso énfasis en la foto-objeto. Entonces, no intervino las imágenes: se negó a ‘toquetearlas” o a corregirlas’. Rosso añade: “nuestras miradas se complementaron. A mí me interesó la calidad de la imagen no en función de la conservación sino en cuanto a lo que mostraba: un brazo estirado, el transeúnte del segundo plano, etcétera”.

Este abordaje “a cuatro ojos” permitió que los antepasados recobren presente y esplendor. Así, aparecen un Ildefonso de las Muñecas estilizado; una Lola Mora con el cabello larguísimo y la juventud a sus pies, y un Manuel Belgrano a caballo pintado por el maestro francés Theodore Géricault. El libro rinde indispensable tributo a los artistas Amadeo Gras e Ignacio Baz, y a los fotógrafos Ángel Paganelli, Fernando Streich y Manuel Valdez del Pino, entre otros. Estos pioneros locales de la “maravillosa caja negra” captaron escenas sublimes, como el ambiente hogareño de los Van Gelderen, y la distinción de la familia que formaron Juan B. Terán y la delicadísima Dolores Etchecopar. Y no sería justo omitir el bucolismo que embarga al clan Pereyra ni el viento que desordena la corbata del literato porteño Oliverio Girondo ni la determinación suicida del duelista Zoilo Cantón.

Semejante contenido precisaba de una tapa a la altura de las circunstancias, y Páez de la Torre y Rosso la encontraron en la efigie de Genuaria Iramain de Frías y de Zavalía (tatarabuela del historiador). En ese óleo sobre cartón de Gras, los autores “vieron” a una mujer con abundante descendencia y, por ende, a un símbolo del vientre que origina la vida. Esta dama antigua, que lleva un anillo en cada dedo, contrasta con el retrato final: el ex gobernador Tiburcio Padilla en la senectud. En las antípodas de la experiencia humana, ambos rostros transmiten su verdad a quienes se adueñan de ellos mediante la mirada. Son sólo imágenes, pero atrapan como si estuviesen imantadas.

PRESENTACIÓN

Los autores expondrán su obra este martes a las 20 en el Jockey Club (San Martín 451). Entrada gratuita.

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