SENTIR POPULAR. Norma Bazán fue asesinada en 1997 en Santa Ana y la comunidad le levantó un santuario. LA GACETA / FOTO DE RODOLFO CASEN
En el Día de los Fieles Difuntos, la veneración a las “almas milagrosas” adquiere una singular efervescencia. Y en el interior tucumano en casi todos los cementerios no faltan tumbas en las que descansen algunos fallecidos transformados en deidad popular. Sepulturas tapadas por los más insólitos objetos que depositaron los creyentes en agradecimiento por algún favor recibido. Hoy, esos lugares se inundarán también de velas y flores. Y la gente hasta tendrá que hacer colas para llegar al sitio de devoción. “No todas las almas tienen la misma virtud de hacer milagros que otras”, advierte doña Guillermina Graneros (82 años). La mujer es madre de Norma Bazán (22 años), una estudiante de Graneros que en abril de 1977 murió asesinada en Santa Ana. Su crimen quedó impune. Al poco tiempo de ese hecho, la gente fue consagrando a la difunta como un “alma bendita o milagrosa”. Es, aseguran, una de las más populares en el sur tucumano.
“La invocan mucho porque debe ser que no les falla a los creyentes. No todas las almas tienen esa fuerza de hacer milagro” insiste. A orilla de la ruta 332, a pocos metros del lugar en que fue encontrado su cuerpo, los devotos le levantaron un santuario. Es conocido como el templo de “Normita Bazán”. El lugar está abarrotado de cuadernos, placas, mensajes de agradecimientos y otros obsequios. La misma imagen se observa en su tumba que está en el cementerio de Graneros. “Luego de su muerte, al lado de la ruta le hice hacer un pequeño monolito. Con el paso del tiempo se fue llenando de cosas que les dejaba la gente, la que aseguraba haber recibido algún milagro de mi hija. Después le levantaron ese santuario” contó doña Guillermina. “En el cementerio, el monumento en que descansa también se colma de cuadernos y otros elementos de la escuela. Es que son los estudiantes, en su mayoría, los que les piden ayuda”, apunta. Doña Guillermina remata: “me habría gustado que mi hija me hubiera ayudado a lograr que su crimen no quede en la nada. Anduve como un año deambulando por los tribunales de Concepción y siempre me decían que no había nada. Me cansé de ir y venir. Un día me resigné y dejé para que Dios se encargue de hacer justicia. Me di cuenta que había gente con mucha plata de por medio y yo no podía hacer nada”.
Otro “milagrero”
A las “almas milagrosas” también se las llama “milagreras”. Por eso a Marianito Córdoba se lo conoce como el “milagrero”. Su tumba, cargada de cuadernos, calzados y placas, está en el cementerio de Aguilares. A su alrededor hay una alfombra de cebo de velas. Muy poco se sabe de él. Víctor Hugo Diaz, panteonero del lugar, cuenta que vivió en Monte Redondo y que cuando él entró a trabajar en ese cementerio hace 40 años, la devoción hacia el difunto ya estaba muy difundida.
“Todas las semanas hay que sacar los cuadernos los y calzados de bebés que tapan la tumba. Llegan creyentes todos los días”, contó Victor. El hombre muestra un látigo pequeño que yace sobre la lápida. “Es para los niños que tienen problemas para caminar. Las madres vienen y les pegan en las piernas. Si se hace el milagro, luego traen el calzado y lo depositan aquí” reveló. “Marianito” es otra de las deidades populares que persisten en el tiempo.
“La invocan mucho porque debe ser que no les falla a los creyentes. No todas las almas tienen esa fuerza de hacer milagro” insiste. A orilla de la ruta 332, a pocos metros del lugar en que fue encontrado su cuerpo, los devotos le levantaron un santuario. Es conocido como el templo de “Normita Bazán”. El lugar está abarrotado de cuadernos, placas, mensajes de agradecimientos y otros obsequios. La misma imagen se observa en su tumba que está en el cementerio de Graneros. “Luego de su muerte, al lado de la ruta le hice hacer un pequeño monolito. Con el paso del tiempo se fue llenando de cosas que les dejaba la gente, la que aseguraba haber recibido algún milagro de mi hija. Después le levantaron ese santuario” contó doña Guillermina. “En el cementerio, el monumento en que descansa también se colma de cuadernos y otros elementos de la escuela. Es que son los estudiantes, en su mayoría, los que les piden ayuda”, apunta. Doña Guillermina remata: “me habría gustado que mi hija me hubiera ayudado a lograr que su crimen no quede en la nada. Anduve como un año deambulando por los tribunales de Concepción y siempre me decían que no había nada. Me cansé de ir y venir. Un día me resigné y dejé para que Dios se encargue de hacer justicia. Me di cuenta que había gente con mucha plata de por medio y yo no podía hacer nada”.
Otro “milagrero”
A las “almas milagrosas” también se las llama “milagreras”. Por eso a Marianito Córdoba se lo conoce como el “milagrero”. Su tumba, cargada de cuadernos, calzados y placas, está en el cementerio de Aguilares. A su alrededor hay una alfombra de cebo de velas. Muy poco se sabe de él. Víctor Hugo Diaz, panteonero del lugar, cuenta que vivió en Monte Redondo y que cuando él entró a trabajar en ese cementerio hace 40 años, la devoción hacia el difunto ya estaba muy difundida.
“Todas las semanas hay que sacar los cuadernos los y calzados de bebés que tapan la tumba. Llegan creyentes todos los días”, contó Victor. El hombre muestra un látigo pequeño que yace sobre la lápida. “Es para los niños que tienen problemas para caminar. Las madres vienen y les pegan en las piernas. Si se hace el milagro, luego traen el calzado y lo depositan aquí” reveló. “Marianito” es otra de las deidades populares que persisten en el tiempo.
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